Una entrevista de Alejandro Martínez
Aupada en apenas cuatro años desde los pequeños teatros italianos en los que debutó a los principales escenarios de Europa, la mezzosprano Annalisa Stroppa regresa por segunda vez al Gran Teatro del Liceo, donde ya estuviera presente hace unos meses como Rossina en El barbero de Sevilla. Codalario ha compartido con ella una extensa conversación acerca de sus inicios, y en torno a sus sus sensaciones sobre su vertiginosa trayectoria. Bajo los ojos oscuros y luminosos de una italiana genuina nacida en Brescia, se deja entrever de tanto en tanto una mujer de firmes convicciones, combativa y con una fe auténtica en su dedicación a la lírica.
Es su segunda vez en Barcelona, es segunda vez con el rol de Adalgisa y a decir verdad no hace demasiados años, apenas cuatro, que inició su carrera profesional, aunque su trayectoria comenzó mucho antes, ya durante sus años en el conservatorio, coon pequeños roles en pequeños teatrtos y numerosos conciertos. ¿Cómo se siente con esta trayectoria ciertamente vertiginosa?
Debo de decir que es una gran satisfacción para mí estar por segunda vez en Barcelona, en un teatro tan importante y hermoso como el Liceo y además con un papel tan importante como el de Adalgisa. Debuté hace unos meses aquí, el pasado septiembre, con Rossina en El barbero de Sevila, y me confieso enamorada de este teatro y de esta ciudad. Me atrae ahora especialmente la ocasión de interpretar con Adalgisa un papel tan distinto al de Rossina, para ofrecer al público digamos mi capacidad para expresarme tanto en un lenguaje más cómico como en otro más dramático e intenso. Como decía no hace tantos años que comencé mi carrera, apenas cuatro años y medio de carrera profesional, y por eso me considero verdaderamente afortunada de tener ocasiones como esta para seguir creciendo como intérprete, como artista y entre tanto también como persona. Porque al margen del trabajo como tal en el teatro poco a poco he ido tomando consciencia de que esta profesión es verdaderamente una forma de vida y debe asumirse como tal. Por eso cada nuevo papel, cada nueva producción, cada nuevo teatro es una escuela más que te ayuda a seguir adelante.
¿Se imaginó alguna vez llegar a tener una trayectoria profesional como la que vive ahora mismo?
Confieso que cuando empecé a estudiar canto jamás habría imaginado llegar donde estoy ahora. Pero a decir verdad es lo que siempre había querido, algo deseado fuertemente y verdaderamente ansiado en mi caso. He trabajado muy duro para conseguirlo y todo lo logrado es de algún modo como una recompensa por todo el empeño dedicado a esto y por todos los sacrificios que he tenido que hacer. Es cierto que en última instancia todo depende de tu trabajo y de tu disciplina, y es una vida ciertamente sacrificada a veces, pero hay algo detrás de todo esto que es como un don, como un regalo que debes cuidar y del que te debes hacer cargo.
¿Cómo ha vivido estos cuatro años de carrera, tan rápidos?
Han sido muy intensos desde el punto de vista de mi trabajo profesional, digamos. Comencé venciendo algunos concursos, lo cual fue muy importante a la hora de medirme con mi misma, con mis capacidades a la hora de afrontar cada reto. Cuando hablo de los retos me refiero sobre todo a los retos con uno mismo, que son siempre los más importantes. Esos concursos fueron muy formativos para mí y me dieron acceso a mis primeros trabajos, en roles como Maddalena en Rigoletto, Carmen en La tragedia de Carmen en 2010 en Spoleto o Mercedes. Esas primeras experiencias fundamentales porque este mundo del teatro sólo se conoce si se vive desde dentro y cuando se está al cargo de partes pequeñas se tiene mucho tiempo para observar, escuchar y tomar nota de todo. Para mí todo aquello fue un descubrimiento.
Como para un niño pequeño, cuando descubre un mundo nuevo.
Exacto. Para mí fue como si un sueño se fuese haciendo realidad poco a poco. Fue una alegría inmensa ver que poco a poco iba conformando una carrera profesional. Llegó entonces la ocasión que me abrió realmente la puerta a una carrera profesional y que es la gran ocasión que yo considero como mi verdadero debut. Me refiero por supuesto a I due Figaro con el maestro Muti en el Festival de Salzburgo. Hice una audición para Muti y me escogió para esta producción, para el rol de Cherubino. Aquella experiencia me marcó mucho porque me di cuenta de donde estaba, de la responsabilidad que tenía sobre mi. Si había llegado allí, tenía que estar a la altura. Aprendí muchísimo en aquella ocasión y fue de alguna manera el trampolín para consolidar mi carrera profesional.
