Por Albert Ferrer Flamarich
El siglo de Jenufa. Las óperas que lo cambiaron todo (1900-1950). Santiago Martín Bermúdez. Ediciones Cumbres, Madrid, 2016. 986 págs. ISBN: 978-84-943713-9-4
Entre la amplia pléyade de reputados críticos, historiadores y profesores de ópera en universidades españolas –y, quizá, éstos últimos mucho más obligados- muy pocos han abordado con profundidad un campo imprescindible como la creación operística durante el siglo XX. Basta con leer algunas críticas en los principales periódicos nacionales para darse cuenta de la escasa enjundia, e incluso velado desinterés, de firmas que gozan de un prestigio, lógicamente, anabolizado. Por ello y por sus propios méritos, la presente monografía en dos volúmenes sobre las óperas compuestas durante la primera mitad del siglo XX a cargo de Santiago Martín Bermúdez cubre un hueco importantísimo en lengua española.
Se trata de un ensayo libre, monumental, sugerente, personal y con un enfoque diferente para cada título que o escatima lo básico en cada uno. Sabe alejarse del clásico positivismo documental y adoptar un tono intelectual servido con la amenidad y el placer de quien conoce y ama este repertorio. En ello, se percibe su vocación y su larga experiencia como melómano, a la par que trasluce su experiencia como libretista de ópera y conocedor de la historia contemporánea europea. Además, sabe hacerlo accesible al melómano menos avezado con citas escogidas perspicazmente y con naturalidad gracias a su inmensa cultura. Martín Bermúdez se centra en los títulos principales pero también en proyectos abandonados y obras secundarias que en este primer volumen abarcan tres zonas geográficas: los capítulos 1 a 3 dedicados a Francia; del 4 al 9 al centro de Europa (Hungría, República Checa y Austria); en los 10 y 11 a Rusia; y, finalmente, a Polonia en el 12. Richard Strauss, los EUA y otros compositores centroeuropeos, entre los que cabe esperar incisos sobre la opereta así como la producción española e italiana, quedan para el segundo volumen.
El relato abunda en comentarios y párrafos sobre temas históricos y religiosos con una notable habilidad para las digresiones, que convierte ocasionalmente a éstas en segmentos tanto o más interesantes que el discurso principal y la dramaturgia de las obras. El mejor ejemplo se encuentra en el capítulo 4, sobre música y nacionalismo, que puede considerarse un prólogo a los siguientes capítulos, en concreto a los dedicados a Bartok, a Janacek –¡grueso de 250 dedicadas y lo más profuso escrito en castellano sobre el compositor moldavo!- y a Szymanowsky. No obstante, hubiera convenido ofrecer un mayor desarrollo de compositores como Dukas, Ropartz y Crass, esos raros sólo al alcance en producciones escénicas esporádicas -también comentadas- o en registros fonográficos cada vez más ausentes en el mercado. La edición, de casi mil páginas, juega con un cuerpo de letra de grande, espacioso y unos márgenes anchos que agilizan la lectura, aunque sigue una irritante moda de los últimos años: no hay índice onomástico. Hasta nuevas aproximaciones, se trata de un compendio poco menos que indispensable.
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