Por Blanco Alfonso Salas
Emiliana de Zubeldía Inda [Salinas de Oro (Navarra) 1888 - Hermosillo (Sonora, México) 1987] nació en el pueblo navarro de Salinas de Oro en el seno de una familia numerosa [fue la octava de nueve hermanos] pero con grandes inquietudes culturales. Su familia se trasladó pronto a Pamplona con el fin de que los hijos pudieran recibir una mejor formación. Allí comenzó sus estudios musicales a la edad de cuatro años, primero con José Ezcurra y después en la Academia Municipal de Música de Pamplona con Joaquín Maya, destacando por su talento. En el año 1904 se presentó por libre en el Conservatorio Superior de Música de Madrid para examinarse de 1º a 4º grado y dos años más tarde se volvió a presentar de 5º a 8º, obteniendo las máximas calificaciones.
Con este palmarés fue admitida por la Schola Cantorum de París en la cátedra de composición de Vincent D’Indy, y en la de piano de Blanche Selva. A la muerte de su padre en 1909 tuvo que regresar a Pamplona. Allí fundó una academia de música y alternó la docencia con la composición y con numerosos recitales y conciertos tanto en Pamplona como en San Sebastián, Biarritz, Bayona y Madrid. La editorial Arilla y Cia, de Pamplona-San Sebastián, imprimió algunas de sus primeras composiciones dedicadas a sus discípulas de piano e inspiradas en su estancia en París: Souvenir de Biarritz, Dans la terrasse y Le Printemps retourne.
En 1919 contrajo matrimonio con Joaquín Fuentes Pascual, hombre brillante, de gran talento, químico de profesión y Director del Laboratorio Agrícola de Navarra. En 1920 se presentó a un examen de oposición en la Academia Municipal de Música de Pamplona y obtuvo el puesto de maestra de piano. Alternó durante dos años su puesto como profesora de piano y sus conciertos en París, pero tras un gran desengaño en su matrimonio decide permanecer en esta ciudad y ya no regresará a su tierra hasta el año 1960, en el que hace un viaje relámpago para despedirse de su hermano mayor, Néstor, que estaba agonizando.
En París continúa los estudios de composición con Desiré Pâque y se da a conocer como una de las mejores pianistas europeas en Alemania, Austria, Francia e Inglaterra. Esta época parisina fue abundante en la producción de pequeñas piezas musicales y algunas obras mayores. Se caracteriza por la influencia «debussysta», sobre la que teje sus líneas melódicas. De este estilo son sus seis canciones: Berceuse, Guajira, Coplas gitanas, La gitanilla, Jota y Zortzico, publicadas por Max Eschig; otra más, Asturiana, apareció en octubre de 1926 en la Revue Musicale. B. Roudanez editó su suite de piezas para piano Esquisses d’une après-midi basque, que contiene seis bocetos sonoros de carácter descriptivo.
Con la pieza para piano La muñeca de vidrio, hizo una breve incursión en el bitonalismo, y luego ensayó el atonalismo con la Sinfonía natural en dos movimientos. Como todos los músicos activos en París en los años veinte, se vio envuelta en las corrientes musicales de vanguardia en Europa; su inquietud le llevó a valorarlas todas y a manejar las más afines a su propio temperamento. Así se la puede considerar como adherida al neoclasicismo, al impresionismo, al neonacionalismo e implicada en todos los intentos elusivos de la tonalidad tradicional.
De esta misma época son también sus composiciones corales con textos y melodías extraídos del folklore vasco: Ainhara, Errefusa, Mendiko negara, Maizaren orpotik, Aitonaren exana, Argisagi ederrak, Zeruko izarren bidia, Txorietan buruzagi y Zortzico, todas ellas integradas posteriormente en una colección de 35 corales que registró en Nueva York a principios de 1930.
Antes de abandonar París compuso el Trío España para violín, violonchelo y piano, dedicado al trío Cabart, que lo estrenó en 1927. No se trata esta obra de un trío desde el punto de vista formal clásico, sino de una serie de tres piezas de gran colorido, tituladas Quand le jour decline – Quasi Allegretto en la mayor, Chanson dans la nuit – Adagio quasi Andante en si bemol menor, y Dance au clair de lune – Allegretto en la, re, y la menores.
