Por Raúl Chamorro Mena
Valencia, 7-III-2021. Palau de Les Arts «Reina Sofía». Falstaff (Giuseppe Verdi). Ambrogio Maestri (Sir John Falstaff), Davide Luciano (Ford), Ainhoa Arteta (Alice Ford), Violeta Urmana (Quickly), Sara Blanch (Nannetta), Juan Francisco Gatell (Fenton), Chiara Amarù (Meg Page), Jorge Rodríguez-Norton (Doctor Cajus), Joel Williams (Bardolfo), Antonio di Matteo (Pistola). Coro de la Generalitat Valenciana. Orquesta de la Comunidad Valenciana. Director musical: Daniele Rustioni. Dirección de escena: Mario Martone
Giuseppe Verdi, piedra miliar del teatro lírico, culminó su fascinante evolución –la mayor que ha experimentado compositor alguno- con la carcajada de un octogenario, ya por encima del bien y el mal y que observa la vida con fina ironía y mordaz distanciamiento. La más académica de las fugas, ese «Tutto nel mondo è burla» con el que concluye Falstaff (Milán, Teatro alla Scala, 1893), sella el adiós a los escenarios (que no de la composición) del gigante de la ópera italiana, que quiso despedirse con una ópera cómica basada en textos de su admiradísimo Shakespeare. Como sucedió con la anterior Otello, Arrigo Boito ofrece al Maestro un magnífico libreto, en el que condensa «Las alegres comadres de Windsor» y «Enrique IV» centrándose en el personaje del orondo y fanfarrón Sir John Falstaff. Estamos ante un protagonista excepcional, no sólo porque está en escena la mayor parte del tiempo, si no porque toda la acción gira en torno a él, con la única excepción de los fugaces encuentros amorosos entre los jóvenes Nannetta y Fenton. Verdi prescribe una orquestación ligera, refinada, depuradísima, que permite el protagonismo de la palabra, con armonías audaces, variedad de ritmos y una mirada indisimulada al clasicismo, a lo que no es ajena la proporcionalidad de las seis escenas de similar duración que componen la obra. Efectivamente, Falstaff ha sido siempre más una ópera de crítica y musicólogos que de público y ni siquiera entre la mayoría de los más fieles verdianos es una ópera de su predilección. La falta de grandes arias de expansión vocal, un continuum basado en la labor de conjunto y que las melodías verdianas, en esta ocasión, aparecen y desaparecen, pues el autor no las exprime, al contrario, parecen diluirse en la charla de las comadres y los caóticos diálogos de los personajes masculinos, pueden explicarlo.
Pospuesta por los acontecimientos de la pandemia y con algún cambio en el elenco, el Palau de Les Arts pudo por fin presentar la última ópera de Verdi con el montaje de Mario Martone procedente de la Staatsoper berlinesa, donde la presenció el que firma estas líneas hace un año con dirección de Zubin Mehta. La puesta en escena del regista napolitano se basa en una alteración temporal que sitúa la acción en una gran ciudad actual, la propia Berlín probablemente, en la que Falstaff es una especie de capo de los bajos fondos al que rodean grafiteros, moteros, jovenes varios de tribus urbanas…, mientras las comadres son acomodadas burguesas de buen barrio que toman el Sol en la piscina de un espléndido chalet. Los decorados de Margherita Palli, habitual colaboradora de Martone, atesoran cierto atractivo y eficaz funcionalidad, excepto el último cuadro, y aunque a la dirección escénica le falta un punto de vivacidad, se puede afirmar que el montaje funciona hasta que llegamos a la última escena, que desnortada y mal iluminada, con un rojo dañino, tira por la borda toda la magia y misterios del bosque de Windsor, que es sustituido por una especie de fiesta psicodélico-rockera, monumento al feísmo y que arrincona a Verdi y a Shakespeare.
El barítono italiano Ambrogio Maestri es el Falstaff de los últimos años, de hecho, se trata del quinto que le veo en teatro –el primero fue allá por 2002 en el Teatro Real con la magnífica producción de Giorgio Strehler- y no cabe duda que el dominio y la indentificación del cantante con el personaje es total. Poco importan los problemas técnicos, las notas retrasadas, entubadas y con abuso de portamento en la zona de paso cuando Maestri, con un timbre de cierto atractivo y apoyado en un físico apropiado -con su pancione, como debe ser- acentúa siempre con intención y domina el sentido del decir, fundamental en la escritura vocal de esta ópera, basada en pequeñas células melódicas, en el dominio del declamado, frente a las largas, amplisimas, frases legato sobre tesituras onerosas en que se basa la producción verdiana anterior.
