Por Aurelio M. Seco
Oviedo, Teatro Campoamor. 27-03-2014. El Juramento (Joaquín Gaztambide). Sabina Puértolas (María), Carmen González ( La Baronesa), Gabriel Bermúdez (El Marqués), David Menéndez (Don Carlos), Xavier Ribera-Vall ( El Conde), Javier Galán (Peralta), Manuel de Diego (Sebastián). Dirección musical: Miguel Angel Gómez Martínez. Dirección de escena. Emilio Sagi, Escenografía: Gerardo Trotti. Vestuario: Jesús del Pozo. Edición crítica: Ramón Sobrino.
Parece mentira que haya tenido que venir un gestor italiano a dirigir el Teatro de la Zarzuela para que el género lírico español por excelencia se vuelva a sentir con la vitalidad que por historia le pertenece pero que, por histeria intelectualoide o simplemente ignorancia, a veces pasa por momentos de cierto letargo. Desde que Paolo Pinamonti está al frente del Teatro de la calle Jovellanos la zarzuela respira con otra ilusión. Esto lo puede ver cualquiera. Pero no es el único que trabaja para recuperarla con calidad. Emilio Sagi lleva años adornando con inteligencia y altas dosis de buen gusto lo mejor del género. Tampoco podemos pasar por alto la figura de Emilio Casares, autor de la biografía de referencia de Barbieri y primero de una serie de investigadores que, de su mano, escribieron sus estudios y biografías y siguen profundizando en el género con inusitada ilusión.
Casares se acaba de jubilar como director del ICCMU sin que apenas haya trascendido su marcha; como si nada. Sin duda llegará el momento de agradecer el ingente trabajo realizado. Porque uno podrá discutirle a Emilio Casares cualquier cosa, pero lo que nadie le podrá quitar es uno de los apellidos de mayor peso en la moderna musicología española, que poco menos que inventó en Oviedo para llevársela después a Madrid, como se llevó a Luis Iberni, el gran crítico español ya fallecido, autor de las biografías de Chapí y de Sarasate. Iberni fue otro de los grandes defensores del género, junto a María Encina Cortizo, Víctor Sánchez o Ramón Sobrino (que firma la presente edición crítica), por citar solo algunos de los nombres que más suenan. Pero volvamos a Sagi, porque toca hablar de su excelente aproximación escénica a El juramento de Gaztambide. La producción se ha podido ver de nuevo el pasado 27 de febrero, inaugurando el Festival de Zarzuela de Oviedo. Se trata de una puesta en escena bella, imaginativa, límpida e inteligente.
En El juramento, Sagi firma uno de sus mejores y más puros trabajos. Por supuesto, también ayudan los bonitos y fantasiosos figurines de Jesús del Pozo, la elegante y bien delineada escenografía de Gerardo Trotti y la tenue y delicada luz de Eduardo Bravo.
Todo en escena se ve con comodidad, por la suave luz que desprende cada detalle y por la riqueza de planteamientos dramatúrgicos. Y qué agradable resulta observar cómo, mientras en un primer plano se desarrolla la acción principal, Sabina Puértolas (María) discute con David Menéndez (Don Carlos) sin perder un ápice de concentración, con la coherencia dramática que da el talento de los artistas y el cuidado del director. O cuando Carmen González (La Baronesa) recita su discurso, mientras tres de sus sirvientes perfilan con inusual maestría una de las escenas más deliciosamente cómicas de la velada, en una perla de buen gusto, un poco de azúcar, nada más, para endulzar con una sonrisa el ajetreo y dolor de la vida diaria, que es mucho y, a veces, demasiado. En esta ocasión, Sagi no estuvo en Oviedo. Es una pena, porque su presencia en su ciudad siempre es un aliciente. Quizás por ello, el público no fue especialmente numeroso, algo que sorprende porque resulta imposible ver zarzuela de mayor calidad hoy día.
En esto, nadie puede quitar su mérito al Ayuntamiento de Oviedo y al Teatro Campoamor, que está cumpliendo con la historia y con su función de gran teatro español, que no es poco estos días. No hay tantos teatros en España que sepan estar a la altura de las circunstancias. Y siempre sale algún musicólogo “astuto” que cita a Wagner para dejar mal a Arrieta, o tan seguro de sí mismo que ni citar cita para obviar las enormes cualidades de un género que aún sigue siendo maltratado. Hay que seguir diciéndolo aunque nos repitamos. A algunos, la zarzuela les asusta. Y todos sabemos por qué.
