Álvaro Menéndez Granda
Madrid. 8-11-16. Sala Sinfónica del Auditorio Nacional. Emanuel Ax, piano. Ciclo «Grandes Intérpretes» de la Fundación Scherzo.
El piano es un gigante oscuro y retador que nos aguarda en el escenario exhibiendo, tapa entreabierta mediante, la poderosa tensión de sus cuerdas y la afilada dentadura de su teclado. Se diría, entonces, que el recital de piano es una lucha de gigantes en la que el intérprete debe ponerse a la altura del instrumento –sin el abrigo de la orquesta o de cualquier otro escudo protector– y dominarlo si no quiere verse vencido a sí mismo ante la audiencia.
El pasado martes 8 de noviembre algunos privilegiados pudimos asistir a una lucha entre dos gigantes: el Steinway & Sons del Auditorio Nacional de Música, y el prestigioso pianista polaco-americano Emanuel Ax. A sus casi setenta años, Ax demuestra al piano una vitalidad, una fuerza y una nobleza que contrasta con la fragilidad de su apariencia. Amable en su actitud y en sus movimientos, sabe sacar de su contrincante tanto los sonidos más dulces y cuidados como los más contundentes, enérgicos y poderosos.
Para muestra, los cuatro Impromptus D935 de Schubert que abrieron el programa. Ax hizo gala desde el comienzo de una serena sensibilidad, una calma de espíritu y una concepción intelectual de las piezas que nos maravilló y que acompañó con una destreza técnica alejada del virtuosismo artificioso que reviste la obra de otros compositores. En Schubert no hay de eso. Fueron la hondura sonora y la calidad del timbre las que definieron la interpretación del estadounidense, que dejó claro en este primer asalto musical quién tenía el control. Nos sorprendió la habilidad del pianista para reexponer los temas preservando el carácter de la exposición y, al mismo tiempo, aportar un nuevo punto de vista sobre el material presentado previamente. Toda una lección de planteamiento musical minuciosamente calculado.
Fue a continuación el turno de Chopin y sus cuatro Impromptus. Todos ellos fueron en las manos de Ax una exhibición de buen gusto y saber hacer, si bien hubo en algunos momentos un poco de confusión, especialmente en los pasajes más rápidos. La famosa Fantasie-Impromptu op.66 fue un ejemplo de ello, aunque también fue una demostración de cómo atacar un tema que se repite cuatro veces y que cada una posea su propia individualidad sin perder el hilo conductor.
Tras el intermedio brilló de nuevo la luz de Schubert, una luz que no deslumbra sino que llena la estancia de una acogedora calidez. Ax interpretó la segunda de las tres piezas D946, mezcla de una reposada serenidad y una tragedia siempre velada.
Al igual que en la primera parte, la obra del vienés dio paso a la que es, quizá, una de las páginas más interesantes y menos difundidas entre el gran público de Frédéric Chopin: la Tercera sonata, op.58, en si menor. Su primer movimiento, Allegro maestoso, de sinuoso recorrido, denota un turbulento trasfondo que Ax consiguió sacar a la luz mediante unas dinámicas bien entendidas y un control sobresaliente de los tempi. Interpretado sin la repetición de la exposición –algo bastante frecuente en el caso de esta sonata, debido a su extensión–, consiguió que algún integrante del público quisiera otorgarle un sincero y espontáneo aplauso, que fue rápidamente sofocado por el resto de la audiencia. El propio Ax ha declarado en algunas entrevistas que aplaudir entre movimientos no debería censurarse. Si Chopin no hubiera deseado que tal cosa sucediera, seguramente no habría terminado el movimiento de manera que pudiera provocar el aplauso.
El Scherzo fue veloz y ligero en un pianissimo envidiable. Sin embargo fue el Largo uno de los momentos mágicos de la tarde. Con delicadísimo sonido y perfecto control, el maestro consiguió domar al león y adormecerlo con la melodía limpiamente pronunciada del canto chopiniano, que encuentra en este movimiento una de sus más altas cimas. Rotundo y agitado, el cuarto y último movimiento, Finale Presto non tanto, constituyó otro momento memorable del recital. Debemos aclarar que, no tanto por su virtuosismo como por la constante lucha entre luz y tiniebla, este movimiento es, para quien firma estas líneas, el mejor de los que integran la sonata. Por ello teníamos puestas unas expectativas en él y Ax supo satisfacerlas sin condiciones. De manera brillante y contundente consiguió arrancar el aplauso de un público que, sorprendentemente, no llenó esa tarde la sala sinfónica del Auditorio. Una lástima que no se colgara el cartel de lleno absoluto, pues aún habrían sido más los testigos de tal acontecimiento musical. Dos propinas breves (un nocturno del op. 15 de Chopin y Des Abends de Schumann) rubricaron la actuación de Emanuel Ax, quien abandonó el escenario visiblemente cansado pero con el público en el bolsillo, sabiéndose vencedor de esta particular lucha de gigantes, y dejando atrás, en el escenario, a su oponente derrotado.
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