Por Alejandro Martínez
7/6/2014 Amsterdam: Dutch Opera. Verdi: Falstaff. Ambrogio Maestri, Fiorenza Cedolins, Maite Beaumont, Daniella Barcellona, Massimo Cavalletti, Paolo Fanale, Lisette Oropesa y otros. Royal Concertgebouw Orchestra. Daniele Gatti, dir. musical. Robert Carsen, dir. de escena.
Pocas veces se tiene la fortuna de asistir a un espectáculo coralmente tan bien servido como este Falstaff que pudimos ver en la Dutch Opera (antes Neederlandse Opera) de Amsterdam. Desde la producción de Carsen a la batuta de Gatti pasando por todo el reparto, nada desentonó a la hora de brindar una representación casi ideal. Sin duda la partitura de Falstaff se presta antes que otras a esta sensación de labor de conjunto. Siempre y cuando, por supuesto, se cuente con un protagonista de la solvencia de Ambrogio Maestri, que parece nacido para encarnar a este bribón verdiano. Seguramente Maestri nunca ha cantado también como en estos momentos. Él es Falstaff. Lo encarna, lo vive, lo recrea. Hay una continuidad absoluta, casi una mimetización, entre el intérprete y el papel. Su Falstaff es campechano y temperamental a partes iguales. Nos atrevemos a decir que desde los tiempos de Renato Bruson y Juan Pons, y a excepción de ese singularísimo artista que es Bryn Terfel, no ha habido otro intérprete de Falstaff tan logrado como Maestri. No en vano viene paseando su encarnación por todos los grandes escenarios del mundo, de Salzburgo a Nueva York pasando por la Scala y el Covent. “‘¡Falstaff inmenso!”, como dice Pistola en el primer acto.
Como ya dábamos a entender, Falstaff, excepción hecha de su protagonista, es una obra coral. En esta ocasión se dispuso un equipo muy capaz de secundarios, con presencias de lujo como las voces de Fiorenza Cedolins o Daniella Barcellona. La primera, como Alice, retiene la clase aunque el timbre dista ya de ofrecer la plenitud de sus mejores tiempos. La segunda no es voz lo suficientemente impactante para la parte de Quickly, pero es una actriz implicada y cómplice. Impecable la Meg de Maité Beaumont. Junto a ellas destacó el espléndido Ford de Massimo Cavalletti, crispado, cómico y muy bien cantado, con una voz en plenitud. Lisette Oropesa firmó una Nannetta ideal y Paolo Fanale cumplió como Fenton. Intachable la labor del resto de comprimarios, destacando el Dottore Cajus de Carlo Bosi.
Contar con la Orquesta del Concertgebouw en el foso supuso un auténtico lujo. Daniele Gatti nos ha parecido siempre una batuta un tanto sobrevalorada. En esta ocasión dispuso una dirección vertiginosa, de concertación arriesgada por momentos, pero solvente; una versión un punto apresurada, sí, pero muy teatral, al menos. En escena se disponía la producción de Robert Carsen, anteriormente vista ya en el Met, en el Covent y en la Scala. Estamos ante un trabajo de gran teatralidad, con escenografía de Paul Steinberg, que deslumbra ya desde el primer acto, con un Falstaff socarrón ocupando una gran suite de hotel en los años cincuenta. La producción funciona excepcionalmente durante los dos primeros actos, aunque curiosamente su fortuna desciende drásticamente en el tercer acto, menos acertado Carsen a la hora de resolver el cuadro cómico bajo la encina. Tampoco la iluminación, del propio Carsen junto a Peter van Praet, ofrecía lo mejor de sí en esta escena, que afea un tanto una propuesta muy notable en conjunto. Muy bien trabajado el vestuario por parte de Brigitte Reiffenstuel.
Foto: Clärchen Baus
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