Aurelio M. Seco escribe sobre el libro El caso Furtwängler. Un director de orquesta en el Tercer Reich, de Audrey Roncigli, editado por la editorial fórcola
De una batuta crisoelefantina
Por Aurelio M. Seco | @AurelioSeco
El caso Furtwängler. Un director de orquesta en el Tercer Reich. Traducción de Gabriela Torregrosa. Editorial Fórcola.
Las tensiones existentes entre política y música, tema fundamental del libro que comentamos, son un problema de naturaleza filosófica de rabiosa actualidad. Véase si no la guerra entre Rusia y Ucrania, que ha dejado sin trabajo en la Filarmónica de Múnich al director ruso Valery Gergiev y causado dificultades para cantar fuera de su país a la diva del siglo XXI, Anna Netrebko, con parte de la opinión pública en su contra. Constantemente se nota en la sociedad la tensión a la que nos está llevando esta guerra, así como la incomodidad que produce tratar el tema. En el libro El caso Furtwängler. Un director de orquesta en el Tercer Reich, a su autora, Audrey Roncigli, violinista e historiadora francesa especializada en Ciencias Políticas, Relaciones Internacionales y Administración Pública, no le ha quedado más remedio que afrontar el asunto de cara, al relatar la vida y obra de un genio de la música que vivió en primera persona uno de los períodos históricos más difíciles que han existido.
La problemática ha sido estudiada en numerosos ensayos y novelas que tratan de plasmar, las más de las veces, la opresión del comunismo, del nazismo, del fascismo y del franquismo sobre la libertad de acción de algunos de los más importantes músicos de la historia. En todos los casos hay compositores que se exilian y otros que deciden quedarse. Furtwangler fue de los segundos. Bruno Walter y Otto von Klemperer, de los primeros; Toscanini, Horowitz y Rubinstein, de los que más criticaron la decisión y trayectoria de Furtwängler. Entre los exiliados no resulta fácil encontrar en la historiografía mácula moral; no así entre los segundos, artistas de alguna forma marcados por decidir quedarse en tiempos fascistas en su propia tierra beneficiándose de cierto reconocimiento institucional. «No me quedé porque fuera nazi, sino porque era alemán…», afirmaba Furtwängler en 1946, durante un juicio en el que intentaba defenderse. Goebbels, ministro de propaganda nazi, pensaba que «La política no puede disociarse de la música». Furtwängler no decía lo mismo. A su juicio, «El Arte no tiene nada que ver con la política, ni con la guerra…. No me arrepiento de haberme quedado entre los alemanes que debían vivir bajo el terror de Himmler», afirmó entonces, cuando se le reprochaba haber dirigido en dos ceremonias del Partido Nazi y realizado un comentario antisemita contra Victor de Sabata, así como haberse quedado en Alemania. Se llevaron a cabo investigaciones «y éstas favorecen a Furtwängler», explica la autora del libro. Celibidache, Max Reinhardt, Boleslaw Barlog y Annaliese Theiler declararon como testigos en el juicio. «Cualquiera que dirija en el Tercer Reich es un nazi», le espetó por su parte Toscanini en un conocido escrito. «Entonces», responde Furtwängler, «supone usted que el Arte no es más que propaganda para el régimen en el poder. Si le he entendido bien, como el régimen nazi está en el poder, entonces soy un director nazi; en un régimen comunista, sería un director comunista; en un régimen democrático, un director democrático… No y mil veces no. El Arte pertenece al mundo entero…».
