Delirio escénico
Por Raúl Chamorro Mena
Pesaro, 21-VIII-2021. Rossini Opera Festival. Vitrifrigo Arena. Elisabetta, regina d'Inghilterra (Gioachino Rossini). Karin Deshayes (Elisabetta), Salome Jicia (Matilde), Barry Banks (Norfolk), Sergey Romanovsky (Leicester), Marta Pluda (Enrico), Valentino Buzza (Guglielmo). Coro del Teatro Ventidio Basso. Orchestra Nazionale della RAI. Dirección musical: Evelino Pidó. Dirección de escena: Davide Livermore.
En un ambiente teatral tan duro y competitivo como era el italiano de la época, un empresario tan intuitivo y avispado como Domenico Barbaja no dudó en asegurarse al mayor talento emergente de la lírica italiana para el Teatro San Carlo de Nápoles. Giaochino Rossini, ascendente cual meteoro, acudió con entusiasmo, pues componer para la ciudad y teatro con mayor prestigio musical en la península en ese momento, era no sólo un honor, también una meta, después de haber conquistado ya Milán y Venecia.
Al joven prodigio de 23 años le fue asignado un libreto de Giovanni Schmidt, buena muestra de la atracción del melodrama italiano por la monarquía Tudor inglesa y, particularmente, por la figura de la Reina Isabel I, una monarca fundamental en la historia de aquel país. Pero lo más importante, puso a su disposición una compañía de canto de ensueño encabezada por dos legendarios cantantes españoles, la soprano madrileña Isabel Colbrand, en ese momento ligada a Barbaja, pero que se convertirá en musa del maestro, y el tenor, pedagogo y compositor sevillano Manuel García. Junto a ellos el tenor italiano Andrea Nozzari, rey de la vocalidad de baritenore. Con generoso uso de autopréstamos incluido - la obertura es la misma de Aureliano in Palmira y será también la del Barbero de Sevilla-, lo cierto es que Rossini aprovechó a fondo las cualidades de los excelsos artistas mencionados con una escritura vocal deslumbrante, a la que añadió novedades en la ópera seria como la desaparición del recitativo secco, una mayor unidad y síntesis dramática mediante la reducción de números musicales, un mayor equilibrio entre escenas solistas y de conjunto. El éxito de la noche del estreno el 4 de octubre de 1815 fue clamoroso - 8 minutos sobre el escenario recogiendo ovaciones relató el músico a su madre- y abrió la serie de 9 espléndidas óperas serias, que conformaron la colaboración entre Barbaja y el San Carlo de Nápoles con el cisne de Pesaro, una de las más fructíferas de la historia de la ópera.
Lamentablemente, ni el elenco vocal, ni una anodina dirección musical, ni mucho menos, una puesta en escena delirante hicieron mínima justicia a Elisabetta, regina d'inghilterra en esta presentación en la edición de 2021 del Festival de Pesaro.
El personaje de Isabel encarna la típica dicotomía entre la faceta privada, mujer enamorada, y la pública como soberana, que debe reunir todas las cualidades que se esperan de una monarca absoluta. La exigentísima escritura vocal -propia de un soprano sfogato- destinada por Rossini a una Colbrand en pleno apogeo supera bajo todo punto de vista los medios de la francesa Karin Deshayes, tanto en lo vocal como en lo interpretativo. Carente de carisma y personalidad en escena, Deshayes es, sin duda, una cantante sensible y musical, pero su timbre es modesto, de escasa calidad y aún menos seducción tímbrica, además de limitado en los extremos lo que la penaliza especialmente en una escritura que requiere una franja centro-grave nutrida y resolver los ascensos con desahogo, metal y plenitud, así como los pasajes con saltos interválicos. Deshayes reprodujo con corrección la agilidad di grazia, como la de su aria de salida, pero naufragó en los pasajes de coloratura di forza (dramática) como en la tremenda invectiva «Se mi serbasti il soglio», así como en «Quel'alma perfida» y en «Fellon la pena avrai». Faltaron acentos al monumental recitativo acompañado «Che penso, desolata regina?», si bien Deshayes desgranó con musicalidad y buen sentido de la línea el inspiradísimo cantabile «Bell'alme generose», pero sin la magia y emotividad del momento del perdón y renuncia por parte de la soberana, que decide no volver a enamorarse para no comprometer con ello su reinado.
