Una entrevista de Agustín Achúcarro
Parece que Eliahu Inbal considera que la música se encuentra en enfrentarse abierta y sinceramente a una partitura y trasmitirla tal cual a la orquesta. Él es capaz de insuflar algo indescriptible cuando sube a un podio a dirigir, entre la técnica, la intuición y la emoción. Se ha puesto al frente de muchas orquestas, posee un amplio repertorio y da la sensación de que sabe llegar hasta el último detalle de una obra y contagiar a músicos y público con lo que él disfruta. Se siente satisfecho de la labor realizada, en especial con determinadas orquestas, y por tanto ha llegado a un punto en que no le importaría marcharse de este mundo mientras dirige la Sinfonía nº4 de Brahms. Pero mientras tanto aún hay tiempo para que siga trasmitiendo lo mucho que sabe de música y de la música, y haciendo cómplices de esto a todos.
¿Qué recuerdos guarda de sus primeros estudios en Jerusalén?
Empecé a estudiar el violín construyéndolo yo mismo con la ayuda de mi tío, como una especie de guitarra primitiva. Y esto llamó la atención de mi hermana, que me llevó al conservatorio de Jerusalén. Me escucharon, les gustó y entré. En tres años me había convertido en el maestro de conciertos del conservatorio y un día el director, mi profesor de violín, me dijo que no podía dirigir el próximo concierto y me dejó a mí a la cabeza con 13 años, y esa fue mi primera experiencia. Era la época de la independencia de Israel y durante la guerra no hubo conservatorio, ni clases, ni nada. Después dirigí el primer concierto en público y fue cuando decidí, como ya he dicho, que debía ser director.
¿Y cómo prosiguió esa incipiente carrera?
Terminé mis estudios de violín, toqué en varias orquestas, en la radio… y cuando estuve en la Orquesta Sinfónica del ejército oyeron hablar sobre mí en la Sinfónica de Israel y me seleccionaron para dirigir al día siguiente, antes de Leonard Bernstein. Después me recomendaron estudiar fuera y viajé para hacerlo con Franco Ferrara y Sergiu Celibidache. Había una orquesta maravillosa en París, todos eran primeras figuras. Y cuando gané el premio Guido Cantelli (con 26 años) encontré a esos mismos músicos en orquestas de Europa ocupando puestos de solista.
¿Hasta qué punto cree que son importantes los concursos?
Es como una tarjeta de visita. Obtienes conciertos y si tienen un gran éxito puedes llegar a algo, pero la mayoría de las veces se olvida. En este tipo de competiciones interviene además la suerte y si, por ejemplo, estás nervioso no te irá bien. Pero al principio sí pueden ayudar.
Usted fue discípulo de Celibidache ¿De qué manera le marcó esa experiencia?
No solo de él. Franco Ferrara era un profesor muy instintivo. Veía el carácter de cada estudiante y trabajaba con eso. No tenía un sistema. Sergiu Celibidache era más científico, con un sistema muy preciso. Todos mis profesores fueron importantes. En el segundo año con Celibidache un día nos invitó a sus 12 estudiantes a comer spaggheti, y me dijo: Inbal, puedes llegar a ser un gran director, pero tienes que permanecer conmigo diez años más, sino serás como Bernstein.
¿Cómo es su concepción de la dirección?
Al final soy yo. No hay nada que pueda hacer. Es mi personalidad y las influencias, también Karajan me influyó. Pero influencia no significa que haga lo mismo, sino que entiendo el principio que me indican para transmitir la música al público. Tengo que traducir a mi personalidad lo que se supone que ha escrito al compositor, también el gesto, que no se puede estudiar. Es mi lenguaje, mi cuerpo, mi forma de respirar, de hablar. Dirigir es una mezcla de control y espontaneidad. Siempre debe ser así en el arte. El control es intelecto, análisis, entender la estructura; y la espontaneidad es emoción.
Algo que para usted parece muy importante…
Al final la humanidad está controlada por emociones. Es la filosofía de Spinoza, la filosofía de hoy día. Primero soy yo con la partitura. Cuando estudio intento sentir la emoción que el compositor quiso transmitir y éste me habla incluso durante el concierto. Tengo la convicción de que poseo la verdad de la partitura y creo que los músicos lo sienten y hacen lo que les digo por eso. Estoy convencido de que es la forma de que las cosas funcionen. En los ensayos a veces les digo que están haciendo un crescendo, pero de manera mecánica, y les pregunto ¿por qué? A lo que respondo que traten de entender lo que el compositor quería decir. Eso es lo que pido a una orquesta: emoción. A veces es una nota el clímax de la frase. Cuando se toca esa nota algo debe pasar aquí (se señala con la mano el corazón).
Usted ha dirigido orquestas como la Sinfónica de la Radio de Frankfurt, la Nacional de la RAI de Turín o la Nacional de Francia ¿Qué cree que debe tener una orquesta ideal?
