Por Agustín Achúcarro
Valladolid. 23-XI-2017. Auditorio de Valladolid, Sala Sinfónica. Veni, Veni, Emmanuel (Concierto para percusión y orquesta) de James MacMillan. Sinfonía nº5 en si bemol mayor, op. 100 de Serguéi Prokófiev. Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Solista: Evelyn Glennie. Director: Yan Pascal Tortelier
Veni, Veni, Emmanuel de MacMillan es una obra excepcional y el mero hecho de programarla supone un éxito en sí mismo. La Orquesta Sinfónica de Castilla y León consiguió completar una versión pujante, que en esencia logró dar con el universo sonoro de este compositor. Tal vez se remarcó sus secciones en grupos bastante monolíticos, lo que pudo provocar que en cierta forma se diluyera parte de la inmensa gama de timbres y de colores, que posiblemente sean lo más concluyente de la partitura a la hora de reflejar tanto sus aspectos más pujantes, como su espiritualidad. Evelyn Glennie, la percusionista solista que estrenó la obra en 1992, aportó una constante comunicación con la orquesta, con la que se acopló perfectamente, a lo que sumó una sólida técnica y una visión artística de marcada personalidad. Percusionista y orquesta tendieron a primar los aspectos más enérgicos, sin que esto conllevara el obviar los elementos más sugestivos, como hizo Glennie ante la marimba o el vibráfono y en un final con las campanas de elevada interiorización espiritual.
Resultaron de insólita factura los ritmos irregulares, el vigoroso inicio a modo de fanfarria o los pasajes en que la música se hizo frágil y movía a la reflexión.
Glennie tiene una discapacidad auditiva desde su infancia y se ha forjado como músico partiendo de este hecho, lo que le ha llevado a considerar el sonido como algo que se percibe con todo el cuerpo. Sin ser irrelevante este aspecto de partida, hoy en día está muy por encima su personalidad musical y suconcepción intelectual y emocional de las obras.
En la originalísima Sinfonía nº 5 de Prokófiev comenzaron el primer movimiento de manera algo irregular, particularmente en aspectos dinámicos y de coloración entre secciones, tanto en su primer clímax como en la melodía contrastante posterior. El director Yan Pascal Torlelier y la OSCyL cambiaron a partir de aquí, aunque los citados contrastes pudieron surgir de manera más diversa tanto en este movimiento como en ciertos momentos del resto de la obra. La variedad del Scherzo partió de la buena labor realizada por el oboe, con esa participación entre grotesca e irónica, al igual que ocurrió con los violines y el clarinete. Aquí sí que se apreció el contraste ante una parte más lenta y la vuelta a un colorido sugerente, propuesto en particular por el viento madera y las trompas.
Se sintió intenso el lirismo del Adagio y el pulso marcado por la percusión y por el resto de la orquesta, con un unísono de los clarinetes muy eficiente. Melodía, timbres y colores tuvieronun equilibrado protagonismo, al igual que los cambios de tensión.
Los chelos trajeron un sugerente recuerdo del tema principal en el movimiento conclusivo y el clarinete abrió eficaz un universo de divergencias, bien entretejido, para concluir con una indudable exuberancia sonora. El director y la OSCyL demostraron su capacidad para interpretar la sinfonía sin fisuras, con conceptos claros, en los que lo que se quiso hacer se llevó a cabo.
Fue un acierto el que la OSCyL, que está recurriendo a concertinos invitados, lo que a medio plazo debería llevarles al nombramiento de uno fijo, contara con Teimuraz Janikashvili, un violinista que ya desarrolló eficazmente esta labor con la orquesta.
Foto: OSCyL
Compartir