A la muerte de su madre, acaecida en 1927, Emiliana sintió que ya no le ataban demasiadas cosas a su tierra natal y, a pesar de no haber vuelto, quiso poner más distancia de por medio entre ella y su ex-marido, y así, reclamada en Brasil para dar una gira de conciertos, inició su aventura en tierras americanas. El impacto que le causaron las playas y la flora brasileña se materializó en su Berceuse de palmeras en el Brasil para piano.
En Río de Janeiro ofreció algunos recitales privados mientras preparaba su gira por los países vecinos. En diciembre de 1928 presentó en Sao Paulo un programa con obras de Albéniz, Falla, Granados y las suyas propias que le granjearon grandes elogios, tanto como compositora así como intérprete.
A principios de 1929 llegó a Montevideo, donde fue recibida por Alberto Pouyanne Echart, pianista como ella formado en París y director de la Escuela Superior de Música. En este país, primero de habla hispana que visitara Emiliana desde la salida de su tierra, nació su afición por los poetas latinoamericanos. Pocos años atrás se había emocionado con la poesía de José Martí, de quien tomó el poema La niña de Guatemala para convertirlo en canción. En América del Sur fue encontrando a su paso a los poetas en persona o a través de sus obras más recientes. Con ellos, después de Martí, inició su colección de canciones titulada Poetas de América: El buen día de Juana de Ibarbourou, Mi corazón fue una hoguera de Rosario Sansores, Berçeuse, La manca y el papagayo de las poesías infantiles inéditas de Gabriela Mistral, y La amenaza de la flor de Alfonso Reyes. También los músicos uruguayos motivaron su creatividad, entre ellos el guitarrista Luis de la Maza, para quien compuso un Capricho basko a ritmo de zortzico.
Con el pianista Pouyanne Echart preparó algunas obras a dos pianos para incluirlas en su gira por Argentina. Los Amigos del Arte auspiciaron su primer concierto en Buenos Aires en julio de 1929. Los meses siguientes sirvieron para preparar un gran festival de música y danzas vascas patrocinado por todas las entidades vascas de Buenos Aires. Tres semanas después, el centro Zaspirak-Bat presentó a los pianistas y cantantes en el puerto fluvial de Rosario con obras pianísticas y corales de Emiliana. Antes de dar inicio la revolución militar argentina de 1930 y con el respaldo económico que le proporcionaron sus exitosos conciertos, zarpó hacia Nueva York.
Por estas mismas fechas llegaba a Estados Unidos Augusto Novaro, investigador mexicano de los principios acústicos que, a su juicio, debían constituir la base científica del arte musical, la cual no debería recurrir a las componendas arbitrarias del temperamento de doce sonidos equidistantes de la octava, sino al empleo de nuevos conceptos y recursos armónicos a partir de los fenómenos acústicos naturales.
Toda su nueva teoría está recopilada en el libro Sistema Natural de la Música, escrito por él mismo, donde expone todo su trabajo. Según él, las escalas existentes hasta el momento son imperfectas, ya que no siguen exactamente la serie de armónicos naturales, por lo tanto todos los instrumentos están mal afinados. Las escalas que propone Novaro, llamadas fundamentales, surgirían de dividir la octava (lo que él llama «duplo») en progresiones aritméticas exactas en medios, tercios, cuartos, quintos, etc., pudiéndose así formar infinitas escalas. De estas surgirían las escalas recíprocas, que se formarían de manera descendente siguiendo el mismo orden de los intervalos obtenidos en las fundamentales; las escalas complejas, que serían la mezcla de las fundamentales y las recíprocas; las series armónicas, los acordes y sus inversiones, todo ello siguiendo siempre la serie natural de los armónicos. Novaro construyó asimismo instrumentos propios, basados en su nuevo método de afinación, según sus escalas.
