El Teatro Real de Madrid acoge el estreno mundial de la ópera El abrecartas, del compositor español Luis de Pablo
Justo y pertinente estreno
Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 16-II-2022, Teatro Real. El abrecartas (Luis de Pablo). Airam Hernández (Federico García Lorca), Borja Quiza (Vicente Aleixandre), José Antonio López (Miguel Hernández), José Manuel Montero (Rafael), Mikeldi Atxalandabaso (Alfonso), Jorge Rodríguez-Norton (Andrés Acero), Vicenç Esteve (Ramiro Fonseca), Ana Ibarra (Salvador/Setefilla), Gabriel Díaz (Comisario), David Sánchez (Eugenio D’Ors), Laura Vila (Sombra), Magdalena Aizpurúa (Manuela). Pequeños cantores de la JORCAM. Coro y Orquesta titulares del Teatro Real. Dirección musical: Fabián Panisello. Dirección de escena: Xavier Albertí.
Efectivamente, el Teatro Real ha obrado con justicia hacia toda una vida dedicada a la música y una trayectoria y prestigio indiscutibles, con este estreno, desgraciadamente póstumo, de la ópera de Luis de Pablo (Bilbao 1930-Madrid 2021), El abrecartas sobre libreto de Vicente Molina Foix basado en su propia novela, que fue premio Nacional de narrativa en 2007. En el recinto de la Plaza de Oriente ya había visto la luz en 2001 la cuarta ópera del músico bilbaíno, La señorita Cristina y como gran teatro de ópera de la capital de España ha asumido su responsabilidad con el estreno de su sexta y última ópera. Muy bonito el detalle en los saludos finales de colocar la partitura en el escenario en un atril sobre el que Molina Foix depositó una rosa.
El escritor ilicitano adapta en su libreto las primeras 200 páginas de su novela epistolar en la que se mezclan personajes claves de la cultura española del siglo XX junto a otros ficticios con el trasfondo de la Guerra Civil española y el posterior régimen dictatorial del General Franco. En mi opinión, este sustrato literario no funciona como ópera, no sólo por su estatismo cuasi oratorial, tampoco, aunque el texto reúna indudable hondura y riqueza intelectual, poéticamente levanta el vuelo, ni logra conmover, ni transmitir emoción alguna en su plasmación como teatro lírico. Por supuesto que hay obras maestras de la ópera con poca acción teatral o con un concepto escénico particular, contemplativo, simbolista…, que te atrapa o bien por la fuerza envolvente de la música, o por la brillantez y fantasía del tratamiento vocal, la imbricación libreto-música-canto-substrato teatral o bien el vuelo poético o la fuerza del elemento simbólico. Nada de ello he encontrado personalmente en El abrecartas y he tenido una sensación parecida a la de hace 21 años con La señorita Cristina, por lo que creo que la ópera no es el género donde brillaba más el talento de Luis de Pablo. Por otro lado, el mensaje del dolor y sufrimiento que produjo la Guerra Civil, la valoración de la superioridad moral de los vencidos y los efectos de la dictadura carecen de altura trágica y tampoco parece querer ahondarse mucho más allá.
El prólogo sí me pareció muy interesante y fue la escena que, en mi opinión, demostró una más lograda imbricación texto, canto, música, en su evocación de la infancia en Fuentevaqueros por parte del personaje ficticio de Rafael, amigo de la infancia de Federico García Lorca. Magnífica actuación en dicho cuadro de los pequeños cantores de la JORCAM bajo la dirección de Ana González.
Por su parte, la escritura vocal resulta monótona, poco inspirada, basada en un machacón declamado dramático, sin aristas, demasiado lineal y repetitivo, con constante sucesión de frases que terminan con ascenso en la última silaba. Lo más interesante de El abrecartas para el que suscribe, es el tejido orquestal en el que se aprecia el indudable oficio, dominio de la orquesta, solidez de la estructura armónica y variedad de colores por parte de Luis de Pablo. Un lenguaje no especialmente vanguardista, pero lejos, por supuesto, de esa sucursal de «arreglistas» que prolifera en la vertiente ecléctica de la música contemporánea. La orquesta de El abrecartas es capaz de integrar música de origen renacentista con elementos populares, -el choro brasileño y el pasodoble-, incluyendo citas directas como el cuplé Nena de Joaquín Zamacois, que inmortalizaron Raquel Meller y Sara Montiel. Lástima que no pudo disfrutarse de ello, más que parcialmente, ya que el numeroso orgánico orquestal requerido en combinación con los protocolos anticovid aún vigentes obligaron, al igual que en el Ocaso de los Dioses Wagneriano, a colocar diversas secciones de la orquesta en los palcos laterales. De tal modo, con percusión en un lado y metales en otro, uno tuvo la sensación de escuchar tres orquestas por separado sin empaste posible y con el foso perjudicado, al quedar relegado en claro segundo, mejor dicho, tercer plano. Todo ello fueron hándicaps insuperables para la dirección de Fabián Panisello, al que no se puede negar la implicación y sincera devoción por esta música y que, a falta de progresión dramática fue capaz de poner de relieve con solvencia y convicción los logros de la orquestación. Ajustado el coro en sus puntuales intervenciones. La puesta en escena de Xavier Albertí se aquieta al estatismo del libreto y plantea una sucesión de cuadros -prólogo y seis escenas- apoyada en una funcional escenografía de Max Glaenzel, que incluye en una de las escenas la magistral Venus de Urbino de Tiziano, obra que rezuma sensualidad y erotismo. Si bien el movimiento escénico fue más bien parco, el desarrollo, confuso y de una inmovilidad que se adecúa al lenguaje evocador de recuerdos propio del carácter epistolar del libreto, pero que encuadra una puesta en escena desangelada y, definitivamente, plúmbea.
La obra fue servida por un competente reparto de cantantes españoles encabezado por cinco tenores. El canario Airam Hernández dio vida a Lorca con su timbre grato y adecuados acentos, aunque su personaje desaparece demasiado rápido. José Manuel Montero, de emisión irregular, pero asumible concepto del canto, encarnó a Rafael González, amigo de Lorca desde la niñez. Cumplió con corrección el asturiano Jorge Rodríguez Norton como Andrés Acero al igual que un ajustado Vicenç Esteve como Ramiro Fonseca, pero fue el tenor vasco Mikeldi Achalandabaso como Alfonso, que participa en el dúo final a capella con Setefilla, el que rayó a mayor altura con su timbre, no exento de cierto cabrilleo, pero timbrado y penetrante, además de volver a demostrar su versatilidad interpretativa. El poeta premio Nobel Vicente Aleixandre encontró en Borja Quiza un intérprete desenvuelto, aunque de timbre blanquecino y muy liviano, especialmente en su confrontación con el más recio y sonoro del también barítono José Antonio López, que dio vida a Miguel Hernández. Discreto el bajo David Sánchez como Eugenio D’Ors, mientras Laura Vila dotó de suficiente relieve a su corto papel de sombra. Por su parte, Ana Ibarra mostró centro sensual y canto expresivo, aunque su emisión resultó demasiado bailona. Con no poca mordacidad, el papel del comisario del régimen franquista se atribuye a un contratenor, un correcto Gabriel Díaz.
Tibios aplausos de un público que salió en desbandada en cuanto terminó la obra de una duración de unos 90 minutos sin descansos.
Fotos: Javier del Real / Teatro Real
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