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Crítica: «Farinelli» de Bretón en el Teatro de la Zarzuela

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Autor: Raúl Chamorro Mena
20 de febrero de 2020

El eterno ideal de la ópera española

Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 17-II-2020, Teatro de la Zarzuela. Farinelli (Tomás Bretón). Maite Beaumont (Carlos Broschi, Farinelli), Nancy Fabiola Herrera (Beatriz), Leonardo Sánchez (Alberto), Rodrigo Esteves (Jorge), David Menéndez (Doctor), Manuel Fuentes (Director de orquesta), Emilio Gutiérrez Caba (Narrador). Coro y orquesta titulares del Teatro Real. Dirección musical: Guillermo García Calvo. Versión concierto.

   La lucha por parte de un importante grupo de nuestros mejores compositores del último cuarto del siglo XIX y principios del XX por crear una ópera española que compitiera con las potentes escuelas europeas es un capítulo muy importante de la historia de nuestra música. Aunque soy de los que piensa que el Teatro lírico Nacional Español lo representa la Zarzuela con todas sus amplias manifestaciones, no puedo soslayar que de esa pugna por la ópera española surgieron obras de calidad, que merecen la pena ser escuchadas y representadas y que en cualquier país con mínima inquietud por su tesoro artístico en general y el musical en particular no vivirían el absoluto olvido que padecen en el nuestro. No deja de ser llamativo, que las puertas del Teatro Real sigan cerradas en la actualidad a dichas obras, tanto como lo fueron en el momento de su composición, por lo que hay que aplaudir que el Teatro de la Zarzuela ejerza de genuino Teatro lírico Nacional con la programación, en este caso, de Farinelli de Tomás Bretón, una de las figuras más importantes de la música española, autor de una obra inmortal como La verbena de la Paloma y junto con Ruperto Chapí, aunque desde postulados distintos, uno de los más fervientes paladines de esa sempiterna búsqueda y ambición de crear una ópera nacional española.


   Absolutamente imprescindible para acercarse al conocimiento de la gestación, estructura y contenido musical de esta ópera es el artículo del programa de mano «Farinelli o la necesaria mirada hacia atrás» a cargo del profesor Emilio Casares Rodicio, incansable defensor del Teatro lírico español más olvidado. En dicho texto se subraya, que Farinelli, estrenada en el Teatro lírico en 1902, formaba parte de la primera temporada de dicho teatro (un recinto con 2900 localidades, nada menos, 80 profesores de orquesta y coro de 70 miembros, lo que da idea de lo ambicioso del proyecto) construido en la madrileña Calle Marqués de la Ensenada para dar cobijo a estas obras que no tenían acceso al Teatro Real dominado casi en exclusiva por la creación italiana.

   Farinelli es una obra musicalmente ecléctica, que mezcla comedia y drama y recibe influencias de Wagner, pero también de esa ópera italiana que «tiranizaba» el Teatro Real y con la que se pretende rivalizar, especialmente del verismo, del género buffo en las partes de comedia y también del estilo belcantista de algunos pasajes especialmente de la particella del protagonista Farinelli. Todo ello en un continuum musical de clara influencia wagneriana y con una trabajada y compleja orquestación (no olvidemos que Bretón fue autor, además de múltiples zarzuelas y varias óperas, de tres sinfonías y cuatro poemas sinfónicos, que merecerían más atención -más bien «algo de atención»- de nuestras orquestas) y una importante participación del coro. Cierto es que el libreto resulta un tanto disparatado con una versión sui generis y fuera del marco histórico de pasajes de la vida del famoso castrato, que permaneció 25 años en España al servicio del Rey Felipe V –como supuesto «sanador» de sus eternas melancolías- y en cuya corte adquirió enorme influencia.


   Antes de comentar el resultado artístico de esta segunda interpretación de las dos programadas, es justo volver a aplaudir la iniciativa del Teatro de la Zarzuela, que programará en sus próximas temporadas otras óperas españolas como Marianela de Pahissa o Circe de Chapí. Sólo hay que esperar que alguna vez sea en formato escénico. De momento, hay que conformarse con la versión concierto (en sentido estricto, con los cantantes estáticos y con apoyo de la partitura) y la habitual, últimamente, en este teatro «adaptación», que cuenta con la presencia como narrador de una figura de nuestra escena del calibre de Emilio Gutiérrez Caba, perteneciente a gloriosa estirpe de actores y que realizó las introducciones a cada acto a la altura de lo que cabe esperar de este actor de larga y rutilante carrera.

   Un tanto decepcionante la dirección musical de un maestro normalmente tan riguroso como Guillermo García Calvo, recientemente nombrado director titular del teatro. Una labor con su habitual elegancia y pátina musical, pero plana, sin contrastes, ni matices, ni vuelo alguno, que no resaltó apropiadamente las calidades de la orquestación de Bretón al frente de una orquesta sin color, sin empaste, con una cuerda «fantasma» y con algunos desajustes que, como digo, sorprenden en músico tan serio y riguroso. O bien no termina de creer en las calidades de la obra o, seguramente, no tuvo los suficientes ensayos. El coro evidenció la falta de miembros en una obra en que su presencia es fundamental, es un personaje más, con lo que faltó algo de vigor, de amplitud sonora, pero lo compensó con su habitual empaste y flexibilidad y logró dotar de enjundia a su grandiosa Salve final.


   Dos mezzos, algo insólito, corren a cargo de los papeles protagonistas, una de ellas en un ambiguo in travesti en los ropajes del famoso capón Carlo Broschi, Farinelli y la otra en el de su enamorada Beatriz. El timbre de Maite Beaumont, claro y de color sopranil, además de justo de caudal, carece de particular atractivo y riqueza tímbrica, pero la cantante es elegante y musical con un fraseo más cuidado que contrastado. Asimismo, la cantante navarra sorteó con corrección la agilidad de fliación belcantista requerida en muchos momentos de su parte, especialmente en su solo «Yo no soy un favorito». Por su parte, Nancy Fabiola Herrera, con un color más oscuro y mayor definición de mezzo, lució fraseo bien torneado con el fondo musical de siempre. Uno de los grandes momentos de la ópera es el gran dúo entre ambas mezzos en el acto segundo «tengo que hablarle» que sella la ruptura entre Farinelli y Beatriz. Atractivo el timbre del joven tenor mejicano Leonardo Sánchez como pudo comprobarse en su bella romanza del acto primero cantada con la apropiada efusión lírica y arrebato juvenil, aunque al margen de mejora en el aspecto técnico es amplio y muestra de ello fueron esas tensiones en sus ascensos a la franja aguda. David Menéndez demostró su gran profesionalidad y correctas maneras canoras en el cómico papel del doctor, igualmente Manuel Fuentes en la escena del ensayo del comienzo del acto segundo. El papel de Jorge, padre de Farinelli, personaje que comienza con fuerza, se va diluyendo para volver a retomar protagonismo al final de la obra, fue encarnado por el barítono brasileño Rodrigo Esteves –al que hace 22 años ví protagonizar en el mismo recinto otra de las óperas de Bretón, Los amantes de Teruel- con su timbre genuinamente lírico, pero sonoro y bien proyectado, además de acentos incisivos.  

Foto: Javier del Real / Teatro de la Zarzuela

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