Debe poseer el balance, el equilibrio entre virtuosismo, técnica, y emoción. No dejo que sean fríos, por supuesto. Es imprescindible la capacidad de transmitir. La de la Radio de Frankfurt es una orquesta que ayudé a construir. Eran buenos, pero unos años después se convirtieron en una de las mejores orquestas de Europa, con grabaciones, tours, y hasta hoy son una orquesta maravillosa. Con la Konzerthaus orchester Berlin (Sinfónica de Berlín) pasó lo mismo. Les llevé a ser una de las mejores orquestas berlinesas. De la Filarmónica de la República Checa fui director durante tres años, de La Fenice de Venecia fui director oficial en dos ocasiones, al igual que me pasó con la Tokyo Metropolitan Symphony Orchestra. Y en todos los casos observé algo parecido.
¿Qué fue lo que dedujo de estas experiencias?
Que cada orquesta tiene su propio carácter, por el lenguaje. Y lo primero es el lenguaje del país. A las orquestas italianas, por ejemplo, su forma de hablar les condiciona. En virtud de eso poseen más ritmo, más acento. En cuanto a las alemanas hay mucho peso en la lengua, mientras que las inglesas están a medio camino. E igual ocurre con las francesas y las japonesas, que tienen un carácter en el lenguaje similar. También depende de lo que esté dirigiendo. Las orquestras francesas y japonesas se sienten como en su casa con Ravel. A las alemanas hay que pedirles fineza, luz en la expresión. Tengo que manipular el carácter para saber qué es necesario para la obra. Por ejemplo, con Wagner a los franceses les tengo que pedir más peso, mientras que los alemanes lo cogen directamente.
Aunque su repertorio es amplio se le identifica bastante con Bruckner y Mahler. De hecho grabó las sinfonías originales 3, 4 y 8 del primero.
Una vez, el jefe de edición de Bruckner vino a Franckfurt con muchas partituras y me las enseñó. La 3…, la 4…, la 8... Miré las partituras y dije: esto es muy interesante, a veces parece Stravinsky. Escribe cosas muy valientes y fue el primero en escribirlas. Así que contesté: Sí, lo haré. Yo estaba acostumbrado a llevar a Bruckner en la línea de la tradición alemana, como Karl Bhöm. Directores muy pesados y lentos dirigiendo, poco diferenciados a veces.
Decca quiso inmediatamente grabar y debo decir que las ediciones de la 3, 4 y 8 no sólo eran muy interesantes, sino que además son las mejores. En la nº3 no hice la nueva sino la original, que creo que es mejor; en la nº4 es muy difícil tocar la original, así que necesité más ensayos. De hecho Bruckner hizo una nueva versión porque los directores decían que era imposible de tocar. Las otras versiones de la 4 también están bien. En la nº 8 personalmente prefiero la original, aunque la versión más dirigida también es buena, y si no la hice fue porque la corrigió debido a los comentarios de sus próximos. Hay sinfonías suyas, como ocurre con la segunda en las que la versión final es mejor. No quiero decir con esto que la versión mejor sea siempre la primera, pues depende de la sinfonía. De la quinta y la sexta prácticamente hay sólo una versión.
¿Cómo ha sido su relación con la ópera?
La ópera vino después. Me pidieron muchas veces que hiciera ópera y terminé aceptando. La primera que hice fue Elektra en Bolonia, en 1968, y no sabía que estaba considerada una de las más difíciles. Karajan dijo que no la volvería a dirigir otra vez y Solti que era la más complicada. Así que la dirigí como si fuera fácil, porque no sabía que era difícil (se ríe abiertamente). Después vinieron La traviata, Boris Godunov… He dirigido unas 30, pero no me considero un director de ópera porque quiero tener un control total. Kleiber me dijo que le ponía muy nervioso dirigir repertorio sinfónico porque toda la culpa de que algo salga mal se le achacaba a él y que se sentía mucho más relajado con la ópera porque se podían echar balones fuera. Ciertamente en la ópera hay demasiadas cosas sucediendo a la vez y no muchas dependen del director de orquesta, sino de los directores de escena, que generalmente son amusicales y no consideran la música.
Entonces para usted el problema de la ópera son los directores de escena.
Tienen el texto, que no suelen respetar, y una idea propia sin conexión con la música. Claro, no todos. Ahí está el ejemplo de Jean Pierre Ponnelle. Él era un músico, no profesional, pero muy musical y lo que hacía en la escena era lo que ésta demandaba. Y están también artistas como Pizzi o Peter Shaffer.
En la ópera no tienes el control total y yo lo necesito para plasmar mi idea. A veces cambio cosas dependiendo de la situación, respetando lo que el compositor me transmite. Sólo voy a hacer ópera si sé que tengo ese control. En Verona en 1969 hice Don Carlo con Jean Vilar y recuerdo que tenía un gran respeto por la música.