Augusto Novaro recibió numerosos premios por su investigación y, en 1930, el Conservatorio Nacional de México adoptó su afinación para todos los instrumentos, pero, a falta de personal capacitado para conservarla, la tuvo que abandonar para regresar al modelo antiguo.
Emiliana tuvo ocasión de escuchar a Novaro en la exposición de su teoría en la Universidad de Columbia y el impacto fue inmediato. Para la buscadora infatigable de nuevos cauces en el campo de la composición musical, el sistema de Novaro constituyó el filón de oro que habría de explotar durante muchos años de su vida. La Columbia Concerts Corporation presentó en Nueva York el primer concierto de Zubeldía el 12 de febrero de 1931 en el Town Hall. El programa incluía piezas de piano y danzas populares vascas, así como las canciones folklóricas para coro mixto que presentara la autora en Buenos Aires, pero ahora en las voces del coro vasco de Nueva York bajo su dirección. Como primicia presentó algunos aires vascos armonizados de acuerdo con los principios de Novaro, así como su propia Suite en tres tiempos, en arreglo para dos pianos, estos afinados según el sistema del mexicano; el segundo piano estuvo interpretado por Miirrah Alhambra, pianista y amiga que la acompañaría en muchos de sus conciertos.
Después de este vinieron otros numerosos conciertos y recitales en los que, además de obras corales, se escucharon nuevamente los pianos afinados según el sistema Novaro, con obras para uno o dos pianos, o para piano y voz.
Desde Nueva York preparó varias giras por el Caribe y México. En la primavera de 1932 visitó por primera vez la Habana invitada por el Centro Vasco y la Sociedad Pro Arte Musical. En sus conciertos dio a conocer buena parte de sus obras de los tiempos parisinos, sudamericanos y neoyorquinos. En el mes de Junio de ese mismo año estrenó con la Orquesta Filarmónica de La Habana sus Poemas Sinfónicos en el Teatro Nacional. En Agosto de 1933 llegó por primera vez a México, dando dos conciertos con obras propias en el Teatro Hidalgo de la capital del distrito. De regreso a Nueva York conoció a Nicanor Zabaleta y a Andrés Segovia. Ambos iniciaban su ascendente carrera de concertistas. Con ellos compartió los estudios de Radio City Music Hall durante una serie de emisiones internacionales que se prolongaron más allá de la primavera de 1934. Con sendas composiciones selló su amistad con estos dos grandes artistas: Paisaje desde el Pirineo, para el arpa de Zabaleta y Paisaje basko, para la guitarra de Andrés Segovia.
Una segunda gira por el Caribe la llevó junto a Miirrah Alhambra de nuevo a la Habana en 1936 y después a San Juan de Puerto Rico. En este último puerto confeccionó un concierto de despedida en el que alternó obras de compositores clásicos con las propias. Al finalizar esta gira se despidió no sólo de las islas sino también de Nueva York. Viajó a México a continuar sus estudios al lado de Novaro.
A partir de 1937 se inicia una nueva etapa en su vida dedicada completamente al estudio y la composición, más algunas lecciones privadas de piano para equilibrar su economía. Cada día de la semana, durante diez años, acudió a casa de Novaro, conocida como la «casa de Tacubaya», para estudiar su teoría y aplicarla en su composición. Novaro proponía temas musicales y Emiliana les daba cuerpo dentro de alguna forma clásica. Así fueron surgiendo innumerables fugas, sonatas, preludios, tientos, estudios, sinfonías, poemas sinfónicos, conciertos y demás obras. Los viernes por la noche acudía un selecto y reducido público de especialistas y melómanos a la casa de Tacubaya para escuchar los estrenos de la semana sobre los pianos que Novaro había logrado ya construir y perfeccionar: el novaro-clave y el novar.
