Crítica de Raúl Chamorro Mena de los conciertso ofrecidos por Fabio Luisi y la Sinfónica de Dallas en Madrid para Ibermúsica, con Thomas Hampson y James Ehnes como solistas
La dorada madurez de Fabio Luisi
Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 5 y 6-VI-2024, Auditorio Nacional. Ciclo Ibermúsica. 4-VI-2024. Concierto para violín, 0p. 64 (Felix Mendelsshon), James Ehnes, violín. Sinfonía nº 6, Op. 74, “Patética” (Piotr Tchaikovsky). 5-VI-2024. What keeps me awake (Angélica Negrón). Cuatro canciones de Whalt Whitman (Kurt Weill). Thomas Hampson, barítono. Sinfonía nº 5, Op. 64 (Piotr Tchaikovsky). Dallas Symphony Orchestra. Director: Fabio Luisi
Brillante cierre de la temporada 2023-24 de Ibermúsica con la visita de la Sinfónica de Dallas y el veterano director italiano Fabio Luisi al frente. La agrupación Texana encuentra sus orígenes en el comienzo del siglo XX y ha contado con directores titulares de prestigio, pero puede considerase al gran Antal Dorati como el Maestro que consolidó la orquesta y forjó su categoría.
La centuria norteamericana ha comparecido en Ibermúsica, después de su anterior visita en 1985, con el director italiano Fabio Luisi, de carrera un tanto irregular y que personalmente nunca me había convencido, pero que ha demostrado a sus 65 años encontrarse en una espléndida madurez.
La base de ambos eventos la constituía la interpretación de las dos grandes sinfonías de Piotr Chaikovsky, Quinta y Sexta, de las siete de su catálogo, si consideramos Manfredo, no numerada, como una más.
Luisi expuso la emblemática Patética con gesto preciso, sin batuta, mando firme, sin aspavientos, y clarividente sentido organizativo. Después del lóbrego comienzo, batuta y orquesta delinearon con el intenso lirismo y la cantabilità propia de un director italiano, la inspiradísima melodía central del primer movimiento –molto cantabile indica el compositor-, además de preparar convenientemente, con el debido efecto y contraste, el estallido orquestal con el que comienza la sección de desarrollo. El segundo movimiento surgió con la innegociable gracia y ligereza, el vals con todo su sentido danzable, tributario de los ballets del gran músico ruso. Magnífica prestación de las maderas. La espectacularidad del tercer movimiento resultó sabiamente graduada por Luisi con una marcha, ampulosa, vibrante, pero sin cruzar nunca la línea del exceso y que en inexorable y bien administrado crescendo culminó en apoteósica punta. Tanto, que parte del público prorrumpió en aplausos. La capacidad para contrastar cada movimiento por parte del director genovés encontró su cúspide y remate en el desolador cuarto, en el que emerge conmovedora el alma desgarrada de Tchaikovsky. Después del arrollador tercero, Luisi y la Sinfónica de Dallas expresaron toda la tristeza y devastación del último capítulo de una pieza que se estrenó apenas una semana antes del fallecimiento del compositor.
Luisi y la orquesta de Dallas ofrecieron la misma propina al final de ambos conciertos en una radiante interpretación. Se trata de la estupenda obertura de la ópera Ruslán y Lyudmila de Mikhail Glinka, considerado el «padre de la ópera rusa».
Previamente, en la primera parte del concierto del día 4, se interpretó uno de los conciertos para violín más paradigmáticos e interpretados, el de Felix Mendelsshon. La sublime melodía que introduce, alumbra y articula todo el concierto no fue expuesta con el apropiado vuelo y brillantez por el canadiense James Ehnes, que comenzó algo duro. Posteriormente, se fue asentando su sonido, bien cuidado y homogéneo, pero no especialmente bello ni singular y, sobre todo su musicalidad y fraseo bien trabajado. Unas notas altas sin expansión, en las que el sonido queda como taponado, y la falta de calor y de comunicatividad de una interpretación muy sobria, casi adusta, no empañaron un magnífico segundo movimiento, delineado con elegancia y un lirismo más distinguido que efusivo. Tanto en la cadencia del primer capítulo como en el exigente tercero, Ehnes demostró un virtuosismo apreciable, pero no especialmente deslumbrante. Ardoroso y tenso, Fabio Luisi acompañó con atención al violinista canadiense, como si fuera un cantante lírico, en un Mendelsshon sin asomo de pesantez, italiano, como al compositor le gustaba. Muy generoso Ehnes, ofreció dos propinas. La Sonata número 3 de Eugène Ysaye en notable traducción y un Bach un tanto desangelado.
La magnífica Quinta sinfonía suma a la fascinante inspiración melódica de Tchaikovsky, su dominio de la orquestación, la efusión postromántica y una carga melancólica que se expresa a través del inexorable tema del destino que articula la obra.
El solista de clarinete de la Sinfónica de Dallas, que ya había brillado el día anterior, introdujo el tema el día 5 con la apropiada dosis de misterio e inquietud y Luisi volvió a demostrar un lúcido sentido de la construcción, claridad y limpieza de texturas orquestales, cuidado sonido, pulso, apropiada articulación y capacidad para perfilar transiciones, además de tempi equilibrados y coherentes, y de diferenciar cada movimiento sin olvidar el sentido global de la obra con ese tema del destino siempre presente. El solista de trompa, no sin poder evitar una leve inseguridad, escanció la sublime melodía al comienzo del segundo movimiento, para que la batuta administrara con habilidad las diversas reexposiciones y prepararar el gran clímax de la orquesta al completo. Elegante y refinado resultó el vals del tercer movimiento, que nos vuelve a situar en el mundo del ballet tan querido por el músico ruso. Brillante, con todo su tono triunfal, el final. Notable nivel de la orquesta con unas espléndidas maderas y una cuerda tersa y de apreciable empaste.
La primera parte del concierto del día 5, que cierra la presente temporada de Ibermúsica, la ocupó la breve composición de 2008, «What keeps me awake-Lo que me mantiene despierta» de la compositora portorriqueña Angelica Negrón. Luisi y la Dallas Symphony -en este su estreno en Madrid- expusieron con claridad y sonido bien calibrado la composición de agradable escucha y que cuenta con especial participación del arpa, en una especie de constante ostinato que recorre la breve pieza.
Una pena que se encargara una obra tan interesante y poco programada como las cuatro canciones de Kurt Weill sobre textos de Walt Whitman, a un cantante tan en declive como Thomas Hampson. Un nombre lustroso sí, pero más allá del lógico idiomatismo, actualmente, en comatoso estado vocal. El barítono estadounidense, que nunca pudo presumir de material muy dotado, ahora se encuentra en el chasis vocal, con una voz desgastada, sin timbre, sin un armónico y todo ello en un cantante, al que la técnica, que nunca tuvo, no le puede auxiliar. Así las cosas, no hubo rastro del tono épico en «Beat! Beat dreams», todo lo tuvo que poner la orquesta ante un barítono inaudible en la mayor parte de la pieza. Afonía vocal, asperezas, sonidos entubados, otros abiertos, siempre duros, presidieron “Oh Captain! My captain” y «Come up from the fields, Father». En la última «Dirge for two veterans», Hampson llegó al límite, forzadísimo, sin aire, y con una ensalada de sonidos abiertos y apoyados en la nada. Al menos se pudo disfrutar del colorido de la orquestación de Weill. La especie de charlotada a modo de propina, en la que Hampson reclamó la implicación del público con palmitas, fue un vano intento de hacer olvidar una incapacidad vocal manifiesta.
Fotos: Rafa Martín / Ibermúsica
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