Por José Antonio Cantón
Luca Ciammarugui. El piano soviético. Traducción: Stefano Russomanno. Antonio Machado Libros / Scherzo Fundación. Madrid, 2020, 435 págs.
Uno de los libros más interesantes de los publicados en el año 2020 sobre temática musical ha sido el que aquí se recensiona, en el que desde un planteamiento cronológico, su autor, Luca Ciammarughi, intérprete, musicólogo y divulgador especializado en el piano, muy conocido desde hace una década por su programa en la Radio Classica italiana, ha tratado con gran eficacia en datos biográficos y contextualización histórica el gran espacio de «libertad interior», como dice el autor, que supuso el ejercicio pianístico para tres generaciones de intérpretes, que se convirtieron en referencia histórica absoluta de este particular ámbito de la recreación musical, conocida, difundida y muy valorada por la implantación cada vez más perfeccionada de la fonografía.
Partiendo de una consideración general a modo de prólogo sobre las vivencias que puede reportar la paradójica simultaneidad de Crueldad y Belleza, título con el que el autor prepara al lector para adentrarse en el contenido de este trabajo, advierte que la tensión entre ambos conceptos va a ser el núcleo sustancial de toda la exposición, personificado en cada ejemplo de los más destacados pianistas que se dieron en ese siglo corto de la historia de la música de Rusia, afectado por el Realismo Socialista del régimen bolchevique, ideario estético impuesto como método de creación artística cuya esencia estriba en el reflejo fiel, históricamente concreto, de la realidad tomada en su desarrollo revolucionario, todo un principio de intenciones que motivó ese férreo canon inamovible que, con ligeras modificaciones, estuvo implantado en la URSS durante quince lustros, y que el autor refleja en el capítulo ¿Arte absoluto o arte proletario?
A partir de su descripción, Ciammarughi inicia el grueso del texto exponiendo los casos particulares de los más grandes pianistas y maestros que se han podido dar en un solo país, siguiendo el devenir histórico que inicia con las figuras de Anna Yesipova y el trascendental Alexander Goldenweiser, imprescindibles teóricos y también grandes intérpretes para conocer lo que supuso la transición de las distintas escuelas del siglo XIX, rusa en particular, a la eclosión virtuosística que se inicia antes de la Revolución Rusa de 1917, que perduraría hasta la última década de la pasada centuria, dejando una generación inmediata de verdaderos genios del teclado como María Yúdina, Vladímir Sofronitsky, María Grinberg, Anatoli Vedernikov o Rudolf Kerer, absolutos gigantes del piano por su enorme autoridad en la traducción del pensamiento musical romántico, y que propiciaron el surgimiento de uno de los indiscutibles maestros de la didáctica de este instrumento como fue Heinrich Neuhaus, verdadero catalizador entre la herencia recibida y el futuro, asentando criterios interpretativos y estéticos absolutamente imprescindibles para entender el gran repertorio ruso personificado en compositores y también pianistas de la talla de Scriabin, Rachmaninov, Prokofiev o Médtner, por mencionar los más significativos.
Tomando a Stalin como iniciador de una de las represiones sobre la creación artística más sistematizadas que han existido, el autor entra en esa etapa dramática en la que la composición y por consecuencia la interpretación musical estaban regladas por la ideología del Partido Comunista, teniendo su plasmación en el tristemente famoso «Informe Zhdánov» surgido del Congreso de Escritores Soviéticos de la URSS de 22 de septiembre de 1947, que llevó a la transitoria defenestración de grandes talentos como Shostakovich, Prokofiev y Khachaturian, y cuyo ideario puede quedar resumido en las siguientes palabras: "El arte debe ser una consecuencia de toda la vida de nuestro Partido, toda la vida y la lucha de la clase obrera, que constituyen la síntesis de un trabajo duro y razonado realizado con un heroísmo sin límites y con perspectivas grandiosas”.
Esto explica los dramas descritos y valorados en la parte central del libro en la que, empezando por la huida del inefable Vladimir Horowitz y las tensiones sufridas por grandes pianistas como Nikita Magaloff y Shura Cherkassky, llega hasta las experiencias vividas por los «dioses», así calificados por el autor, Sviatoslav Richter y Emil Gilels, indiscutibles cumbres del pianismo del siglo XX. Tomando como referente la fuga a occidente del gran bailarín Rudolf Nuréyev, Luca Ciammarughi expone los casos más elocuentes de la última etapa del régimen soviético destacando los de Vladimir Ashkenazy, Yuri Egorov, Mikhail Rudy, Lazar Berman y el áureo y controvertido rebelde Andrei Gavrilov, colega de confianza de Richter en un principio, que llegó a ser considerado por la prensa como persona afectada de delirio persecutorio, dada su convicción de que era insistentemente hostigado por el KGB en sus giras fuera de la URSS.
En El Piano Soviético, el lector va a encontrar una fuente de información bien tratada y amenamente explicada, sustentada en una bibliografía amplia que invita al contraste y a un particular enriquecimiento temático para quien quiera abundar en datos y complementar valoraciones. Finalmente, este trabajo plantea una curiosa paradoja como la expuesta en la capítulo titulado Una Cuestión Abierta en el que el autor hace una serie de reflexiones sobre la libertad del artista, las tensiones entre arte y poder siempre presentes, y si merece la pena tanto sufrimiento para llegar a esa fría "perfección" alcanzada por aquellas generaciones de intérpretes, llegando a la conclusión de que hay que valorar el papel de la URSS como conservadora de esa especie de espiritualidad de la gran tradición pianística rusa mediante un academicismo férreo como indudable método y medio de selección para descubrir a los grandes talentos que, desde el sufrimiento, fueron cada uno de ellos un ejemplo de libre individuación estética, venciendo con enorme sacrificio, empeño y singular capacidad al Realismo Socialista imperante en Rusia durante dos tercios del siglo XX, sistema que paradójicamente preservó su existencia.
Sin el dilatado periodo tratado en este libro, otro acierto editorial de la colección Musicalia Scherzo, no podríamos imaginar y comprender la grandeza de pianistas rusos actuales como Behzod Avdurahimov, Boris Berezovski, Boris Giltburg, Vadym Kholodenko, Igor Levit, Denis Matsuev, Daniil Trifonov o Arcadi Volodos, liderados por el, como Horowitz, también inefable Grigori Sokolov, y por los también estelares Mikhail Pletnev y Evgeny Kissin. Todos ellos garantizan la continuidad de una de las tradiciones más relevantes de la historia de la música que, a pesar de tantos sufrimientos y contradicciones, se pudo conservar y curiosamente enriquecer superando a la radical, por su materialismo, política cultural de la URSS.
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