La seconda donna, Matilde, hija de Maria Stuarda, católica, enemiga de la soberana y esposa en secreto del victorioso general Leicester, objeto de la pasión de la Reina, fue interpretada por la soprano georgiana Salome Jicia, cantante siempre entregada, intensa, con buena agilidad y alguna nota ácida en lo vocal y que plasmó adecuadamente el lado resuelto de quien defiende su amor a toda costa, pero no tanto el dulce y patético, el lirismo de la enamorada abnegada. Mérito tuvo cantar su bella aria con clarinete obbligato «Sento una interna voce» con un paraguas como si fuese Mary Poppins. Dado que Michael Spyres y Enea Scala se están adentrando en repertorio puramente romántico, queda el tenor ruso Sergey Romanovsky como defensor de la vocalidad de baritenore, propia de Leicester, héroe victorioso pero casado en secreto con la hija de la enemiga de la Reina y objeto de su devoción amorosa, pues los triunfos bélicos son lo que menos interesan a la soberana, dichosa, por encima de todo, por el regreso de su amado. Romanovsky con un timbre más bien ingrato y que presenta los apropiados tintes oscuros, superó dignamente la inclemente tesitura, los temibles pasajes de canto di sbalzo -basado en saltos interválicos- y la intrincada agilidad. Su canto es correcto, más allá de algún sonido entubado, pero sin mayor variedad ni clase como fraseador.
El escocés Barry Banks atesora una buena trayectoria como rossiniano. El timbre nunca fue atractivo ni especialmente sonoro, pero fraseaba con gusto, intenciones y propiedad estilística. Le ví un buen Don Ramiro de Cenerentola en Barcelona y un notable Orestes de Ermione en La Coruña. Una pena encontrarle en tan bajo estado vocal en un papel tan exigente como el falso e intrigante Norfolk. Su cavatina inicial hizo temer lo peor. Notas caídas, frases sin rematar, coloratura entrecortada, línea de canto dislocada... Menos mal que Banks fue a más durante la representación y sacó adelante de manera aceptable su gran escena del acto segundo «Che intesi Oh annunzio!» dedicada a un divo del calibre de Manuel García. Apreciables articulación y proyección las de Valentino Buzza como Guglielmo. Más apagada y de limitada sonoridad, la mezzo Marta Pluda en el personaje in travesti de Enrico. Un cada vez más asentado coro del Teatro Ventidio Basso volvió a completar una notable actuación en una obra en la que es muy exigido como en el magnífico coro previo a la gran aria de Norfolk. Asimismo la orquesta Nacional de la RAI volvió a acreditar un alto nivel, pero mero buen sonido sin aristas, ni contrastes, ni sustrato dramático no sirve en teatro lírico y eso fue lo que ofreció la batuta de Evelino Pidó, que osciló entre lo anodino e insustancial y lo vulgar.
La puesta en escena de Davide Livermore con escenografía de Gió Forma le deja a uno estupefacto. En el escenario vemos a la reina Isabel Segunda, no la primera, parece ser después de la Segunda Guerra Mundial, aunque no subió al trono hasta 1952, ya que vemos aviones Spitfire en las agobiantes proyecciones, así como un ambiente post bélico. La posible explicación de la presencia constante de un imponente ciervo puede ser - para los que hemos visto la serie The Crown- aquél de cornamenta especial que logró cazar la soberana, muy aficionada a las prácticas cinegéticas, en su finca escocesa de Balmoral y que le daría suerte eterna. En fin, ver a Matilde cantar su bellísima aria como un trasunto de Mary Poppins sólo ejemplifica adecuadamente la cantidad de tonterías y ridiculeces que se realizaron sobre el escenario en perfecta y delirante comunión con unas proyecciones agobiantes, caóticas, a granel, sin sentido dramático ni lógica alguna, además de ingratas para la vista. Un dislate.
Fotos: Festival Rossini de Pésaro
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