Crítica del concierto de la Sinfónica de Castilla y León, con el trompetista Hakan Hardenberger bajo la dirección musical de Fabien Gabel
Entre lo que fue y lo que pudo ser
Por Agustín Achúcarro
Valladolid, 7-XI-2024. Auditorio de Valladolid, Sala Sinfónica Jesús López Cobos. Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Solista: Håkan Hardenberger, trompeta. Director: Fabien Gabel. Obras: Pelléas et Mélisande, op. 80 de Fauré, Aerial de HK Gruber, Danza de los siete velos (Salomé, op.54) de Richard Strauss y La tragedia de Salomé, op.50 de Florent Schmitt.
La Orquesta Sinfónica de Castilla y León dedicó el concierto a las víctimas de la tragedia de Valencia, por lo que a la música le precedió un silencio absoluto. Después, Pelléas et Mélisande de Fauré bajo la dirección de Fabien Gabel. Es curioso que su dirección, ejemplar en la labor de conjunto, en la forma de equilibrar el balance orquestal, no pareciera suficiente. En realidad, y eso ocurrió durante todo el concierto, el director pudo extraer más de las obras y de la orquesta. Y en esta primera, se notó en su Preludio, en los crescendos y diminuendos, y en ciertos contrastes, en particular en «La muerte de Mélisande». No es menos cierto que la obra tiende a crear una atmósfera serena, tan propia de Fauré, incluso allí en donde esa característica es menos obvia, y el conseguir un equilibrio, el no sobrepasarse, no resulta una tarea sencilla. Las intervenciones solistas y su acople a la orquesta resultaron de lo más convincente, como se comprobó en las sugerentes melodías de la flauta y el arpa en la «Siciliana». Seguramente se pudo llegar más lejos en el peculiar carácter trágico de «La Muerte de Mélisande», aunque con eso se hubiera podido romper la mesura propia de Fauré. No se hace aquí referencia tanto a cambios de volumen, como de colores y timbres.
Después, abordaron Aerial de HK Gruber, estrenada en el Royal Albert Hall londinense, en 1999, por el trompeta Håkan Hardenberger, el mismo que interpretó la obra con la Sinfónica de Castilla y León. La partitura empieza explorando los armónicos de la trompeta. El solista utilizó dos trompetas diferentes, en do y piccolo, y un cuerno de vaca, además de diversas sordinas, y sorteó los pasajes en los que el instrumento fue llevado a los extremos de su registro, aunque no siempre sonara limpio, y abordó hábilmente los complejos saltos intervalitos. En realidad, Hardenberger nunca le volvió la cara a una composición tan compleja como agotadora. En «A bailar», la mezcla de lo popular, del jazz, de las bandas, provocó una combinación, entre solista y orquesta, de ágil y diversa rítmica, que terminó por descuadrar en exceso a la orquesta. Original la parte de la percusión, las exigencias sonoras del solista y la participación de la familia de saxos. Quizá el que esta obra no estuviera rodeada del programa más adecuado, que el director no fuera el más idóneo, o que la orquesta no acabara de empatizar con la obra y el director, o todo a la vez, influyó en el desigual resultado final.
El resto del concierto consistió en una mirada al personaje de Salomé desde ópticas bien distintas: primero con la Danza de los siete velos (Salomé) de Richard Strauss y luego con La tragedia de Salomé de Florent Schmitt. Una vez más Gabel puso de manifiesto su capacidad para encontrar el punto de ponderación orquestal, al tiempo que no saltaba una determinada barrera. En la obra de Strauss, esa combinación entre lo exótico, lo sensual, o lo perverso, junto a una densidad sonora abrumadora y una amplia variedad rítmica y melódica, con un cromatismo siempre presente, daba para algo más que una correcta confluencia de todos esos elementos.
Con respecto a La tragedia de Salomé de Schmitt, recuerda mucho a Debussy sin ser Debussy, y probablemente cuanto más se sale de ese universo resulta más original. La obra compuesta originalmente para un drama danzado, en 1907, fue reelaborada por el propio compositor para orquesta sinfónica, con una duración mucho menor, y se estrenó en 1911. Esta fue la versión que interpretó la OSCyL. Una vez más, surgieron los solistas, los pasajes camerísticos, como lo más preeminente, dentro de un contexto orquestal bien llevado, en el que se podía haber profundizado más. Palmario en el caso de la «Danza de los relámpagos» y la «Danza del pavor», en las que faltó mayor carga emocional y un ritmo más dinámico. Por poner un ejemplo de la labor de los solistas, mencionar el ambiente provocado por el contrafagot y el clarinete bajo. Un concierto que, desde la propuesta de las obras programadas hasta su interpretación, pudo ser más, lo que en parte quizá vino propiciado porque Fabien Gabel no arriesgó lo suficiente.
Foto: OSCyL
Compartir