Por Pedro J. Lapeña Rey
Madrid. Auditorio Nacional. 19-II-2018. Ciclo de Ibermúsica. EvgenyKissin, piano. Cuarteto Kopelman. Cuarteto con piano n° 1en sol menor, K.478de Wolfgang AmadeusMozart. Cuarteto con piano n° 1 en la menor, Op. 15 de Gabriel Fauré. Quinteto con piano en la mayor, Op. 81 de Anton Dvorak.
Repóquer de ases el que este lunes ha reunido Ibermúsica en la Sala Sinfónica del Auditorio Nacional, con la presencia del pianista Evgeny Kissin y con el prestigioso Cuarteto Kopelman. Para un servidor, Evgeny Kissin se encuentra en el mejor momento de su carrera. Su reciente matrimonio le ha sentado de maravilla al igual que su regreso a Europa, y a sus sempiternas calidades técnicas, a su rico sonido en ambas manos –sobre todo esa prodigiosa mano izquierda que suele ser el hándicap de muchos grandes intérpretes– y su proverbial capacidad para construir obras complejas, le ha sumado en estos 2 o 3 últimos años, un componente musical del que no estaba sobrado en el pasado –esa facilidad para trasmitir, que dicen los taurinos, y para convencer más que para apabullar–. Como ejemplo significativo, su concierto de octubre pasado que también reseñamos aquí.
Por su parte, Mikhail Kopelman ha sido probablemente el mejor primer violín de un cuarteto de cuerda en las dos últimas décadas del siglo pasado siglo. Sus veinte años (1976-1996) en el Cuarteto Borodin donde sustituyó al mítico Rostislav Dubinsky son legendarios y en Madrid pudimos verles en numerosas ocasiones, entre ellas sus dos ciclos completos de los cuartetos de Dmitri Shostakovich. Tras su controvertida decisión de dejar el Cuarteto Borodin para integrarse en el Cuarteto de Tokio sustituyendo a Peter Oundjian –tras el breve paso de Andrew Dawes–, muchos pensamos que sería el fin de las dos formaciones. Ambos cuartetos eran fabulosos, pero tan distintos entre ellos, que el cambio se antojaba complicado. Con el tiempo lo hemos entendido –pesó sobre todo la decisión de Kopelman de irse a vivir a los Estados Unidos– pero como era de prever, el cambio no funcionó todo lo bien que ellos pensaban, y seis años después también dejó el Tokio para fundar su propio cuarteto, junto a tres instrumentistas excepcionales: el violinista Boris Kuschnir, el viola Igor Sulyga y el violonchelista Mikhail Milman, estos dos últimos componentes de los Virtuosos de Moscú, y todos ellos compañeros de estudios en el Conservatorio de Moscú.El conjunto cuajó y en sus primeras visitas a Madrid en 2006, pudimos apreciar que iban a seguir la línea interpretativa del Borodin.
Por su parte, tras pasar unos años de transición y ajuste, el nuevo Borodin ha vuelto por sus fueros, mientras que el Tokio sobrevivió diez años con Martin Castor y se disolvió en 2013 tras jubilarse sus dos miembros japoneses.
Si ya de por sí, la presencia de este auténtico repóquer de ases era suficiente reclamo para asistir al concierto, no lo era menos el programa. Es muy difícil poder escuchar en directo obras de cámara distintas a los cuartetos de cuerda tradicionales. Primero porque el resto de formaciones de cámara no suelen estar formadas de manera regular, y segundo porque a los cuartetos no les suelen gustar los “extraños”.
En la primera parte del concierto, Boris Kuschnir, el segundo violín, se quedó en los camerinos, y tuvimos dos cuartetos con piano. Empezó con el primero de los cuartetos con piano de Mozart. Sin tener quizás el nivel de sus últimos cuartetos o de sus estupendos quintetos de cuerdas, la obra requiere ya un alto grado de virtuosismo por parte de los cuatro instrumentistas. Desde la primera frase del piano, el Sr. Kissin dijo “aquí estoy yo”, y el resultado final fue bastante bueno. El Allegro inicial tuvo la contundencia necesaria en un movimiento casi beethoveniano. El Andante, tocado con dulzura, fue emotivo, y el Rondó final tuvo la brillantez y la intensidad necesaria, con los músicos tan conjuntados, que parecía que tocaran juntos todos los días.
Es de destacar que con instrumentistas de este nivel, el hándicap de tocar música de cámara en la Sala Sinfónica del Auditorio se mitiga y varios amigos situados en la parte alta del Segundo anfiteatro me comentaron que el sonido llegaba rico y armónico.
Con el Cuarteto con piano n° 1 en la menor, Op. 15 de Gabriel Fauré nos encontramos con una obra de gran nivel. Compuesta en varias fases entre 1876 y 1879 es una de sus obras más populares. La interpretación subió de nivel desde el Allegro moderatoinicial, cálido e intenso, y fraseado de manera ejemplar. El Scherzo, luminoso, tocado primorosamente desde las frases iniciales con el piano dibujando la melodía sobre los pizzicatos, aunó lirismo y brillantez. Con el Adagio, melancólico, cantado y fraseado de manera primorosa, alcanzamos un clímax de tensión, del que nos relajó el memorable Allegro molto final, llevado a gran velocidad, con transparencia plena, amplia gama de colores y con una conjunción impecable.
La segunda parte estuvo dedicada a esa maravilla que es el Quinteto con piano en la mayor, Op. 81 de Anton Dvorak, una de las páginas más importantes del repertorio camerístico. No la había visto interpretada a este nivel desde hace casi 20 años cuando el mítico Cuarteto Panocha y junto AndrásSchiff nos dieron una de esas versiones que no se olvidan. La espera ha merecido la pena, porque ésta que nos dieron el Kopelman y Kissin, tampoco la vamos a olvidar.
Un vibrante e intenso Allegroinicial, tocado a velocidad de vértigo, con un nivel de virtuosismo insultante, y con un nivel de tensión inaguantable dieron como resultado que medio Auditorio hiperventilara a su término. En la preciosa Dumka y el Furiant posterior, la ejecución fue ejemplar, con un fraseo primoroso. El Allegro final, también fue de cortar el hipo. Cantado con pasión por los cinco intérpretes, en sus manos pareció un juego de niños.
El público habitual de Ibermúsica, mas acostumbrado a grandes orquestas que a grupos de cámara, estalló en esta ocasión como pocas veces he visto. Tras vítores y ovaciones interminables, los intérpretes correspondieron tocando fuera de programa dos propinas clásicas: el Scherzo del QuintetoOp. 57 de DmitriShostakovich, con un control del ritmo y una brillantez de primer nivel, y posteriormente, rebajaron el nivel de euforia con una interpretación lirica aunque másrelajada delAndante del Quinteto op 34 de Johannes Brahms.
Compartir