La dirección musical estuvo a cargo de Miguel Ángel Gómez Martínez, prestigioso director español que nunca había visitado Asturias para dirigir alguno de sus conjuntos. Increíble, ¿verdad? ¿Cómo es posible que uno de los directores españoles más conocidos dentro y fuera de España nunca haya dirigido a la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias? Pues así es. Y lo mismo pasaba con la Oviedo Filarmonía, una orquesta que, a decir verdad, no da la impresión de querer invitar a excesivos directores de talento, sobre todo en el presente ciclo artístico. Qué duda cabe que Gómez Martínez es un músico y director de orquesta muy valioso. Lo cierto es que casi habría que calificar de milagro lo que ha conseguido, porque este Juramento ha salido a última hora, aprisa y corriendo, pero con tal elegancia que parece que la producción llevaba ensayada dos meses. Gómez Martínez dirigió de memoria y con amabilidad a un conjunto que no está acostumbrado a recibir tanto cariño. Quizás por ello, la Oviedo Filarmonía respondió a un nivel más alto de lo que el número de ensayos podría hacer pensar. ¿Se podría haber hecho mejor? También. A lo interesante de la versión ayudó que el director español conocía la obra al dedillo, porque la había hecho hace meses en el Teatro de la Zarzuela, al igual que los miembros del reparto, que realizaron un gran trabajo en su totalidad, salvo matices puntuales.
Quien más gustó fue Sabina Puértolas, que estuvo realmente maravillosa en el papel de María. Puértolas tiene una voz agradable como pocas, muy homogénea en todos los registros, que además emplea con riqueza de recursos líricos, siempre delineados con elegancia y musicalidad. No es algo frecuente hoy día y se agradece mucho. En escena, su trabajo desprendió un admirable amor por el detalle. Fue un verdadero placer observar cómo enriquecía al personaje en escena con cada gesto. Con tal seguridad técnica en el agudo (cantó el re del final del primer acto), es una pena que su voz no termine de salir del todo y conquistar el espacio del teatro. Se percibe bellamente matizada, bonita y sincera, pero un tanto embebida en su propia sonoridad y redondez, si es que se puede decir así. Por otro lado ¿Alguien puede negar que el concertante final del primer acto ("Su rara hermosura") es uno de los fragmentos más emotivos y mejor escritos de la historia del género? Qué momento tan inspirado el de Gaztambide.
Carmen González dibujó una Baronesa de gran calado escénico, pero El juramento es difícil de cantar y hubiera necesitado de mayores garantías técnicas. ¿Para cuándo una zarzuela interpretada por algunos de los mejores intérpretes del mundo? Es cierto que sus cualidades quedaron en evidencia puntualmente, pero lo compensó su lectura del personaje, que fue acertada. Gabriel Bermúdez cantó bien y con cuidado el papel de El Marqués. La voz se oyó elegante y bien timbrada, y si su línea de canto también podía haber sugerido más cosas, las que dejó dichas fueron más que suficientes para dotar al personaje de notables cualidades líricas y escénicas. David Menéndez estuvo espléndido interpretando la romanza “Gracias, fortuna mía”, un fragmento cuyos detalles conoce a la perfección y en el que se regodea a gusto para dejar uno de los momentos más timbrados, relajados y, en fin, emotivos de la velada. Xavier Ribera-Vall fue el único cambio en el reparto respecto al que se ofreció la temporada pasada en el Teatro de la Zarzuela. Obtuvo una notable caracterización de El Conde; y no era sencillo: en Madrid lo había interpretado el gran Luis Álvarez. Javier Galán, Manuel de Diego y Alicia González estuvieron acertados en sus papeles, al igual que el Coro de la Capilla Polifónica Ciudad de Oviedo, que cantó con intención y desenvoltura.
Foto: Facebook Ayuntamiento de Oviedo
Compartir
Aviso: el comentario no será publicado hasta que no sea validado.