¿Cuál fue el primer encuentro con el canto, al margen de la carrera profesional?
Yo creo que el canto está un poco dentro de mí, así lo siento al menos. En casa mis padres no eran músicos, pero siempre sonaba música en casa durante el día, de todos los géneros y tipos. Pero lo que verdaderamente me marcó en referencia a la ópera fue el tiempo que pasaba con mis abuelos al terminar la escuela. En su casa tenían cassettes con arias por tenores como Pavarotti, del Monaco, Carreras y Domingo. Sólo tenores. Yo las escuchaba todas de fondo mientras hacía las tareas de la escuela, con apenas ocho años, y me las sabía todas de memoria e incluso las cantaba. Cantaba “Nessun dorma” o “Parlami d´amore Mariu”, pero con voz de niña (risas). Incluso lo hacía en celebraciones familiares, etc. Y poco a poco me di cuenta de que conforme crecía me gustaba más y más cantar y tenía la sensación de tener una voz ahí dentro, algo especial. En mi casa no había ningún conocimiento sobre música y no sabíamos donde ir para ver si tenía sentido que yo estudiase canto. Recuerdo que finalmente fuimos a casa de una anciana cantante ya retirada en Milán. Yo tenía entonces diez años y tenía la idea clara de que quería cantar, porque me sentía bien haciéndolo y tenía la sensación de poder expresar algo con mi voz. Recuerdo que esta venerable mujer me escuchó cantar algo, un aria de tenor de esas que decía antes, y después me habló mirándome fijamente y me dijo: “Tienes una voz preciosa como un diamante, es un gran tesoro, pero ahora lo debes guardar y no lo debes arruinar. Cuando llegue el momento adecuado, te estará esperando”. Yo me quedé un poco decepcionada, porque yo quería cantar, la señora me decía que tenía una voz bonita y sin embargo me decía que esperase. Yo no entendía nada. Pero efectivamente era muy pronto. Me recomendó estudiar cantó y así lo hice tomando primero lecciones de instrumento musical. Después también fui al conservatorio, hice piano, solfeo y canto coral. Recuerdo que en las lecciones de canto coral estaba deseando ponerme en el lugar de los solistas para poderme expresar como hacían ellos. Y finalmente llegó el momento de estudiar canto en el conservatorio, cosa que yo llevaba años esperando (risas). En todo caso, empecé a estudiar canto no demasiado pronto, tenía ya veinte años para entonces, una edad tardía comparando con otros casos. Pero creo que fue el momento adecuado porque para entonces ya contaba con una buena formación musical y de la misma manera mi voz estaba ya mucho más formada, lo que especialmente importante en el caso de una mezzo-soprano, que no es una voz como la de lírico-ligera, que permite empezar más pronto la carrera. Recuerdo que mis primeros años de conservatorio mi maestra me insistía en cantar arias de música antigua y piezas de cámara, sobre todo para no arruinar mi voz, etc. Aquello me daba mucha pereza a veces, pero visto con distancia creo que tuve suerte, porque fue el camino más sensato y saludable. Me obligó a esperar más tiempo, porque tardé en comenzar a estudiar arias de ópera, pero fue lo mejor para mi voz.
¿Cómo definiría su voz y su repertorio?
Diría que es la voz de una mezzo lírica, con un repertorio por ahora muy centrado en Rossini y en Mozart, que siempre hace bien a la voz, es como un bálsamo cada vez que se canta. Y siempre hay tiempo para hacer otro repertorio. Si la sientes y la escuchas, la voz te guía por el repertorio más adecuado para ti. Lo importante es no dar un paso en falso, no ir más allá de tus posibilidades porque después no es fácil volver atrás y desandar lo andado sin consecuencias. Mi repertorio, en todo caso, al margen de Mozart o ese Mercadante que hicimos con Muti, se orienta sobre todo hacia el belcanto y el repertorio francés por el momento. Sueño con cantar la Charlotte de Werther en algún momento, también omeo en I Capuleti e Montecchi o la Margherite de La Damnation de Faust. Tengo la certeza de que la voz es algo que se produce dentro de ti y hay algo en ella que sólo tú puedes sentir, por importante que sea tener siempre la referencia de otra persona que te escuche, etc. Los consejos son muy importantes, sobre todo los de la gente que te conoce bien, pero en el fondo de todo es el propio cantante el único que sabe lo le pasa a su voz y en qué momento está.
