Guillermo García Calvo y Curro Carreres dirigen la música y escena de Entre Sevilla y Triana de Pablo Sorozábal en el Teatro de la Zarzuela de Madrid
«Como la Giralda, firme sobre mis cimientos»
Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 29 y 30-I-2022, Teatro de la Zarzuela. Entre Sevilla y Triana (Pablo Sorozábal). Javier Franco/Ángel Ódena (Fernando), Alejandro del Cerro/Andeka Gorrochategui (Jose María), Berna Perles (Reyes), Ana Gomà (Micaela), Ángel Ruiz (Angelillo), Jesús Méndez (cantaor), Gurutze Beitia (Señá Patro), Lara Chaves (Esperanza Moreno), Antonio MM (Señor Mariano), Manuel de Andrés (Glosopeda), Rocío Galán (Isidora), Joseba Pinela (Mr. Olden), Resu Morales (Doña Benita). Coro titular del Teatro de la Zarzuela. Orquesta de la Comunidad de Madrid. Dirección musical: Guillermo García-Calvo. Dirección de escena: Curro Carreres.
«Este sainete andaluz, con libro de Luís Fernández Sevilla y Luis Tejedor, se estrenó en 1950 en el Circo Price de Madrid. Es un sainete de carácter muy popular, apto para el público en general, de un andalucismo convencional». De esta manera se refiere el maestro Pablo Sorozábal en sus memorias a Entre Sevilla y Triana, sainete en 2 actos que, después de desaparecer de los escenarios en 1955 –incluso se perdió la partitura autógrafa- se recuperó en 2012 con puesta en escena de Curro Carreres en coproducción entre el Teatro Arriaga de Bilbao, Maestranza de Sevilla, Teatros del Canal de Madrid y Campoamor de Oviedo. Un montaje que, por fin, llega al Teatro de la Zarzuela.
Efectivamente, el libreto combina la gracia y el costumbrismo andaluz que bebe del teatro de los Hermanos Quintero con un elemento tan original e impactante para la época y su rígida e hipócrita moral, como el protagonismo de una madre soltera, algo que seguramente tuvo que ver con el arrinconamiento de la obra y nos permite hoy día valorar los enormes avances que ha logrado nuestra sociedad en cuanto a apertura de miras e igualdad entre hombres y mujeres.
Resulta admirable el talento del maestro Sorozábal para fusionar en su partitura el folklorismo andaluz abundantemente presente a través de sus más variados aires, danzas y ritmos -farruca, sevillanas, zorongo, pasodoble… con su talento para la instrumentación y la capacidad para crear números de alto vuelo lírico e inspiración melódica como son las romanzas de todos los personajes principales, así como el Dúo entre Fernando y Reyes.
Asimismo, el gran músico donostiarra dedicó la partitura a su esposa, la magnífica tiple cómica Enriqueta Serrano, que retornaba en aquella ocasión a los escenarios y para quien concibió especialmente el papel de Micaela.
Corresponde valorar positivamente la puesta en escena de Curro Carreres con vistosa y apropiada escenografía de Ricardo Sánchez Cuerda que evoca un genuino barrio sevillano con su patio de típicos azulejos, zócalos y platos de cerámica, que se abre en una parte para que entre en escena el barco de Fernando y la escena de la fiesta de la Cruz de Mayo. Eficaz y apropiado resultó el movimiento escénico, que permite que la obra discurra ágil, dinámica, aflore la gracia y comicidad de muchos de los parlamentos y pasajes de la obra, que causaron carcajadas entre el público. Muy logrado el cuadro flamenco que plantea con tino esta producción en la citada fiesta de las cruces de Mayo con presencia de la imagen de la Esperanza de Triana y destacadas actuaciones del cantaor, guitarrista y bailaores. Fue muy bien recibido por el público, que retomaba el éxito que tradicionalmente ha tenido entre el público madrileño el folklore andaluz y, particularmente, el flamenco. Asimismo, Jesús Méndez, cantaor jerezano de una estirpe cuya cúspide encarna, nada menos, que Francisca Méndez Garrido, La Paquera de Jerez, tuvo oportunidad de lucirse aún más -amplificado bien es verdad-, junto al guitarrista Abraham Lojo, en la Soleá «Lo llevo en mi corazón» añadida en esta producción en el lugar del cambio de escena del tercer a cuarto cuadro.
La soprano malagueña Berna Perles apechugó con las funciones de Sábado 29 y Domingo 30, esta última sustituyendo a Carmen Solís tal y como se anunció antes del comienzo de la función. Estamos ante una soprano lírica con cierto cuerpo y redondez en el centro, si bien la emisión no está bien resuelta, más bien retrasada y falta de morbidez, el sonido no se libera y, además, el agudo no gira. En su magnífica romanza «Que sepa todo el Mundo», Perles mostró un canto correcto, pero ayuno de variedad de acentos y de sutilezas, mientras su expresión sincera le permitió trasmitir la integridad, dignidad y rectitud de Reyes, que se niega a ser «una más». Algo envarada en escena, le faltó un punto de gracejo y sensualidad.