En estas fechas, en plena guerra civil y al finalizar ésta, los republicanos españoles comienzan a salir de su país y a buscar refugio en Francia, el país vecino. Pero Francia se ve impotente para admitir a todos los exiliados y pide ayuda exterior; así se crea el Servicio de Evacuación de Refugiados Españoles, y México es uno de los países que acoge a muchos de ellos. Así, el 19 de Julio del año 1939, aparecía en el diario New Republic el siguiente artículo:
«La llegada del buque “Sinaia” al puerto de Veracruz el 13 de Junio, trayendo 1.619 republicanos españoles, abre un plan de migración que puede tener, en menor escala, resultados sociales y culturales tales como los que siguieron al éxodo de los refugiados de la altamente civilizada Constantinopla. Todos son intelectuales de fama internacional o al menos hispánica, que recibieron la bienvenida como tales por parte del gobierno mexicano. El problema de asentamiento es abordado por el Departamento de Inmigración de México, dirigido por Francisco Trejo, y el Comité de Recepción del SERE (Servicio de Evacuación de Refugiados Españoles), que dirige el Dr. Puche, así como por la Secretaría de Finanzas y un cuerpo representativo de la CTM (Confederación de Trabajadores Mexicanos). La Federación de Campesinos decidió tomar una familia en cada “ejido”, estimando un total posible de 40.000».
El mismo medio informativo notificaba el 27 de septiembre que se cerraba la inmigración de refugiados en México, Chile y cualquier otro país de América. En los meses anteriores habían llegado a México 5.618 refugiados en los barcos “Siboney”, “México”, “Iseri”, “Orizaba”, “Flandre”, “Orinoco”, “Leeream”, “Monterrey”, “Iberia”, “Sinaia” e “Ipanema” (77)
Emiliana guardó siempre para México el más hondo agradecimiento por esta generosa acogida a sus compatriotas, muchos de ellos vascos. Así hizo causa común con ellos y, a pesar de haber salido de su tierra hacía casi veinte años, decidió acogerse a las leyes de inmigración mexicanas, bajo las condiciones especialmente favorables que para los refugiados españoles había previsto el presidente Lázaro Cárdenas, y en Agosto de 1942 solicitó la forma F-14 de inmigrante por la que pagó treinta pesos mexicanos.
Entre los intelectuales españoles que llegaron a México se encontraban Rodolfo Halffter, Adolfo Salazar, María Zambrano, Jesús Bal y Gay y su mujer Rosa García Ascot, Salvador de Madariaga y muchos otros. Entre todos fundaron la «Casa de España», que más tarde tomaría el nombre de «Colegio de México». También surgiría el IFAL (Instituto Francés de América Latina) donde se integraban hombres y mujeres relevantes de las ciencias, las letras y las artes de España, Francia y México tales como Marceau-Pivert, Aubert de la Rue, Alfonso Reyes, Sophie Cheiner, Esperanza Pulido, Daniel Castañeda, José Revueltas, Vicente Saldívar y muchos más.
El contacto con todos ellos alimentó en Emiliana su celo nacionalista y su filiación republicana, sin que por ello se dedicara a la actividad meramente política, sino más bien a la cultural. Sophie Cheiner, pianista prófuga del nazismo aposentado en Francia y eficaz promotora de la cultura musical en el IFAL, Esperanza Pulido, pianista y musicóloga mexicana, y Augusto Novaro fueron los grandes personajes con los que Zubeldía compartió principalmente su vida en la Ciudad de México y a quienes dedicó algunas obras especiales.
En Septiembre de 1947 fue invitada por la Universidad de Hermosillo, en el estado mexicano de Sonora, para dirigir los coros universitarios. Ella aceptó y se incorporó al personal académico de la Universidad, donde permaneció hasta su muerte. Su labor educativa en Sonora se inició formando con los alumnos de las escuelas secundarias y la Normal, al lado de estudiantes universitarios, el coro representativo de la Institución. Alternó la docencia con la composición y la impartición de conferencias sobre historia y apreciación musical. Al finalizar los ciclos escolares, durante los veranos, solía viajar a la Ciudad de México para presentar sus nuevas obras, interpretadas por sus amigos músicos de la capital, y para discutir con ellos las temporadas de conciertos en Hermosillo. Estas se realizaron a mediados de los años cincuenta bajo los auspicios de la Sociedad de Amigos del Estudiante.
