Por Pedro J. Lapeña Rey
Madrid. Auditorio Nacional. 22-XI-2018. Ciclo de La Filarmónica. Orquesta Sinfónica SWR de Stuttgart. Trío Ludwig. Director musical: Eliahu Inbal. Triple concierto para violín, violonchelo y piano en do mayor, op. 56 de Ludwig van Beethoven. Sinfonía nº 4 en mi bemol mayor,“Romántica” de Anton Bruckner.
Tras el recital a cuatro manos del día 14 con Maria Joao Pires y Lilit Grigoryan en la sala de cámara, La Filarmónica arrancaba el jueves 22 su séptima temporada –en la que hay muchos programas de interés y donde entre otros podremos ver nombres como los de Ádám Fischer, Daniil Trifonov, Valery Gergiev o Vladimir Fedoseyev–con uno de los platos fuertes. Y es que con el paso de los años, y tras la pérdida de muchos de los grandes directores de antaño, cada visita del veterano director israelí Eliahu Inbal se convierte en todo un acontecimiento.
Hablar de Inbal es hablar de nuestra historia de melómanos. A sus 82 años, pertenece a una generación de músicos con los que hemos convivido en las salas de conciertos los últimos 40 años, y de los hoy en día, solo nos quedan Bernard Haitink, Michael Gielen, Herbert Blomstedt o Zubin Mehta. A los grandes del pasado –Celibidache, Kleiber, Neumann, Giulini, Solti, etc.– les vimos ya con edad avanzada, pero a éstos le hemos visto la evolución desde sus tiempos jóvenes a los actuales, donde su magisterio se impone cada noche. Eliahu Inbal en concreto, nos ha ido desvelando en todos estos años innumerables secretos que guardaban las partituras de Mahler, Bruckner o Strauss, y que no éramos capaces de ver en otras manos. Y lo que en ocasiones es aún mejor, dándonos unas visiones completamente distintas a las nuestras, y que en sus manos son de una lógica y una sinceridad aplastante.
En este concierto ha venido a Madrid liderando a la Orquesta Sinfónica SWR de Stuttgart. Es la primera vez que la veía desde su polémica fusión hace un par de años con la SWR de Baden-Baden y Friburgo, que tan buenos recuerdos nos dejó en sus visitas con Michael Gielen y Sylvain Cambreling. La orquesta mantiene su profundo sonido alemán, con cuerdas de sonido rico y denso, maderas ágiles, y metales contundentes, que por momentos, sobre todo en los dos últimos movimientos brucknerianos, nos recordaron sonoridades más rusas que alemanas.
El programa era muy atractivo. Una obra marca de la casa como la Sinfonía romántica de Bruckner, precedida por el Triple concierto de Beethoven, tan caro de ver estos últimos años. En ésta, los solistas eran el Trío Ludwig, formado en 2009 por dos miembros del Cuarteto Casals, los hermanos Abel y Arnau Tomàs, y la pianista Hyo-Sun Lim. Ha sido la primera vez que les he visto en vivo como trío –aunque a los hermanos sí les he visto en innumerables ocasiones con el Casals– y no todo ha sido de color de rosas.
La partitura beethoveniana es indulgente con el piano, compuesto en origen para su alumno el archiduque Rodolfo, y su parte, de gran atractivo y discreta dificultad fue casi bordada por una Hyo-Sun Lim de pulsación poderosa y bello sonido. Por el contrario, las partes para violín y violonchelo son de mucha mayor complejidad –Beethoven las compuso para los virtuosos Carl Seidler y Anton Kraft– y ambos solistas tienen una dura papeleta desde el principio. El violonchelo es el que casi siempre expone los temas y las variaciones, dándole el violín posteriormente las réplicas. Arnau Tomàs, con un sonido hermoso y atractivo aunque de volumen discreto, desplegó musicalidad y dibujó frases de enjundia, cantando con elegancia en el Largo intermedio, aunque tanto en el Allegro inicial como en el Rondo alla Polaca final, la obra le llevó al límite de sus facultades técnicas. Algo por debajo estuvo la prestación de Abel, técnicamente solvente pero con reiterados problemas de afinación y con un sonido algo agrio. Desde el arranque un tanto misterioso, Eliahu Inbal marcó un tempo vivo y enérgico muy adecuado para este Beethoven contemporáneo de la Sinfonía heroica, y por momentos –como en toda la coda del Allegro inicial– pareció que era él quien marcaba a los solistas, y no al revés. Su fraseo de gran vehemencia, sacó lo mejor de una orquesta que fue un guante a sus órdenes.