Usted es el Director Principal invitado de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León y estos días les ha dirigido dos programas diferentes ¿Cómo es su relación con sus músicos?
Me gustan mucho, son muy profesionales y entusiastas, y nos llevamos muy bien. Me entienden enseguida y me dan lo que quiero. Es por lo que vengo con mucho placer a dirigirles. El resultado es fantástico.
Qué piensa con respecto al futuro de las orquestas y la dirección tal y como se conciben en la actualidad.
Creo que permanecerán. Todo es digital hoy día, pero se mantendrá porque es diferente. No es comparable con una grabación. Cuando empecé a dirigir en Italia la gente me decía que las orquestas sinfónicas iban a desaparecer, que el público era viejo. Ahora sigue siendo viejo, pero siempre está ahí (con una sonrisa franca). Hay algo mágico en el directo. Por eso la ópera se mantendrá también. Eso espero. Uno de mis hijos es director y el otro es violista, así que espero que sigan haciendo música. Las radios, los estados deben mantener las orquestas. El problema es la financiación. Muchos gobiernos dicen que no son necesarias. En Alemania todas las ciudades, incluso las pequeñas, tienen su propio escenario de ópera y su propia orquesta. Así debería ser en todos los sitios.
¿Qué siente al dirigir?
Cuando estuve en el ejército, en la orquesta de la milicia, nos levantábamos a las 5 de la mañana y a veces iba y estaba muy cansado, incluso me quedaba dormido. Recuerdo que con Dimitri Mitropoulos dirigiendo la Sinfonía nº5 de Mendelssohn en un momento dado me quedé dormido un minuto, y cuando me desperté pensaba que estaba en el paraíso. La primera vez que escuchas algo es siempre muy importante.También me acuerdo de la primera vez que escuché muchas obras maestras. Con la Sinfonía nº4 de Brahms no me dormí. Me viene a la memoria el segundo movimiento, en la recapitulación, con las cuerdas, aún estaba en el ejército en ese momento y tenía 20 años o así, ya sabía que quería ser director, y pensé: un día moriré, pero me gustaría hacerlo dirigiendo esta obra, desaparecer en el aire, ya no hay Inbal. Me impresionó muchísimo. Esto te dice cómo me siento cuando dirijo. Estoy en otro mundo, en el cosmos. Mahler, Brucker… su música es muy cósmica. La expresión, el alcance de esta música es inabarcable. Cuando dirijo música como ésa estoy en el cielo, en otra esfera, mis pies no tocan el suelo.
De qué manera le influyó la Segunda Guerra y cómo ve las actuales guerras.
Creo que la guerra es terrible. La humanidad debe hacer una transformación, debe convertirse en otro tipo de humanidad. No es sólo peligroso, pues puede destruirse a sí misma y al planeta. Todo viene de la ignorancia, de los fanatismos y de las religiones. Demasiados nacionalismos que siempre traen guerras, sin importar la nacionalidad o el lugar. El nacionalismo debería estar en la cultura, en la música, pero en la política siempre es malo. En España pasa y en Italia y en Hungría y en Rusia… en todas partes. Esto es muy peligroso y estoy preocupado, de veras. Estas situaciones en la historia siempre han llevado a la exclusión de un gran grupo poblacional. No podemos imaginar una tercera guerra mundial, pero la humanidad puede ser muy estúpida si la situación lo propicia, y en ella habría millones de muertes. Hay muchos problemas a los que tenemos que enfrentarnos. Como el ecológico, pues somos mucha gente en el planeta, cada vez más, y tenemos que comer, dar de comer, dar energía a la población y con ello dañar el planeta. Creo que sólo hay una posibilidad de resolverlo: debe haber un solo gobierno. El gobierno del mundo, que debe atender a las voces sabias del planeta. Si no es una situación muy egoísta, pues cada país hace lo mejor para sí mismo. Existen muchos conflictos religiosos que son relativamente nuevos.
¿Cómo es un día sin ensayos, ni conciertos en la vida de Inbal?
Cuando trabajo requiero una concentración enorme. Necesito al menos dos o tres días para recomponerme. Leo, escribo, paseo con mi mujer y vemos cosas, pero nada de viajes rápidos. Sólo dejar que la mente medite y se encuentre a sí misma. Siempre estoy metido en música, ciencia o filosofía.
¿Qué proyectos futuros le ilusionan?
Continuamente me pregunto: ¿qué me gustaría hacer? Y la respuesta es simple: seguir dirigiendo, en China, Corea, Singapur… en todas partes. Porque hoy en día hay buenas orquestas en todos los sitios. Cuando dirijo un programa sinfónico o una ópera para mí es siempre como la primera vez. No tengo la sensación de repetir, por lo que pienso que siempre es fantástico para mí, la orquesta y el público. Y por estas razones quiero seguir haciendo esto.
Foto: OSCyL
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