Por Francisco Quirce
Berlín. 5/XII/15 Deutsche Oper. La favorite (Gaetano Donizetti). Versión de concierto. Elina Garanca (Léonor de Guzman), Marc Laho (Fernand), Florian Sempey (Alphonse XI), Balthazar (Ante Jerkunika), Inés (Elena Tsallagova), Don Gaspar (Matthew Newlin). Dirección musical: Pietro Rizzo. Dirección del coro: William Spaulding. Coro y Orquesta de la Deutsche Oper de Berlín.
Leo con interés la reseña que Arturo Reverter ha escrito sobre Il duca d’Alba de Donizetti, ópera que se estrenará en Oviedo el día 13 de diciembre. El brillante artículo de Reverter nos sumerge en la ópera francesa "italianizante" que se representaba con gran éxito en la primera década del siglo XIX en un París cosmopolita y romántico, y que bebía de fuentes musicales y estéticas de diversa índole –incluida las españolas–; también podríamos denominarla ópera italiana "afrancesada", exportada desde el Teatro San Carlo de Nápoles y La Scala de Milán principalmente, que adoptaba modelos y pautas de la grande opéra para satisfacer la demanda de un público ciudadano cada vez más exigente y culto, ansioso por ver trabajos escénicos de altísimo nivel y cantantes de primera fila.
Bellini y Rossini ya habían viajado a París para estrenar parte de sus óperas, y Donizetti seguirá el mismo rumbo en 1833. Italia estaba de moda, y un Donizetti profesionalmente aplaudido y consolidado merecía triunfar en el centro de la cultura europea. Antes de que Donizetti se mudara definitivamente a París en 1843, éste ya había recibido numerosos encargos (Marino Faliero, 1835; Lucie de Lammermour, 1839; La fille du régiment, 1840; segunda edición de Lucrezia Borgia, 1840; La favorita, 1840 y el reestreno revisado de la Linda de Chamounix (1842).
Donizetti era un compositor reconocido, prolijo; un gran creador que, a través de una exquisita lectura de los códigos románticos alla italiana, es decir, por medio del “belcantismo” melodioso, bello en extremo, supo cautivar a un público demandante de temas exóticos del pasado medieval y renacentista francés, inglés, italiano, español, deseoso de verse reflejado con el ejemplo moral exaltando valores como el honor, la lealtad y el amor razonable. No cabe duda de que, en este sentido, el tema español gustaba, y mucho a este entorno ávido de aventuras de nobles, reyes y damas, de amores imposibles que devienen en redención y salvación sólo a través de una actitud letal ante la vida atormentada. La favorite se encuentra entre las óperas que transmitían este mensaje: Léonor de Guzmán, su atormentada protagonista, es heroína porque es víctima; porque no se puede amar si no se ama dentro de los patrones sociales preestablecidos. Aquí radica su heroicidad. Sin duda lo español fue, en el contexto dramático de la ópera, un elemento muy francés que influyó en los temas de la ópera italiana e italianizante de todo el siglo XIX: la visión mítica de España como un espejismo histórico servía de base para transmitir valores ya expuestos anteriormente, y aquí el canto jugaba un papel fundamental.
En este contexto, cuando Donizetti fue contratado por la Ópera de París, en septiembre de 1840, para escribir una ópera en menos de dos meses, tuvo muy poco tiempo para poder crear algo nuevo. L'ange de Nisida, una historia de amor trágico que termina con un Leone haciéndose monje en la errónea creencia de que había causado la muerte de su amada, formó la base de su entramado musical original; también hubo aportaciones de la ya mencionada Le duc d’Alba, que de momento no se estrenaría.
Asimismo, y tal como hemos señalado, era convención de la Ópera utilizar temas de ambiente histórico-mítico; el argumento se centra en la corte de Alfonso XI de Castilla (1311-1350), su vida privada, y su política de expansión territorial a costa de los territorios de Al Ándalus. A esto se unía una cohesión melódica magistral, basado en el canto spianato propio del estilo italiano.
La favorite (La favorita en italiano) fue una de las óperas más exitosas de su tiempo. Entre 1840 y 1904 se representó 650 veces, y en 1912 fue una de las primeras óperas registrada en gramófono, aunque hacia 1918 la obra fue retirada del repertorio. Fue rescatada para La Scala en 1934. Hasta la revisión crítica que hizo de la partitura la musicóloga Rebecca Harris-Worrick en 1991, se representaba la versión italiana de 1843, que se publicó sin la colaboración del propio Donizetti.