Pablo Sorozábal en sus memorias expresa la desconfianza de Enriqueta Serrano al tener que afrontar, ella catalana, el papel de Micaela en una gira por Andalucía. Sin embargo, su éxito fue absoluto y «el público andaluz le aplaudió como ellos saben hacerlo». Pues bien, otra catalana, la barcelonesa Anna Gomà ha reeditado el triunfo de su ilustre paisana, pues su Micaela, además de resultar creíble como vivaz moza sevillana, aunó desenvoltura y sana comicidad. Tanto en la farruca de salida como en el zorongo y pasodoble final, mostró desparpajo, soltura y determinación en los bailes. Eso sí, en el aspecto vocal, Gomá cantó con musicalidad, pero su proyección y espectro sonoro se manifestó muy limitado, resultando demasiadas veces inaudible y tapada por la orquesta.
Una gran figura de la zarzuela, como fue el barítono asturiano Antonio Medio encarnó a Fernando en el estreno de 1950. Estamos ante el típico marino disoluto con una novia en cada puerto, que se redime en cierto modo al final al asumir tanto su deber como padre de la criatura, como su amor verdadero por Reyes. En la función del día 29, Javier Franco comenzó un tanto frío en su canto a Sevilla de salida, pero se entonó en el dúo con Reyes y en su magnífica romanza del último acto «Nadie sabe cómo empiezan estas cosas» en que pudo lucir su buen legato y noble línea de canto. Por su parte, el barítono tarraconense Ángel Ódena exhibió el Domingo 30 un material vocal más robusto, recio y caudaloso, de timbre grueso pero mate y algo temblón en los ascensos, como pudo comprobarse desde la salida en un efusivo «Dios te salve Sevilla». El barítono catalán confirió a Fernando mayor relieve interpretativo, varonil y fatuo, como corresponde. A resaltar que Ódena, aunque el resultado no terminó de redondearse por falta de correcto apoyo, intentó domeñar su instrumento en la romanza del último acto y cantar piano las bellas frases “¡Una más! Una cualquiera que se encuentra en el camino…».
Sorozábal compensa al final de la obra el ingrato papel del tenor, el más bien desagradable personaje de José María, con una maravillosa romanza «¿Tú qué sabes del cariño?» que inmortalizó el maestro Alfredo Kraus en una grabación de 1958 con dirección del propio Sorozábal. Alejandro del Cerro con su emisión gutural incapaz de liberar esas vocales y darles redondez y brillo, cantó con gusto y vehemencia, pero la falta de respaldo técnico se tradujo en que el complicado ascenso final resultó forzado, apretado y sin expansión, aunque peor aún le fueron las cosas a Andeka Gorrochategui, timbre con más grano y robustez, el día 30, pues la nota referida fue especialmente accidentada en su caso con “gallo” incluido, fruto también del ataque forzado a la zona alta sin el debido remate técnico.
Magnífico Ángel Ruiz en un hilarante Angelillo, desbordante de facundia y comocidad y capaz de emitir correctamente cuando tiene que cantar. Ruiz, hay que recordar su gran éxito como Ripalda en la producción de Mario Gas de La tabernera del puerto, va camino de convertirse en un tenor cómico de referencia en nuestro género lírico.
Estupendos todos los actores que contribuyeron a la sana comicidad, vivacidad y dinamismo de la representación.
Delineó bien el coro masculino su habanera, si bien uno sigue sin entender que salga diezmado y con mascarilla, mientras a su alrededor deambulan cantantes y figurantes sin llevarla. Lamentablemente, una orquestina de café cantante sigue ocupando el foso del teatro de la Zarzuela, por lo que, sin una cuerda digna de tal nombre y un empaste imaginario, Guillermo García-Calvo en una composición que no parece adecuarse a priori a su carácter, apenas pudo firmar una dirección pulcra, con algún buen detalle de la inspirada orquestación de Sorozábal, pero carente de chispa y salero.
Hay que felicitarse, por supuesto, por la recuperación por parte del Teatro de la Zarzuela de este título olvidado de uno de nuestros más insignes compositores, pero aún quedan creaciones de Sorozábal de tanto interés como La Isla de las perlas o Los burladores pendientes de recuperación. Por no hablar de una obra como Don Manolito, que no hace mucho era de repertorio, pero ha desaparecido en los últimos años.
Fotos: Elena del Real y Javier del Real / Teatro de la Zarzuela
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