El libro es importante, no sólo porque apenas existen documentos en español publicados sobre Wilhelm Furwängler, uno de los directores de orquesta más sustantivos de la historia, junto con Bernstein, Kleiber, Karajan, Celibidache y Bruno Walter, por ejemplo. En su trabajo, Roncigli nos va contando los pormenores de la trayectoria del director, prestando atención a la vertiente redentora de su biografía. Así, nos cuenta que Furtwangler se negó a expulsar a los judios de su orquesta, citando algún texto suyo contra Hitler, pero también algún otro en el que se dirige a él como «Su devoto Wilhelm Furtwängler» e incluso momentos en los que el director parece haberse enfrentado directamente al dictador. Durante el Festival de Bayreuth de 1936, Friedelind Wagner relata que «Hitler había solicitado ver a Furtwängler y que le dijo de manera muy seca que a partir de ese momento debía obedecer al Partido y servir a la propaganda: Furtwängler se negó de manera muy explícita. Hitler se enfureció e hizo saber a Furtwängler que, en ese caso, le reservaría una plaza en un campo de concentración. Furtwängler permaneció un momento callado y luego le dijo: “Herr Reichskanzler, al menos allí estaré bien acompañado”. El Führer abandonó la habitación fuera de sí».
Furtwangler, que al contrario que Herbert von Karajan nunca perteneció al partido nazi, ha sido juzgado por la historia de forma más dura. Roncigli describe como, en una ocasión, se negó a tocar el himno a alemán, e incluso ordenó que se quitasen de un concierto las banderas con la cruz gamada. «Él que nunca fue nazi al contrario que tantos coetáneos suyos: probablemente Karl Böhm, Elisabeth Schwarzkopf y Herbert von Karajan» afirma Daniel Capó en su prólogo del libro. Llegado el momento, nos dice por su parte la autora, afirmó que no volvería a tocar en Francia hasta que fuese liberada y se negó a salir en una película de tintes publicitarios.
Tras la guerra, Furtwängler fue denostado por numerosos artistas e instituciones (no adquirió la titularidad de la Sinfónica de Chicago por la presión de importantes músicos) y apoyado por algunos, como Yehudi Menuhin. «Si Furtwängler hubiera sido tratado como los señores Böhm o Karajan después de la guerra, sin duda no sería necesario interesarse por su caso hoy en día», explica Roncigli en la introducción del libro, en la que añade: «¿Quién recuerda ya que Furtwängler participó activamente en el acercamiento cultural franco-alemán tras los Acuerdos de Locarno dirigiendo conciertos con la Filarmónica de Berlín en París, Lyon, Estrasburgo y Niza, hasta el punto de que Francia se lo agradeció concediéndole la Orden del Mérito en 1929 y la Legión de Honor en 1939? Nadie recuerda estos datos porque la única imagen que permanece en nosotros es la del director de orquesta del Tercer Reich. Sin embargo, pocos son los que conocen los hechos: pocos saben que nunca fue miembro del Partido Nazi, que dimitió de todos sus cargos musicales en 1934, que se enfrentó a Goebbels y a Göring hasta 1945, que rechazó las giras financiadas por el Reich, que fue sospechoso de participación en la conspiración del 20 de julio de 1944, entre otras... En cambio, son muchos los que saben que le estrechó la mano a Hitler, que dio un concierto por su cumpleaños y en la ceremonia por el ascenso al poder del nuevo régimen... Semejantes paradojas y ambigüedades por fuerza tenían que llevar a la exposición del "caso Furtwängler"», afirma la autora, poniendo de manifiesto la leyenda negra que, a su juicio, asola la figura del director.
En el libro también se da cabida, aunque menos, a lo artístico, y a las relaciones de poder entre directores. Es llamativa la opinión de Hitler sobre Furtwängler, al que consideraba muy por encima de Herbert von Karajan, así como las luchas de poder entre ambos maestros.
«Por sus cincuenta años, el Staatsekretär Funk le regala a Furtwängler, de parte de Hitler, un retrato firmado por el Führer en un marco de plata, y Goebbels le envía una batuta de marfil y oro, así como una pensión de 40.000 Reichsmarks, que Furtwängler rechaza». La autora nos lo cuenta con una redacción que no nos permite, en sentido estricto, certificar que, al mismo tiempo que el dinero, el director rechazase la batuta crisoelefantina.
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