La versión de concierto que ha realizado la Deutsche Opera es la versión francesa de la ópera, aunque se ha omitido alguna de sus escenas -como el baile del segundo acto, tan del gusto de la grande opéra-. Escuchar la interpretación de esta ópera del repertorio belcantista con una orquesta berlinesa es un auténtico placer, sobre todo si nos centramos en su parte estrictamente coral y orquestal. Tal como hizo Richard Wagner en los arreglos para piano de esta ópera en 1840, la orquesta y el coro de la Deutsche Oper ‘diseccionan’ toda la partitura. No sólo la melodía, sino también toda la textura orquestal para obtener la mejor calidad acústica, tímbrica y el juego de contraste dramático necesario para el transcurso de los temas instrumentales y corales.
La batuta de Pietro Rizzo es fina, contundente, quizá a veces subrayando en exceso la masa orquestal e incluso llegando en ocasiones a tapar la emisión de los cantantes (el dúo de Fernand y Léonor "Mon idole! Dieu t'envoie" del primer acto puede servir como ejemplo de ello), pero con resultados airosos y solventes. Lo cantantes elegidos para esta versión de concierto tienen, ante todo, volumen, buen concepto del bel canto y estudio acumulado: ello hace que emane una línea melódica y expresiva de tal calibre que haga llorar los oídos por su extremo dramatismo y, a su vez, rica poesía.
Elina Garanca fue sin duda la verdadera protagonista de la velada, regalando momentos de verdadera magia vocal. Su voz es homogénea y de buen volumen, muy actoral -permítaseme el término-. Memorable fue su Léonor del Festival de Salzburgo de 2014. Este es uno de los roles estrella de su repertorio y lo domina, no cabe duda. La mezzosoprano hizo gala de todo su fraseo ágil y técnicamente impecable, muy compacto, que desarrolló con entrega y muchas dotes dramáticas en el dominio de la voz. Sobrecogedora fue su "Qui, lui, Fernand, l'époux de Léonor!". El papel de Inés fue asignado a Elena Tsallagova, soprano con voz de lírica voluminosa y también homogénea. La coordinación entre ambas fue perfecta, y empastaron en los concertantes con una calidad fuera de toda duda.
Marc Laho nos recibió con un "Á l'autel que saint Jacques protege" brillante y muy templado, con un agudo bien emitido y de fino vibrato, sin engolamientos. Aunque, a medida que la ópera transcurría, dio muestra de cierto cansancio y pérdida de color en su registro medio y agudos calantes que tendían a un exceso de vibrato. Esta ópera es todo un reto para un tenor lírico ligero, y en este sentido a Laho le pasó cierta factura. No obstante, el resultado global fue aceptable.
Otro gran triunfador de la velada fue el joven barítono francés Florian Sempey; de carrera fulgurante y con un amplio repertorio que le hace trabajar varios estilos, su visión de Alfonso fue muy original y estudiada. Su voz es la de un barítono de agudo brillante, gran volumen y perfecta afinación; el problema con los graves fue solventado con un ligero engolamiento vocal tendente a la nasalización de la voz, pero con resultado interesante, principalmente en el tratamiento de los piani. Ello hizo que, en parte, su visión se acercara en algunas ocasiones a la canción.
Ante Jerkunika es un buen bajo lleno de profundidad y con una técnica depurada, fue posiblemente el cantante que más se adaptó al estilo italiano, junto con Garanca. El día 3 de diciembre se le pudo escuchar en el rol del Rey de Aida, y sin duda estamos ante un bajo donizettiano y verdiano que dará que hablar, y muy bien, por su temperamento y bello timbre. Matthew Newlin cumplió con su papel de Gaspar y, aunque no tuvo momentos de gran lucimiento, su potente voz hizo que estuviera a la altura de sus compañeros de viaje.
En este sentido, guardo un excelente recuerdo del final del segundo acto, cuyo concertante final fue soberbio, y en donde Rizzo mostró su interesante visión dramática de esta bella ópera.
Fotografía: Bettina Stöß
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