Un reportaje de Agustín Achúcarro
“Me siento motivado porque la tuba wagneriana es un instrumento que no tocamos normalmente y en esta sinfonía su participación es muy importante, sobre todo en el pasaje inicial del segundo movimiento, inspirado en un Wagner que estaba a punto de fallecer, con todo lo que esto significaba para Bruckner”. Palabras de Emilio Climent, trompa de la OSCyL, que tocará hoy viernes 10 y mañana sábado la tuba wagneriana en la Sinfonía Nº7 de Bruckner, dentro de la Temporada de la OSCyL, en el Auditorio de Valladolid.
Argumentos que Climent apoya también en lo que afirmaba su profesor Vicente Zarzo: “Este tiempo en concreto, en el que tocan cuatro tubas wagnerianas y la tuba, es el mejor escrito en la historia de la música para la sección de metales”. Y aunque Climent no lo suscriba al cien por cien, está convencido de que “es un momento sublime”.
Siguiendo la idea de referirse a la Sinfonía Nº7 de Bruckner a través de la participación de la tuba wagneriana el instrumentista relata una anécdota. “El director Hermann Levi siempre que conocía a un músico nuevo le obligaba a escuchar el segundo movimiento de esta sinfonía y decía que incluso la reducción a piano no dejaba de sorprender por lo maravillosa que era”.
Este rastreo de una sinfonía a través de lo que vive un instrumentista durante los ensayos acaba llevando por fuerza a la figura del director. “Eliahu Inbal -Principal Director invitado de la OSCyL- me trae recuerdos de cuando era pequeño y en casa había una colección de discos de la editorial Salvat que se llamaba Musicalia y, claro, algunos estaban dirigidos por él, así que la primera vez que vino a dirigirnos me supuso una motivación muy grande, algo que me ocurre cada vez que vuelve”. Para el instrumentista Inbal “transmite una energía muy especial”, a lo que añade la edad que tiene y lo que esto supone, así como lo que “predispone el trabajar con personas que tienen un nombre”, cosa que aunque resulte triste no suele suceder de la misma forma con los directores jóvenes.
Pero más allá de estas elucubraciones Climent valora mucho lo que supone tener delante a este director. “Inbal es una persona muy directa, que tiene muy claro lo que quiere, y si hay que repetir un pasaje se repite, pero si ve que hay que dejar tocar deja tocar, pues no actúa desde la imposición; de la misma forma que influye el que maestros como él suelen venir a dirigir grandes obras, con lo que la motivación es doble”, asevera el músico. Y en esta forma de ver y analizar a un director ante Bruckner surge inevitablemente la figura de Celibidache. “Nos ha sorprendido los “tempos” que trae, ahí están como referencia los de Celidibache y su percepción de la fenomenología musical, pero Inbal lo siente de otra manera, de hecho la sección de tubas wagnerianas lo habíamos preparado algo más lento y él lo hace más movido”.
Una forma de entender la obra que no entra en colisión con la percepción que tiene el instrumentista de que Inbal lo hace muy bien, y de que puede ser un gran concierto. “Lo bueno de los directores buenos es que suele producirse dos cosas que son muy indicativas: si a los quince minutos estás mirando el reloj es que no te gusta, y con ellos no pasa, y si la versión que tú tienes en la cabeza difiere mucho de la que te están exponiendo, al final sus planteamientos te convencen”, apunta Climent.
Si se habla de una sinfonía partiendo de un instrumento tan específico como la tuba wagneriana resulta ineludible referirse a sus cualidades. “Las tubas wagnerianas se le ocurrieron a Wagner en una visita a la tienda de Adolphe Sax buscando un instrumento cercano a la idea del sonido que podía producir una trompa grande con una percepción sonora parecida al trombón, lo que se ve claramente en el segundo movimiento, mientras que en el cuarto predomina la fuerza pura, como el resto de las secciones de metales”, advierte Climent, para el que uno de los encantos de este instrumento es que “puede ir de un sonido muy delicado a uno muy salvaje”. El músico recuerda que se emplearán dos tubas wagnerianas agudas en si bemol y dos graves en fa, y que Wagner y Bruckner suelen escribir para ellas así, en cuarteto.
Relacionado con todo lo dicho está la dificultad técnica que puede entrañar el tocarla. “Normalmente los trompistas -explica Climent- escuchamos el sonido a la derecha, abajo, mientras que en la tuba wagneriana sale a la altura del oído, lo cual hace que a veces pensemos que tocamos muy fuerte por tener la salida del sonido tan próxima, tampoco tenemos la ayuda de la mano a la hora de afinar; detalles que no quitan para que su sonoridad me parezca divina, en particular el de las tubas graves”.
Climent sabe por experiencia que si se toca igual que la trompa “no sonará bien y el sonido será demasiado metálico y no tan redondo”, pues todo está en la manera en la que se emite el aire, “que no se puede hacer igual en ambos instrumentos”.
No sólo se interpretará la obra de Bruckner, pues en el programa figura antes el Concierto para oboe y pequeña orquesta en re mayor, op. 144 de Richard Strauss, con la participación como solista de Stefan Schilli, lo que le mueve a Emilio Climent a dar su opinión al respecto, aunque él no intervenga en la obra: “este solista de oboe es espectacular, no hay que perdérselo, y el concierto de Richard Strauss es muy bonito”.
Se trata de una de las últimas obras compuestas por Strauss, concretamente en 1945, de la que el oboísta Jorge Pinzón afirma que “es el concierto para oboe por excelencia, lleno de altibajos emocionales por la mezcla de sentimientos contrarios, como sucede en un romance real”.
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