Por Alejandro Martínez
24/06/2014 Madrid: Teatro Real. Eva-Maria Westbroek, soprano. Orquesta Sinfónica de Madrid. Alejo Pérez, dir. musical. Obras de Elgar, Barber, Wagner y Strauss.
De un tiempo a esta parte Eva-Maria Westbroek nos suscita sensaciones agridulces. Por un lado son indudables la clase y la altura de su canto, pero también aparecen aquí y allá tensiones y sonidos esforzados que delatan una erosión generalizada de su instrumento. Quizá un repertorio cada vez más pesado y dramático le esté pasando factura, como ya dejamos entrever al hilo de su Katia Kabanova en Berlín. En esta ocasión Westbroek, con esa figura imponente y serena, mitad Valquiria, mitad Gracia de Rubens, protagonizaba una de las Noches del Real con un programa escueto centrado en dos partituras, el Knoxwville: Summer of 1915 que Barber compusiera en 1947 para Eleanor Steber y los Wesendonck Lieder de Wagner. Un programa corto pero intenso, que supo a poco, y que se vio redondeado tan sólo con una propina, también de Barber. Su canto se esfuerza por sonar emotivo y sensible, y el timbre ofrece un centro esmaltado y redondo, ideal para estos versos, evocadores e intensos. La cantante se afana en buscar una emisión variada, pero los filiados y pianos no terminan de redondearse en su garganta. Su Barber tuvo el tono y acento esperados, pero echamos de menos una interpretación más personal y confiada de la partitura wagneriana, que sonó desigual, brillando ciertamente Westbroek en los tres últimos, Im Treibhaus, Schmerzen y Träume, en claro contraste con el enfoque, más bien genérico, que había marcado su interpretación de las dos primeras piezas del ciclo.
El programa lo completaban dos piezas orquestales: la obertura Cockaigne de Elgar y Muerte y transfiguración de Strauss. Alejo Pérez no nos dejó una impresión demasiado favorable. Brilló más, sin duda, su labor en el acompañamiento a Westbroek, mucho más medido y cálido, que al frente de estas partituras mencionadas, donde se antojó generalmente alborotado y presuroso, especialmente superado por las exigencias de ese complejo Strauss, que demanda una exposición mucho más meditada y elaborada, más rica en contrastes y matices, no tan envarada. A decir verdad, lo esforzado e intenso de sus ademanes no corresponde a lo que la orquesta comunica a sus órdenes. Y es o que la orquesta titular del Real respondió con sobrada solvencia, ofreciendo un sonido bien timbrado, neto, sin fisuras, pero hubiera dado más de si ante una batuta con más vocación.
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