Tras el descanso, nos adentramos en el mundo bruckneriano, una de las especialidades del maestro israelí. Lo bueno de Inbal es que nunca engaña a nadie. Su gesto preciso de la mano derecha con el que domina la situación, y su brazo izquierdo estirado con el dedo índice en tensión con el que marca las entradas a los distintos músicos, son un anticipo a momentos de gloria. Con los años, y mientras otros maestros reposan sus versiones, él sigue manteniendo un empuje y una tensión admirables. Con él quizás no tienes el sonido mas depurado ni la frase mas lírica, pero sus versiones destilan coherencia. Maestro en la edificación de estructuras sonoras, y atento siempre a encontrar el equilibrio perfecto, esta Romántica en sus manos tuvo pulso, tensión,contrastes y belleza por doquier. Fue una catedral bruckneriana con todas las letras.
El movimiento inicial fue excelente. Tras el trémolo inicial de las cuerdasen un pianísimo casi imperceptible, surgió el conocido tema de la trompa con sus cuatro notas con salto de quinta a ritmo vivo. En los dos crescendosposteriores, Inbal dio una clase de como se regula una progresión, y no menos buena fue la transición a la re-exposición del tema inicial, donde la flauta, cuerdas y trompa nos dejaron un momento sublime. El impulso casi efusivo de Inbal marcó la coda, donde los metales alcanzaron una amplia gama cromática.
El Andante, enmarañado con hasta cuatro grupos temáticos diferentes, le permitió a Inbal diseccionar una música casi melancólica en donde podemos atisbar parte de la riqueza popular austriaca que años después, Mahler nos mostró en sus ländler. La combinación de un control orquestal preciso –que permitió una claridad meridiana– con unas texturas ricas, densas y profundas, sumado a un fraseo exquisito de la cuerda –en especial unas violas justamente felicitadas por el maestro en los saludos finales– nos permitieron disfrutar de un excelente movimiento.
En el Scherzo, Inbal desató la caballería en el tema principal, con trompas y trompetas desenfrenadas, y donde por momentos reinó algo de confusión. Sin embargo el contraste con el trío central–campestre y bailable, donde el flauta y el clarinete solistas nos deleitaron con la sublime melodía que desarrollan a continuación los violines– fue soberbio, y en la re-exposición final del tema principal, Inbal sujetó algo mas a los metales y todo fue sobre ruedas.
En el Finale, Inbal «se olvidó» de las indicaciones de la partitura «Bewegt, dochnichtzuschnell - movido pero no demasiado rápido», para volver a elegir un tempo rápido, impulsivo y cargado de tensión. Mas que solemnidad, tuvimos abiertas las puertas del infierno. A pesar de ello, la música fluía y fluía sin descanso, embelesándonos. En los crescendos, cantados con brillantez, casi despegamos. En el segundo tema volvieron a saltar las chispas e Inbal culminó con brillantez la magnífica transición final previa a la coda –donde nos volvemos a encontrar con el motivo inicial de las cuatro notas con salto de quinta–, en la que nos volvió a poner los pelos de punta con maderas, metales y percusión dibujando la melodía mientras él remarcaba con vehemencia los tresillos de las cuerdas.
El público se mostró entusiasmado en los saludos finales e Inbal demostró una vez mas su anti-ego negándose a subir al podio a saludar en solitario, a pesar de que los miembros de la orquesta se lo pidieron por activa y por pasiva. A sus 82 años, «el viejo león» sigue en una forma envidiable.
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