Por Alejandro Martínez
04/04/2014. Londres. Royal Opera House. Gounod: Faust. Bryn Terfel, Sonya Yoncheva, Joseph Calleja, Simon Keenlysde y otros. Maurizio Benini, dir. musical. David McVicar, dir. de escena.
Estrenada en 2004, se reponía por segunda vez en el Covent Garden la producción de Faust a cargo de David McVicar. Estamos ante una producción muy lograda, dispuesta en una clave clásica pero con personalidad y multitud de detalles que delatan la inteligencia del regosta y su vocación por revitalizar un clásico sin transgredir el libreto. Destaca sobre todo el tono cómico que inunda las páginas más mefistofélicas, como ese genial Cabaret Infierno que cierra el primer acto. La producción conjuga la habitual eficacia de McVicar, solvente siempre en la dirección de actores con una escenografía atractiva y muy bien iluminada. En el foso se encontraba Maurizio Benini, que sorprendió par abren con una dirección vibrante y teatral, muy atento a las voces y de un lirismo auténtico, no fingidamente inflamado. Mimado trabajo el suyo con el fraseo de las cuerdas, muy dinámico y cargado de poesía, logrando un sonido redondo y sedoso, como sólo hemos escuchado a Pappano lograr de ese foso.
Vocalmente fue un Fausto un tanto agridulce. Del responsable del rol titular, el tenor maltés Joseph Calleja, ya habíamos hablado ampliamente en estas páginas. Cabe repetir lo dicho: estamos ante un material de lírico pleno, emitido sin fantasía ni especial control. Uno ya no sabe si es que su peculiar e incómodo vibrato se mitiga por momentos o si es el oído del oyente el que se acostumbra a ello. Durante toda la función no sale Calleja de un perpetuo mezzoforte que se hace monótono y que está en las antípodas del canto dinámico y lleno de matices que requiere el repertorio romántico francés, hecho precisamente de esas inflexiones. Curiosamente, fue capaz de marcar un logrado diminuendo, aunque demasiado próximo al falsete, en el Do agudo de “Salut, demeure…”. Pero por lo general la voz pierde colocación y firmeza en cuanto Calleja busca una emisión más variada y dúctil. Su técnica, más bien pedestre, está toda encamina a producir un sonido grande, timbrado y homogéneo, siempre igual, cante lo que cante. Nos sorprendió, para mal, su deficiente dicción en francés, lo mismo en las vocales que en las consonantes.
El papel de Marguerite, como la Manon de Massenet, es una parte ideal para sopranos líricas puras, capaces de resolver con soltura su escasa coloratura y solventes al mismo tiempo en las páginas más dramáticas. Recordemos a la gran Mirella Freni, que brilló con esta parte incluso en los ochenta, cuando ya había incorporado buena parte de roles para soprano spinto. Lo mismo cabría decir de una Scotto o, ya en nuestros días, de alguien como Gheorghiu. Sony Yoncheva, de la que ya hablamos aquí al hilo de su Julieta en Viena, posee un material de lírica pura, pero sin una técnica plenamente depurada. De ahí que sea tan irregular incluso durante el transcurso de una misma función. En esta ocasión, y al margen del tono genérico y algo anónimo de toda su recreación dramática, fue capaz de bordar el aria del rey de Thulé, dejando también una muy buena recreación de la escena de las joyas, pero forzando las costuras ya notablemente en el último acto, buscando ahí un sonido más potente y grueso, que no necesita, porque su voz ya es, por naturaleza, caudalosa y con sobrada presencia. Esa citada inmadurez técnica le lleva a resolver el agudo de forma muy variable, siendo a veces timbradísimo, brillante y grande, ya a veces abierto y algo caído de tono y posición. Brilla mucho más su canto en los pasajes en los que puede sostener una línea de canto más extensa, más ceñida a la melodía romántica, que en las páginas más próximas al vibrar belcantista, ya que la emisión de notas cortas y ágiles no es su fuerte. Su voz, en suma, incluso siendo algo falta de personalidad pro timbre y color, epata más por su homogeneidad y tamaño que por el uso y técnica con la que Yoncheva la administra. Nos sigue pareciendo, por ello, una cantante con más potencial que resultados. Esta Marguerite era, por cierto, su debut con un rol titular en el Covent Garden, donde ya había actuado con partes más pequeñas.
Bryn Terfel es un gran actor y buscó suplir con ello su inadecuación de partida para la línea vocal de Mefistófeles. Y es que no es un bajo cantante o un bajo lírico, que es lo que pide el rol, sino un bajo barítono de emisión además muy singular. A su voz le falta un color más natural y auténtico de bajo, en lugar de un grave oscurecido y cavernoso como el que busca (y encuentra) Terfel. Desde un punto de vista técnico, dio constantemente una de cal y otra de arena, incluso en la misma escena: vociferenante a veces, sibilino otras, matizadísimo aquí, tocante y forzado allá… Sin duda muy teatral, magnético, recreando un Mefistófeles socarrón, fanfarrón y un tanto rijoso. Viene muy bien al papel ese tono cómico y algo desenfadado, casi travieso. Pero la línea vocal acumula demasiadas irregularidades como para hablar de una gran creación, más allá de ese plano actoral.
El mejor del reparto fue sin duda Simon Keenlyside, bordando un Valentin intanchable, de línea firme, noble y en plenitud vocal. Fue muy convincente tanto en su comprometida intervención del primer acto, el “Avant de quitter ces lieux”, como en su muerte durante el cuarto acto. Muy solvente, por último, la Siebel de Renata Pokupic y el Wagner de Jihoon Kim. La veterana Diana Montague cumplió en su breve cometido como Marthe Schwertlein. También el coro dejó muy buen sabor de boca, destacando las intervenciones masculinas (ese coro de soldados, por ejemplo). Así las cosas, y habida cuenta de la desigual prestación de los tres solistas principales, se diría que fue una representación con menos brillo del que cabía esperar de un cartel tan plagado de supuestas estrellas vocales del panorama actual, unas consolidadas como Terfel, otras descollantes como Yoncheva o Calleja.
Foto: ROH / Bill Cooper
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