Volviendo a los concursos que mencionaba antes: hay tantas opiniones sobre ellos. Hay quien piensa que no sirven para nada y hay quien piensa que son un paso fundamental hacia una carrera profesional. ¿Cuál es su punto de vista, desde su experiencia?
Yo siempre tuve interés por los concursos. Ya en el conservatorio buscaba con interés la posibilidad de apuntarme a pequeños concursos internos, los gané y así nació el ansía por medirme también fuera de allí con otros colegas. Me presnté así a certámenes locales, antes de llegar a concursos más importantes. Me atraía mucho la idea de medirme, con los demás colegas, sí, pero sobre todo conmigo misma. Soy testaruda y siempre me ha gustado superarme a mí misma de algún modo. Creo que los concursos sirven sobre todo para eso, para madurar como cantante: te obligas a prepararte, a estudiar, a tener la serenidad necesaria para enfrentarte a un público y mostrarte ante un jurado. Recuerdo que participé también en el Viñas, aquí en Barcelona, llegando a la final. Aquella experiencia, como las que tuve en el Zandonai, en Spoleto y por supuesto en Operalia, es un buen ejemplo de que los concursos sirven también para aprender de tus colegas, porque siempre puedes ver en alguno de ellos algo que te emociona o que te interesa.
Y también, entiendo, para tomar nota de lo que no debe hacerse.
Por supuesto. También es importante. El mundo del conservatorio es muy limitado, muy cerrado en si mismo. Por último, en un concurso, al margen del resultado y del premio que puedas recibir, siempre te está escuchando gente a la que puedes interesar en un momento u otro. Los concursos son también un escaparate, digamos, para mostrarte. No hay nada que perder con los concursos, desde mi punto de vista. Lo único importante es no desmoralizarse si no se obtiene un buen resultado. Hay que tener siempre optimismo y ver la situación con espíritu constructivo: siempre habrá algo que mejorar.
Mencionaba antes la disciplina que obliga este mundo. ¿Hasta qué punto condiciona la vida diaria y la rutina cotidiana?
Como le decía antes, hasta que algo no se vive al cien por cien no se puede entender realmente. Adoro cantar y estoy muy feliz de haber podido hacer de mi pasión, mi trabajo. Esto es algo que no tiene precio, es un regalo que reconozco cada día. Hay momentos difíciles, por supuesto, sobre todo todos aquellos en los que te sientes lejos de casa, con tu maleta, lejos de los tuyos. A veces eres tú el que los necesita a ellos pero a veces son ellos los que te necesitan y es doloroso no poder estar allí a su lado. La distancia no facilita tampoco las relaciones personales, aunque tengo la certeza de que quien te ama de verdad te entiende y te apoya también en la distancia, haciéndose cargo de cuanto significa esta carrera para tu realización personal. Por eso de alguna manera una vida profesional como la nuestra pone a prueba los verdaderos lazos afectivos. Todavía no soy madre pero ya me empiezo a imaginar lo difícil que puede ser compatibilizar la maternidad con la vida profesional. Pero creo que todo es posible, si se tiene la voluntad, si hace un esfuerzo y se busca el espíritu positivo que hay siempre en cada cosa.
¿Cómo fue su encuentro con el maestro Muti, una personalidad tan consagrada como severa y exigente?
Fue un encuentro muy formativo. Es un hombre exigente, preciso, y de él me llevo sin duda la enseñanza de una actitud siempre exigente conmigo misma, de continua atención a todos los detalles. También debo decir que, siendo un maestro exigente, siempre motivaba sus requerimientos y solicitudes a los solistas y a los músicos. Tiene, es cierto, una imagen un poco severa pero con todo el grupo de cantantes jóvenes que participamos en esa producción de I due Figaro tuvo una actitud espléndida, entregada y entrañable. Le estoy francamente agradecida por su generosidad. A partir de entonces me he dado cuenta también de que cada encuentro con una nueva batuta es una ocasión para aprender algo nuevo. Ahora con Palumbo, director musical de la Norma que hacemos en el Liceo, también con Campanella con quien debuté Barbiere… Son maestros que conocen verdaderamente las voces, respiran con los cantantes, anticipan las dificultades que podemos tener los solistas. Siempre que un cantante tiene ocasión de trabajar con una gran director musical, aprende algo nuevo y crece como intérprete. Sucede lo mismo con los directores de escena; cada nueva producción es una experiencia formativa
Habida cuenta de la vertiginosa velocidad de su carrera, en apenas cuatro años, ¿no tiene un poco de miedo ante esa velocidad?
