Un reportaje de Agustín Achúcarro
Entrar en el despacho de Julio García Merino, el archivero de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León, supone acercarse a la sala de máquinas de donde salen las partituras preparadas para que sean posibles los conciertos. En este caso su trabajo se centra en la Sinfonía Nº7 “Leningrado” de Shostakóvich, que dirigirá Eliahu Inbal en los dos días previos al fin de semana.
Aunque realmente García Merino anda ya preparando el próximo programa de la orquesta, revive como si fuera en presente la preparación del concierto de los días 8 y 9 de junio, en el Auditorio de Valladolid, y lo hace empezando por aludir a un dato de carácter técnico. “La partitura de esta sinfonía es de alquiler, pues todavía rigen derechos editoriales, independientemente de los de autor, que los gestiona la SGAE”. Hecha esta aclaración el archivero se refiere a su labor en general: “Al principio de temporada, cuando está definido el presupuesto de los alquileres, el proceso generalmente consiste en ir pidiendo las obras con dos otres meses de antelación, salvo algunas partituras que por su dificultad las doy prioridad, pues sé que los músicos las van a solicitar con más tiempo, lo que en particular ocurre con compositores como Richard Strauss, Mahler o Schoenberg, cuyas obras siempre son temidas por los profesores”.
Por lo que se refiere a la Sinfonía Nº7 de Shostakóvich la requirió con un mes de antelación.“Hay que tener en cuenta que, como la mayoría de las obras en alquiler, éstas pasan por los atriles de muchas orquestas y suelen venir con cantidad de indicaciones, en particular en las partes de cuerda, lo que conlleva un proceso de limpieza de muchas cosas que sobran, que pueden dificultar la lectura, y hay que dejar lo mínimo, o sea las indicaciones de arcos y de fraseos”, apunta el archivero al que no se le pasan pequeños detalles que pueden tener gran importancia: “las partituras tienen formatos muy variados, y en muchas ocasiones tengo que ampliarlas; es algo que suelen agradecer de verdad los músicos, en particular la sección de cuerda”.
Su ritual exige minuciosidad y un conocimiento detallado de su trabajo. “Al recibir las partituras, me centro fundamentalmente en las cuerdas; cojo una particella, casi siempre la del último atril, pues suele ser la que menos marcada está, borro lo que antes comenté, hago una fotocopia, lo más limpia posible, la amplío, si es necesario, paso las indicaciones de arcos y fraseo, y la encuaderno”. El resto de indicaciones, como matices, crescendos, pianos o fortes, García Merino los borra y espera que decidan los directores. “Pues el criterio puede variar de unos a otros y será el director el que haga las indicaciones precisas a los músicos durante los ensayos”, señala. Y ese es el material que pasará a los atriles y que el archivero guardará, “por si vuelve a hacer falta en el futuro”, sin olvidar que “si se toca otra vez tendrá que volver a alquilar la partitura”.
Parece que la sinfonía de Shostakóvich no es de las que más quebraderos de cabeza le ha generado. “En esta ocasión las partes de cuerdas no han venido muy marcadas y sólo he tenido que limpiarlas un poco”, algo que no puede decir del próximo programa, que incluye Un americano en París: “esta obra me está dando mucho trabajo pues los materiales son los mismos desde hace décadas y he tenido que someterlos al proceso antes indicado”.
“Se puede generalizar diciendo que del período romántico hacia delante los arcos que vienen marcados son una buena pauta, algo que es muy diferente en el caso del repertorio clásico, de compositores como Mozart, Beethoven o Haydn”, comenta el archivero, mientras pone un ejemplo al respecto: “Si tocamos por primera vez alguna obra de los periodos barroco o clásico (en este caso no hay que alquilar las obras, se pueden comprar, pero hay que tener mucho cuidado con las ediciones) podría recurrir a buscar un quinteto de cuerdas ya arqueado procedente de alguna otra orquesta o consultar el archivo on line escaneado de la Filarmónica de Nueva York. Pero esto es muy arriesgado pues el concepto con que ha sido anotado el material puede ser muy romántico, y hoy los criterios interpretativos e historicistas de la música de esos periodos han cambiado mucho”.
La relación entre el director y el archivero es otro de los aspectos relevantes previos al concierto, aunque ésta varía en función de ciertos factores. “Directores como Petrenko o Inbal -explica García Merino- vienen directamente a los ensayos y corrigen sobre la marcha, pero a otros les gusta tener todo controlado; es el caso de Jesús López Cobos, que me envía sus propias partituras ya anotadas. Cada director tiene su forma de trabajar”.
Vuelta a la Sinfonía Nº7, en este caso vista desde la perspectiva de una persona para la que la música es mucho más que un mero trabajo. “Es una sinfonía que suele encantar al público, porque es espectacular, con toda la historia que lleva detrás, compuesta por Shostakóvich en Leningrado, durante el asedio de los ejércitos alemanes, con esa leyenda no sé hasta qué punto mitificada, del autor componiendo mientras caían las bombas, pero en todo caso sí es cierto que la escribió en circunstancias adversas y terribles”, reflexiona García Merino.
Y al hilo de lo que la obra supone el archivero realiza unos apuntes de carácter histórico. “Se estrenó en Kúibyshev y cuando se hizo en Leningrado, estando todavía la ciudad asediada y no quedaba más de una veintena de músicos de la Filarmónica, por lo que hubo que formar una orquesta con músicos aficionados y militares. Lo que pasó después es casi una historia de espías: se copió la partitura en un microfilm, se envió en avión de Moscú a Teherán, por tierra de allí a El Cairo y otra vez por avión a Casablanca; desde aquí un barco norteamericano lo llevó a los Estados Unidos. Arturo Toscanini dirigió el estreno estadounidense, y poco después Carlos Chávez la presentó en México. La Sinfonía nº 7 se convirtió en un símbolo de la resistencia ante la opresión”.
García Merino no duda sobre el efecto que produce esta sinfonía. “A mí personalmente me parece que la interpretación en directo de una obra de estas dimensiones, que es un símbolo, supone un espectáculo sonoro y visual (por el virtuosismo que requiere de los profesores de la orquesta)”, aunque él prefiera al Shostakóvich de las tres últimas sinfonías, de los conciertos para violín y para violonchelo, y de la música de cámara, con sus cuartetos fundamentalmente. Además mantiene con esta obra una relaciónde amor-odio, que proviene de su percepción de la misma. “No acabo de captar la tragedia que se supone que debería transmitir un Leningrado asediado por las bombas, pero esto no deja de ser una apreciación personal”, reflexiona.
En todo caso está convencido de que la interpretación de la OSCyL supondrá “una experiencia fantástica”, lo que apoya con argumentos. “Cada vez que viene Inbal así sucede, de hecho ya pasó la última vez con la séptima de Bruckner y el año pasado con la undécima del propio Shostakóvich, así que con esos antecedentes espero un concierto espectacular y una experiencia estética maravillosa. A lo que suma lo que suponen desde su perspectiva esta partitura y su autor: “La grandeza de Shostakóvich en estas obras tan programáticas, es que a pesar de esa apariencia un poco epidérmica o alimenticia, cuando las dirigen directores como Inbal, siempre ofrecen la posibilidad de que el oyente reinvente cada audición extrayendo otro tipo de lecturas, nuevas visiones; esto es lo que realmente define la grandeza de las obras de arte en general”, criterios que al archivero de la OSCyL le sirven para pensar que “quizá esta audición logre reconciliarle con la Sinfonía Leningrado”.
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