Crítica de Nuria Blanco Álvarez de la ópera El barbero de Sevilla de Rossini en el Teatro Campoamor de Oviedo, bajo la dirección musical de Lucía Marín y escénica de Rita Cosentino
Decepcionante Barbero en Oviedo
Por Nuria Blanco Álvarez | @miladomusical
Oviedo, 8-X-2024. Teatro Campoamor. El barbero de Sevilla (Rossini). Germán Olvera (Fígaro), Karina Demurova (Rosina), Nico Darmanin (Conde de Almaviva), David Menéndez (Bartolo), Fernando Latorre (Basilio), Yolanda Montoussé (Berta), Isaac Galán (Fiorello). Coro Titular de la Ópera de Oviedo (Coro Intermezzo). Orquesta Oviedo Filarmonía. Dirección musical: Lucía Marín. Dirección de escena: Rita Cosentino.
Acaba de estrenarse sobre las tablas del Teatro Campoamor una nueva producción de la Ópera de Oviedo de El barbero de Sevilla que ha hecho aguas. La visión dramática y estética de la argentina Rita Cosentino ha sido, cuanto menos, confusa y poco atractiva. Daba la sensación de tratarse de una barata producción infantil realizada para un pequeño teatro (que conste que hemos sido testigo de auténticas preciosidades para este público, llenas de magia y color, como la que la diseñadora Ágatha Ruiz de la Prada creó para El gato con botas de Emilio Sagi en el Teatro Real, por ejemplo). Los figurines creados en esta ocasión por la también argentina Gabriela Hilario, más bien parecían sacados de una antigua producción de antologías de José Luis Moreno que no ha llevado bien el paso del tiempo, de aspecto casposo y de baratillo. El espacio escénico, diseñado por David Pizarro, se redujo a propósito con unas enormes cajas que se abrían para que fuera en su interior donde se desarrollara la acción, desperdiciando las dimensiones de un escenario como el que el Campoamor ofrece y dando una sensación muy apretada sin necesidad. Su estética, además, no es que fuera «kitsch», es que denotaba falta de gusto y de visión. La dirección de escena de Cosentino sobrecargó tanto la acción con constantes escenas paralelas que, además, lejos de ocupar un segundo plano, competían con la escena principal desfocalizando la atención del público en momentos donde los cantantes deberían ser los absolutos protagonistas. El anodino movimiento de los intérpretes intentó compensarse con la intervención de cinco bailarines que tuvieron que defender unas coreografías dignas de la ambientación comentada, creadas por la bailarina Cristina Arias, sin que además estuvieran muy acertados en la sincronización de sus movimientos.
Ahora vamos con lo realmente escandaloso y es que nos encontramos con que este mismo equipo artístico conformado por Cosentino, Hilario y Pizarro, ofreció la temporada pasada precisamente un Barbero dirigido al público infantil en una producción del Real Teatro de Retiro -que dirige la propia Rita Cosentino- en coproducción con el teatro amigo de la Maestranza de Sevilla que nos parece guarda un parecido mucho más que razonable con la que los organizadores asturianos han denominado «nueva producción de la Ópera de Oviedo» y han presentado nada menos que como segundo título de su temporada, en lo que parece tratarse en realidad de un lavado de cara de la producción preexistente a la que ahora se ha añadido una orquesta en lo que antes era un acompañamiento únicamente al piano y poco más. Para colmo, la dirección musical a cargo de Lucía Marín fue un despropósito: volúmenes descontrolados que tapaban a los solistas, descuadres con los cantantes, tempi poco adecuados, concertantes ininteligibles e inaudibles en lo vocal, falta de visión de la obra, caos, … Las cuatro mujeres mencionadas desarrollaron un trabajo mediocre. Si fuera el caso, la paridad nunca debería opacar los criterios de calidad en la elección de ningún puesto.
Por todo ello, ni la Oviedo Filarmonía ni los cantantes parecían sentirse cómodos en sus interpretaciones. Germán Olvera, como Fígaro, intentó compensar el devenir de la función con una sobreactuación escénica, innecesaria habida cuenta la preciosa voz que atesora. Se atrevió a acompañar él mismo a la guitarra, y nada mal por cierto, al Conde de Almaviva, encarnado por Nico Darmanin, tenor de recursos limitados pero correcto en su interpretación. Karina Demurova posee una curiosa voz de oscuro timbre pero capaz de realizar agilidades si bien es cierto que le faltan agudos; no pudo deleitarse en la conocida aria de Rosina «Una voce poco fa» que casi tuvo que cantar como si de un maratón se tratase. David Menéndez como Bartolo tuvo que luchar con la velocidad supersónica a la que se vio obligado a decir su texto en varias ocasiones, con notas demasiado graves y una orquesta desbocada que le tapaba. Isaac Galán fue un Fiorello de buena proyección vocal y Yolanda Montoussé muy resuelta y divertida en escena y bien en lo vocal en el papel de Berta. La parte masculina del Coro Intermezzo dio muestras de su buen hacer, destacando uno de sus componentes, Francisco Sierra, como oficial con una preciosa y contundente voz de bajo que no solo no tenía nada que envidiar a la de alguno de los protagonistas sino que lo hizo mejor. Y es que Fernando Latorre como Basilio no tuvo su mejor noche en la que Lucía Marín tuvo buena parte de culpa, el aria de «La calunnia» fue un auténtico desatino, no paró de luchar con la orquesta con la que estuvo desajustado de principio a fin.
Fotos: Iván Martínez
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