Por Pedro J. Lapeña Rey
Nueva York. Carnegie Hall 7-V-2016. Emerson String Quartet.Marc-André Hamelin, piano. Cuarteto de cuerdas en fa mayor de Maurice Ravel. Cuarteto de cuerdas, op. 3 de AlbanBerg. Quinteto con piano en Fa menor, Op.34 de Johannes Brahms.
La riqueza musical de la ciudad de Nueva York es tal, que en un día donde todo el orbe musical miraba al Lincoln Center, donde se celebraba la Gala del 50° aniversario de su llegada a ese centro , una de esas que los aficionados miramos siempre con envidia, capaces de reunir en una sola noche más estrellas que otros teatros en toda su existencia, otros recintos musicales de la ciudades programaban música de cámara o sinfónica con una gran afluencia de público.
A priori, la propuesta más atractiva de todas era la del Carnegie Hall con la presencia del eminente Cuarteto Emerson con un programa de enorme interés: los Cuartetos de Maurice Ravel y de Alban Berg, y el Quinteto con piano de Johannes Brahms, acompañados por el célebre pianista Maurizio Pollini. El italiano canceló hace varias semanas y fue sustituido por uno de los pianistas favoritos de Nueva York, el ruso-israelí-americano Yefim Bronfman, que solo tres días antes, tenía programado un recital muy atractivo en la misma sala. Como las desgracias nunca vienen solas, Bronfman ha tenido algún problema médico importante que primero le llevó a cancelar su recital en solitario un día antes del mismo, y posteriormente éste. Era misión casi imposible encontrar un sustituto de este nivel y con tan poco espacio de tiempo. Pero el Carnegie es el Carnegie, y lo consiguió solo dos días antes del concierto, asegurándose la presencia del canadiense afincado en Boston, Marc-André Hamelin.
Hace tiempo que el Emerson es el “primus inter pares” de los cuartetos americanos. Desde su fundación en 1979 ha ido subiendo peldaños a base del gran nivel de virtuosismo de sus miembros, su encomiable estabilidad, su proverbial pureza tímbrica y la perfecta claridad de sus líneas musicales. Su política de alternar los puestos de primer y segundo violín, algo poco frecuente en estas formaciones, funciona aquí como un guante. Los años han traído un poso de mayor hondura a sus versiones, y por lo visto el domingo, la entrada hace cuatro años del galés Paul Watkins al violonchelo sustituyendo a toda una institución como David Finckel, una de las transiciones más difíciles para cualquier cuarteto de cuerda, y que en muchas ocasiones se han llevado por delante cuartetos de tronío, ha sido todo un éxito.
Comenzó el concierto con el Cuarteto de Maurice Ravel. La interpretación fue muy equilibrada. Si al Allegro Moderato inicial, perfectamente ejecutado, quizás le faltó algo del refinamiento típico francés, los movimientos centrales fueron impecables y precisos. Los pizzicatos sonaron radiantes y compactos, y las líneas de los arcos fueron ricas y brillantes. El movimiento final, “Vif et agité” tuvo transparenciaplena y una amplia gama de colores.
A continuación, en el Cuarteto de Alban Berg, salió a relucir el Emerson más denso y profundo. Una obra que sorprende por su madurez y que lleva a sus últimas consecuencias los recursos sonoros de un cuarteto de cuerdas. El lirismo postromántico que impregna el primer movimiento fue perfectamente delineado, a partir del sonido bellísimo que desprendía el violín de Philip Setzer quien se situó como primer violín en esta primera parte. El segundo movimiento, más extrovertido, tuvo una traducción más pujante y enérgica, donde el violonchelo de Paul Watkins brilló con luz propia.
Tras el descanso, dejamos el S.XX para volver a la gran tradición. El Quinteto con piano en fa menor, op. 34, de Johannes Brahms es una síntesis del clasicismo romántico. Heredero a partes iguales del drama beethoveniano y de lirismo schubertiano, marca un antes y un después en la obra del hamburgués. Los dos violinistas de la formación rotaron sus posiciones pasando Eugene Drucker a liderar la formación. Drucker tiene un sonido algo menos compacto y perfecto que el de Setzer, pero su fraseo es de una calidez flamígera y de una naturalidad pasmosa. El pianista canadiense Marc-André Hamelin empezó la melodía inicial algo cohibido frente al violín solista y al violonchelo de Paul Watkins, pero en los arpegios posteriores empezó a coger vuelo. Un vuelo que ya no decayó en toda la obra. El pianista, de buenos medios, y técnicamente sobrado, demostró ser un excelente partenaire de la versión más cálida del Cuarteto Emerson. El clímax atronador con que termina el Allegro non troppo inicial fue deslumbrante. Los movimientos centrales fueron luminosos. El Finale fue cantado con pasión por los cinco intérpretes, y la coda - presto non troppo – exigió que cada uno de ellos revalidara su magisterio técnico, tal es el virtuosismo que requiere.
La excelente ejecución fue premiada con vítores y ovaciones interminables. Los intérpretes correspondieron a los mismos, interpretando fuera de programa el Scherzo del Quinteto de Dmitri Shostakovich.
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