Sí, pero eso siempre está ahí (risas). Cada vez que uno pisa el escenario, por mucho que te hayas preparado, por mucho que estés en plena forma, el corazón siempre se acelera. Y creo que será siempre así. Incluso diría que quizá deba ser siempre así, porque indica que algo se mueve dentro de ti cada vez que interpretas y cantas ante el público. Es tan grande la satisfacción de estar en el escenario, viviendo una experiencia tan espléndida, que todos los sacrificios y esfuerzos anteriores se ven sin duda pagados y compensados por esa magia única del teatro. Cuando ya no te sientes Annalisa sino que verdaderamente sientes en tu interior al personaje que estás interpretando, entonces es cuando todo funciona verdaderamente. Si uno no se siente realmente transportado al alma del personaje que interpreta, al menos para mí, es imposible actuar de una forma mecánica y repetitiva. Y el público se da cuenta de todo esto, por supuesto. Cuando el personaje forma ya parte de ti, cuando te envuelve y te subyuga, entonces sí te estás entregando totalmente. Puedes cantar maravillosamente, pero sí tan sólo eres un cantante, entonces algo no funciona. Lo verdaderamente hermoso es sentir que ya no eres tú mismo en el escenario sino el personaje que interpretas. Y esta es una ocasión única que sólo tenemos los artistas, un verdadero regalo, aunque sea difícil. No es tampoco sencillo romper con esa intensidad que se ha vivido en escena cuando la representación termina para irse a casa a descansar. Pero esa es la grandeza de este oficio. Tenemos esa gran responsabilidad: recibimos un gran legado artístico, transmitido generación tras generación por otros artistas, y tenemos que transmitirla una vez más sin arruinarla, estando a su altura. Y no es fácil.
El canto es una labor mucho más reflexiva que mecánica, en contra de lo que se sostiene a veces.
Sin duda. La voz es lo fundamental, sin ella realmente no hay nada que hacer. Pero la voz es un instrumento especial porque forma parte de nosotros en muchos sentidos y en ella se refleja todo lo que nos sucede a los intérpretes. Cantamos con todo el alma pero también con todo el cuerpo. Todo lo que pasa por nuestra mente y por nuestro corazón se refleja de alguna manera en la voz. Si en el canto no se se entrega algo de uno mismo, al margen de la técnica, no termina de aflorar eso que hace especial a cada intérprete, a cada producción, etc. La ópera habla de asuntos intemporales, perennes, y para estar a la altura de todo eso tenemos que ser algo más que meros ejecutores de una partitura.
¿Cuál es su punto de vista sobre rol de Adalgisa?
Creo que Adalgisa es un personaje muy puro y positivo, que crece a lo largo de toda la ópera, pasando de ser esa aprendiz del comienzo hasta ser una mujer fuerte, que ha tenido una rápida e intensa confrontación con la realidad, madurando mucho durante la ópera. Es además una suerte de contrapunto de Norma. Se parecen tanto, pero en momentos distintos de su vida, que una es de algún modo espejo de la otra. Norma de echo encuentra para Adalgisa la solución que para ella misma no ha podido lograr. Bellini además es un maestro absoluto, capaz de expresar algo superlativo con apenas cuatro notas, empleadas de un modo maravilloso y genial.
No es Norma una obra fácil, obviamente, pero creo que sí es una partitura muy bien escrita para las voces.
Exacto. Bellini amaba y conocía las voces y tenía una capacidad inimitable para expresar grandes sentimientos a través de esas líneas melódicas únicas. No es diría que es una partitura fácil, por supuesto, pero sí diría que es cómoda, una vez que se conoce y se entiende. Y es que Bellini deja al intérprete una gran libertad para expresarse con su voz sobre el soporte de un acompañamiento ligero y morbido. Los cantantes somos de algún modo como atletas con este repertorio porque hay que expresarlo todo con la pureza del sonido, cosa no tan evidente en otros compositores. Está todo en el fraseo, en el legato, en la messa di voce, etc. El mismo Wagner admiraba en Bellini la pureza de su línea melódica: realmente, con dos notas Bellini te hace soñar. El declamado belliniano es un arte en sí mismo. Es el autor en el que de una forma más pura la palabra que deviene sonido. Me gusta especialmente cantar esta parte, con la naturaleza de mi instrumento, porque creo que se crea un contraste muy apropiado con el material de la soprano, sobre todo en ese dúo tan hermoso que Bellini escribió para ambas.