Entre tanto seguía componiendo. El 5 de Agosto de 1956 se estrenó en el Palacio de Bellas Artes de México su Sinfonía elegíaca, compuesta según la teoría de Novaro y dedicada a la memoria de su hermana Eladia, muerta en Pamplona. La Orquesta Sinfónica de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) presentó esta obra bajo la batuta de José Vásquez, obteniendo para su autora el Premio Nacional de Composición. Las temporadas de conciertos de los veranos de México y Puebla incluyeron en sus programas bastantes obras de Zubeldía, entre ellas Los motivos del año para voz y orquesta y Cuatro Canciones, con letra de Ana Mairena, estrenadas todas por la soprano Irma González; una Sonata para viola y piano, dedicada a Albert Eisenberg; otra Sonata para violín y piano en Re menor, dedicada a Higinio Ruvalcaba; Diez Tientos para piano, según Novaro, dedicados y estrenados por Esperanza Pulido; una Canción de cuna, interpretada por la contralto Josefina Aguilar, y otras más. Algunas se escucharon también en los conciertos de la Universidad de Sonora.
La década de 1960 se inició con la muerte de Novaro, a quien dedicó un Lento elegíaco en 1962. A partir de estas fechas su atención se concentró en sus discípulos de piano y en el coro universitario. Para este conjunto armonizó numerosas piezas medievales y renacentistas de España, así como del folklore mexicano y español. Destaca como su obra más importante en este contexto la Misa de la Asunción, compuesta durante la Semana Santa de 1968 y estrenada por su coro en agosto del mismo año en la sala Manuel Ponce del Palacio de Bellas Artes en México. Fue esta la primera de cuatro grandes giras del coro universitario por el centro y sureste del país. La segunda, realizada en 1972, incluyó en su programa la grabación de un disco en los estudios de la CBS, bajo el título de Concierto inolvidable. Otras excursiones a Baja California Sur y por Sonora durante esos años y los siguientes, mantuvieron al Coro de la Universidad de Sonora en continuo movimiento hasta el fin de los días de su directora y, aún después, bajo la dirección de sus discípulos. Al cumplirse quince años de su labor docente recibió una condecoración de la Universidad de Sonora en reconocimiento a sus méritos académicos al servicio de la Institución. Después de éste vendrían otros muchos premios, reconocimientos y homenajes y fue considerada como la máxima exponente y promotora de la música en Hermosillo. Modeló a numerosos pianistas, coralistas y melómanos, despertó el gusto musical en los adultos que escucharon sus charlas semanales o sus emisiones por Radio Universidad y promovió conciertos con artistas de renombre y calidad. Tras su muerte, su legado pasó a custodia de la Universidad de Sonora.
Su estilo presenta dos características fundamentales: una formalista estricta y otra vanguardista, buscadora incesante de nuevos recursos y productos musicales. El primero de estos rasgos la enlaza con el clasicismo a través del manejo de las formas y la armonía tradicionales, y con el Medievo por el empleo de los modos litúrgicos y las líneas melódicas gregorianas. El segundo se evidencia en su impresionismo debussysta, manifiesto desde sus primeras obras, en sus breves incursiones en el bitonalismo y atonalismo durante la década de 1920, y en el ensayo continuo de innumerables formas de aplicación de los principios de Novaro a partir de 1930.
Dentro de este marco general posee rasgos de estilo muy particulares en sus composiciones: maneja con gran abundancia los recursos polifónicos; las líneas melódicas, claramente definidas, juegan a variar temas muy breves. Cuando compone según los principios de Novaro acude al manejo de las tres primeras escalas fundamentales y sus respectivas recíprocas, así como a los acordes y posiciones que ellas generan para luego desarrollar todo el conjunto. Es sumamente creativa y abundante en sus temas, pero parca en sus desarrollos; de ahí que muchas de sus obras se caractericen por su brevedad. Elegancia, equilibrio y lógica en su discurso musical se combinan con la gracia rítmica. Sin duda, se puede considerar a Emiliana como una de las compositoras más arriesgadas, creativas, prolíficas y completas de esta época.
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