Crítica de Raúl Chamorro Mena de El murciélago de Johann Strauss en el Teatro Real de Madrid
Un Murciélago morzartiano y a la francesa
Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 9-XII-2023, Teatro Real. Die Fledermaus-El murciélago (Música de Johann Strauss, hijo). Huw Montague Rendall (Gabriel von Eisenstein), Jacquelyn Stucker (Rosalinde), Alina Wunderlin (Adele), Marina Viotti (Príncipe Orlofsky), Magnus Dietrich (Alfred), Leon Kosavic (Dr. Falke), Kresimir Spicer (Dr. Blind), Sandrine Buendía (Ida), Sunnyi Melles (Frosch). Coro de cámara del Palau de la Música catalana. Les Musiciens du Louvre. Dirección: Marc Minkowski. Versión concierto semiescenificada.
El Murciélago (Viena, Theater an der Wien, 1874) es la opereta vienesa más célebre junto a La viuda alegre -estrenada en el mismo teatro en 1905-, y con justicia, pues la obra es deliciosa, cuenta con una acción desbordante plena de enredos, equívocos, propios del género del vaudeville francés, combinados con las proverbiales elegancia y desenfado vieneses. Efectivamente, el libreto de Carl Haffner y Richard Genée procede del vodevil Le réveillon de Henri Meilhac y Ludovic Hálevy y la música de Johann Strauss, hijo, que siendo ya el rey de los salones vieneses con sus valses y polkas logra en su tercer acercamiento al teatro un éxito rotundo y duradero, no puede resultar más elegante, chispeante e inspirada, con una sucesión de números musicales memorables. Todo ello, junto al desenfado, la espontaneidad, la alegría de vivir, el savoir faire, la sana y distinguida comicidad de la que rezuma El murciélago se encuadraba perfectamente en la búsqueda por parte de los teatros de la capital austríaca, de la recuperación del público perdido ante el pesimismo y desmoralización provocados por la caída de la bolsa en 1873.
El murciélago se estrenaba por fin en el Teatro Real en la proximidad de las navidades y fin de año, como es tradición en Viena y para ello se ha convocado a una orquesta francesa especialista en barroco y con instrumentos de época, Les Musiciens du Louvre, pero que hace tiempo frecuenta otros repertorios, y su director-fundador Marc Minkowski al frente.
La versión orquestal escuchada se alejó de las más idiomáticas con un sonido muy distinto del que estamos acostumbrados a escuchar por parte de la genuina Filarmónica de Viena y algunas otras orquestas centroeuropeas en este repertorio. Minkowski y su agrupación conectaron la partitura con ese origen francés del libreto (y el importante género de la opereta francesa) y el Universo teatral mozartiano, especialmente de la trilogía con libretos de Da Ponte, con un sonido y unas tímbricas más propias del siglo dieciocho que del último tercio del diecinueve. Por supuesto, Minkowski es un magnífico músico, por lo que el resultado desde su concepto fue muy estimable. Ya desde la obertura, pudieron apreciarse las texturas ligerísimas -a mí me faltó algo de «músculo orquestal»- los tempi rápidos, los audaces contrastes dinámicos, el uso del rubato, que representaron apropiadamente la ligereza, no exenta de refinamiento y elegancia, el brío, el nervio y la plasmación de la jovialidad, la alegría de vivir, que tan adecuadamente simbolizan frases como«“Feliz quien no se preocupa de lo que no puede remediar» o el emblemático «Chacun à son goût! -Cada cual con su gusto!» que proclama el Príncipe Orlofsky en sus cuplets del segundo acto. En la gala se interpretaron la Marcha rusa, que comenzó dirigiendo el príncipe Orlofsky- Marina Viotti y en la que se pidió la colaboración del público con palmas, y la polka rápida Unter Donner und Blitz, ambas de Johann Strauss, hijo. Previamente a ofrecer como propina la repetición del maravilloso himno fraternal del segundo acto «Brüderlein, brüderlein und Schwesterlein - Hermanitos y hermanitas», Minkowski realizó un llamamiento a la fraternidad Mundial en estos momentos de guerras y conflictos, apelando a la medicina que puede y debe ser la cultura ante cualquier guerra y confrontación. Flexible y musical la prestación del coro de cámara, 25 miembros, del Palau de la música catalana.
El reparto no contó con voces ni cantantes especialmente destacables en lo vocal, pero sí con intérpretes muy comprometidos en lo teatral, pues, como no podía ser de otra forma, se ofreció una versión concierto semiescenificada con apropiadas entrega, vivacidad, espontaneidad y dinamismo por parte de todos ellos. No faltaron las morcillas, con pasajes en español, la proclamación del «Príncipe Minkowski» en lugar de Orlofsky y un Frosch, el carcelero borrachín del tercer acto, interpretado en esta ocasión por una mujer, Sunnyi Melles, de exuberante comicidad y que introdujo abundantes frases en español.
En el aspecto vocal señalar el centro atractivo de la soprano Jacquelyn Stucker, pero también su debilidad técnica con un registro agudo imposible, pródigo en sonidos desafinados, abiertos, cercanos al grito. Apropiada, desenvuelta y encantadora soubrettina Alice Wunderlin como Adele, muy ligera, ágil y de fácil sobreagudo, aunque falto de un punto de punta y squillo, como demostró en sus dos brillantes momentos solistas, el aria de la carcajada y los cuplets del tercer acto. Justa proyección, timbre muy lírico, pero canto musical y bien delineado el de Huw Montague Rendall como elegante y resuelto Einsenstein. La voz más sonora de la velada la mostró la mezzo Marina Viotti, aunque su canto no destacó por la elegancia ni la finura. Cierta solidez mostró Leon Kosavic como Dr. Falke, además de introducir apropiadamente las hermosísimas frases del «Brüderlein, brüderlein und Schwesterlein». Engoladísimo el tenor Magnus Dietrich como Alfred, pero entusiasta en su expresión de hilarante desenfado. No se identificaba en la hoja-tríptico proporcionada por el Teatro Real el cantante que encarnó con corrección el papel de Frank, director de la prisión.
Fotos: Javier del Real / Teatro Real
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