¿Cuáles son los próximos compromisos de su agenda? ¿Le volveremos a ver en España?
Haremos esta misma Norma del Liceo en Valladolid. Después haré Lola en Cavalleria rusticana en el Festival de Pascua de Salzburgo, con un gran reparto y con el maestro Thielemann. Haré después Barbiere en el Filarmónico de Verona. Viene también este año mi debut con Hänsel y Gretel en Turín. Y después mi primera vez en la Scala con Emilia en el Otello de Rossini, con otro gran reparto. Más tarde, ya en septiembre, haré Suzuki en una Butterfly en la Ópera de París; será también mi debut con esta parte. En España cantaré también Barbiere en Bilbao, en mayo de 2016. Y estaré también en Madrid para I Puritani en el Teatro Real.
Al margen de su formación vocal, ¿cuáles han sido sus referencias, entre las mezzosopranos de ayer y de hoy?
Muchas, muchísimas, porque en cada una se aprende y se admira algo distinto. Admiro mucho a la Valentini Terrani, a la Cossotto, a la Barbieri, a la Simionato, así como a la recientemente desaparecida Obratzsova. Cómo no citar también a la maravillosa Berganza, a la Baker, a la Horne y a la D´Intino. Todas ellas grandes artistas de las que seguramente tengo mucho que aprender; las escucho y me comparo con ellas no para copiar o imitar algo de su arte, sino para tomar nota de cuanto hay de positivo en su canto, para elaborarlo después desde mi interpretación personal.
Acerca de la situación de la cultura en los países mediterráneos, y de la ópera en Italia en particular, ¿cuál es su punto de vista?
Italia es mi país, mi casa, y obviamente me duele y me entristece mucho esta situación. No es fácil admitir que el país que es la patria de la ópera no la está cuidando como debiera. Italia fue vista durante mucho tiempo como el lugar donde aspiraba a llegar la carrera profesional de cualquier cantante. Las raíces de la ópera están en Italia. La ópera es parte de nuestra identidad y tenemos la obligación de cuidarla y transmitirla. Es evidente que si la crisis afecta a todos los aspectos de nuestra vida, tiene que afectar también a la cultura y a la lírica, pero creo que nos equivocamos si pensamos que sin la cultura el resto de ámbitos pueden subsistir. Al contrario, sin cultura perdemos todos: perdemos puestos de trabajo, perdemos capacidad para pensar y sentir nuestro presente y nuestro futuro. La cultura también nos alimenta, nos ilumina, nos conforta, es una fuente de energía y de estímulos y el Estado tendría que cambiar sus prioridades y su perspectiva sobre este asunto de forma radical. Yo fui maestra antes de dedicarme al canto de forma profesional. Y según mi propia experiencia con los niños, la música es absolutamente fundamental ya ahí, en las escuelas infantiles. Los niños son como esponjas y a esa edad tan temprana la música puede ser como un juego para ellos. ¿Por qué siempre se recortan las horas de música en la escuela? Si recortamos la cultura hoy, estamos recortando nuestro futuro de forma directa. A los niños hay que llevarlos al teatro, mostrarles cómo es por dentro, etc. Yo lo hice, llevé a varios grupo de alumnos y recuerdo perfectamente su fascinación y la rapidez con que aprendían todo. La música puede y debe estar conectada con todo en las aulas. Recuerdo que mis alumnos aprendían las regiones italianas cantando, y de ahí íbamos a las ciencias para explicar qué es el sonido, etc. Y les mostrábamos ya algunos rudimentos de escritura musical, muy básicos, pero para que tuvieran una referencia visual y para que pudieran solfear algo muy elemental. Y todo eso se llevaba después al espectáculo ante los padres, porque la música contribuye también a tener esa sensación de un proyecto en común, con un objetivo, etc. Quiero decir con todo esto que si nos preguntamos por la utilidad de la música, creo que la respuesta es evidente. Sucede lo mismo con el deporte, con la danza, con la pintura, etc.; cada una de ellas anima el desarrollo de alguna capacidad en nuestro interior. Sin cultura y sin música seremos más pobres.
Fotos: Silvia Lelli
Compartir
Sólo los usuarios registrados pueden insertar comentarios. Identifíquese.