El Ford de Davide Luciano se fundamenta en la expresividad, flexibilidad y sentido cómico propios de su formación rossiniana, frente a un material vocal gris, modesto en cuanto a volumen, empaste y extensión, lo que le penaliza en la única gran aria comparable a las genuinas de la producción verdiana presente en Falstaff, la llamada «Aria delle corna», cuya interpretación resultó más bien discreta.
El carisma y empaque de Ainhoa Arteta se imponen en una Alice Ford que camina por el escenario, más que como una comadre inglesa, con el tronío y distinción de una duquesa del Imperio austrohúngaro, ya sea en bañador, con albornoz, o vestida de cuero cual rockera o dominatrix. El timbre de la soprano tolosarra se mantiene sano y firme, bello y siempre reconocible, si bien que cada vez más denso, acusa cierta pesantez en úna ópera que exige ligereza por encima de todo. Arteta convoca su indudable musicalidad y dotes de vocalista con la habilidad para saber emerger en los momentos adecuados en una ópera tan coral. Muy buena impresión me causó Sara Blanch en una notable Nanetta, exultante de frescura y juventud. Es una alegría escuchar una soprano española que, de verdad, tiene las mejores condiciones sobre las que cimentar un gran futuro. Si bálsamo auditivo resulta el contacto con el timbre de la soprano tarraconense, por su lozanía, dulzura y homogeneidad, alegría desbordante me invade al comprobar su ortodoxa colocación y apoyo sul fiato que garantizan una impecable proyección. Cierto es, que a los correctamente posicionados filados (bien mantenido y proyectado el sonido en la vocal u en «anzi rinnova come fa la luna») les falta algo de remate y que hay margen de mejora en cuanto matices, pero una voz apoyada sul fiato y una emisión mórbida, además de rara avis hoy día, son base fundamental para el canto, aunque parece haberse olvidado en la lírica actual. La bellísima, elegantísima, aria de la Regine delle fate del último cuadro «Sul fil d’un soffio etesio» fue un gran momento de la noche en la voz de Sara Blanch con un impoluto acompañamiento del coro. La grave tesitura de Mistress Quickly –papel estrenado por una cantante de la predilección del Verdi maduro y con la que le unía una gran amistad, Giuseppina Pasqua- deja en fuera de juego a la veterana Violeta Urmana, que apenas puede mostrar en algún momento fugaz la belleza que aún conserva un timbre que ya acusa desgaste.
Si a ello se une, más que una discutible vis cómica, la ausencia total de la misma, se puede concluir, que estamos ante una interpretación que no añade nada de gloria a la carrera de la Urmana. El tenor Juan Francisco Gatell mostró su consabido timbre liviano y filiforme en el papel del joven Fenton. Su gran momento, el soneto «Dal labbro il canto estasiato vola» con una primorosa orquestación que evoca los misterios del bosque nocturno, estuvo correctamente cantado, con decoro y buen gusto, pero faltó magia, fantasía y efusión lírica. Bien es verdad, que tampoco hubo bosque. Chiara Amarù prestó su buen material a Meg page, pero faltó un punto de relieve en los acentos. Muy flojos, tanto el prácticamente inaudible tenor Joel Williams como Bardolfo, como el engolado y opaco bajo Antonio di Matteo como Pistola. Mejor Jorge Rodríguez-Norton, que se hizo oir con asumible proyección y limpia articulación, en su Doctor Cajus.
La dirección musical de Daniele Rustioni se situó en las mismas coordenadas de la ofrecida en su Falstaff del Teatro Real en 2019 con la diferencia favorable, que la orquesta de Les Arts, aunque ha perdido algunos enteros, sigue siendo netamente superior a la del foso del coliseo madrileño. El director milanés aseguró pulcritud, aseada técnica, organización, ligereza, buen sonido, competente concertación y acompañamiento al canto. Sin embargo, la falta de fantasía, de chispa, de contrastes sellaron una labor más bien plana y sin aristas. No logró, por un lado, traducir en todo su esplendor los hermosos detalles orquestales de un Verdi en pleno magisterio, ni tampoco la burbujeante teatralidad de esta obra maestra.
Foto: Web Palau de les Arts «Reina Sofía» de Valencia
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