«Muy satisfecho de poder haber visto en teatro esta colosal ópera en una notable interpretación y sólo cabe desear poder verla representada en España».
Por Raúl Chamorro Mena
Ámsterdam. 15-XII-2018, 20 horas. Opera Nacional. Oedipe - Edipo (George Enescu). Johan Reuter (Oedipe), Eric Halfvarson (Tirésias), Christopher Purves (Creón), Sophie Koch (Yocasta), Heidi Stober (Antígona), Catherine Wyn-Rogers (Mérope), Violeta Urmana (La esfinge), Alan Oke (El pastor), James Creswell (Phorbas), Mark Omvlee (Laïos), Ante Jerkunica (El vigilante), André Morsch (Teseo). Coro de la Opera Nacional. Orquesta Filarmónica de Holanda: Dirección musical: Mark Albrecht. Dirección de escena: Àlex Ollé y Valentina Carrasco sobre escenografía de Alfons Flores.
El rumano George Enescu (1881-1955) fue una figura fascinante y muy polifacética: compositor, violinista, pianista, director de orquesta y pedagogo. Entre sus alumnos encontramos figuras imprescindibles, entre los más destacados violinistas del siglo XX, como la eximia Ginette Neveu y los grandísimos Christian Ferras, Arthur Grumiaux y Yehudi Menuhin, que siempre se refirió a Enescu con particular devoción. Fallecido en París en 1955, el que firma ha podido visitar su tumba en el cementerio Pére Lachaise de la capital francesa, pues es uno los muchos destacados artistas enterrados en dicho camposanto.
En 1936 se estrenó en el Palais Garnier su ópera Oedipe (Edipo) sobre un magnífico libreto en francés de Edmond Fleg basado en Sófocles. Una obra, que a diferencia de las otras creaciones musicales que se han acercado a este emblema de la mitología griega, trata la trayectoria completa del infortunado Rey de Tebas, desde su nacimiento hasta su muerte. Esta figura de la literatura griega tratada por Sófocles en tres obras, Edipo Rey, Edipo en Colono y Antígona, al igual que los demás mitos griegos ya había cautivado a los artistas del renacimiento, incluidos, por supuesto, los músicos en el incipiente nacimiento de la ópera y entronca con ese gusto por la mitología clásica propio de la primera parte del siglo XX (la ópera se gestó durante 25 años, desde 1911 hasta su estreno en 1936). Ejemplos de esa atracción por lo neoclásico de la época los encontramos en Elektra, Ariadne y Elena Egipcíaca de Strauss, Antígona de Orff y de Honegger, Penélope de Fauré, Orfeo y Eurídice y La vida de Orestes de Krenek, Las Bacantes de Henze, Edipo Re de Leoncavallo, Oedipus Rex de Stravinsky… Estas últimas creaciones también protagonizadas por Edipo, Rey de Tebas, que, involuntaria víctima de destino, del que no es responsable, termina asesinando a su propio padre, el Rey Layo, y casándose con su madre Yocasta con la que engendrará cuatro hijos.
La composición de Enescu (Enesco para los franceses que le «adoptaron» como propio) es absolutamente monumental. Como ya se ha subrayado, narra la historia del protagonista desde su nacimiento hasta su muerte en Colono, en las afueras de Atenas, en un prado que es recinto sagrado de las Euménides y sobre el canto de estas. La suntuosa orquestación, depuradísima, pródiga en detalles, que combina ecos de folklore popular rumano, con un rico cromatismo, profunda grandiosidad y transcendencia de filiación wagneriana, se combina con la creación de un gran personaje, de una profunda humanidad, Edipo, protagonista absoluto de la ópera (junto al coro), siendo los demás papeles, episódicos, pero de gran importancia. Resulta imprescindible para quien no conozca esta ópera y quiera acercarse a ella –teniendo en cuenta lo difícil que es verla en vivo-, la grabación del sello EMI 1989 protagonizada por un insuperable Jose van Dam bajo la dirección de Lawrence Foster.
Estamos ante una obra impresionante, pero que se representa muy poco, entre otras razones porque no es nada fácil montar -tanto en lo musical como en lo escénico- la colosal obra, encontrar un protagonista que dé le talla tanto en lo vocal como en lo interpretativo y, además, una abundante galería de secundarios a cargo de papeles cortos, pero fundamentales en la historia. Ante todo, corresponde felicitar a la Opera Nacional de Amsterdam por el gran nivel logrado en una función de alta nota en todos los aspectos y que constituía el estreno holandés de esta ópera.
En primer lugar, hay que destacar el gran trabajo de Marc Albrecht en la dirección musical. Fue capaz de obtener un gran rendimiento de la orquesta (y del coro, absolutamente espléndido y que tiene un papel fundamental, el propio de la tragedia griega), poner de relieve las bellezas, los primorosos detalles y colores de la orquestación, así como garantizar la tensión teatral con un gran sentido narrativo y de la progresión dramática. Si la escena en que Oedipe inconscientemente asesina a Layo, su padre, tuvo la fuerza dramática correspondiente (primorosa orquestación sobre la base de la tempestad), lo mismo puede decirse del enfrentamiento del protagonista con la esfinge. Todo el pasaje en que el desdichado Oedipe –siempre ansioso por conocer, por saber-, va averiguando que él es el asesino de Layo, que Merope y Polibio, reyes de Corinto no eran sus verdaderos padres y que ha esposado a su madre con lo que se cumple la profecía y su destino, tuvo la apropiada progresión teatral. Igualmente, Albrecht supo exponer la trascendencia y grandiosidad de ese final, en que un Edipo ciego, purificado por el agua camina hacia la luz, hacia su eterno descanso, pues su alma es pura e inocente, con el canto de fondo de las Euménides benévolas. El público sobrecogido permaneció en silencio varios segundos hasta que Albrecht bajó los brazos para estallar, a continuación, en una gran ovación.
Edipo es el absoluto protagonista de esta ópera, un papel agotador y un personaje de una enorme entidad, con un gran fondo humano y evolución psicológica. Hay que felicitar a Johan Reuter por su enorme esfuerzo. El barítono-bajo danés no puede presumir de una voz de especiales calidades, ni por color, ni por caudal, ni por mordiente, ni por brillo, pero sí de una indudable musicalidad, de un canto siempre cuidado sustentado en un fraseo bien trabajado. Asimismo, en la faceta interpretativa supo expresar toda la evolución del personaje y su altura trágica, valiente porque siempre quiere conocer y enfrentarse a sus designios, pero incapaz de evitar un destino del que no es responsable. El resto de personajes son más bien episódicos, pero de gran importancia y hay que subrayar que la Opera Nacional de Amsterdam completó un elenco de gran nivel. A destacar el Tiresias del veterano bajo Eric Halfvarson con un timbre desgastado, pero aún imponente y capaz de emitir sonidos impactantes (alguna nota grave fue impresionante) y con esos acentos y ese carisma propio del que sale a un escenario y siempre «pasa algo«. Sus dos intervenciones –acto primero con la advertencia al Rey Layo del castigo de los Dioses por tener descendencia desobedeciendo con ello la prohibición de Apolo y tercer acto, en el momento, en que presionado por Edipo, le confiesa su verdadero origen y que es el asesino de su padre- tuvieron elevada temperatura teatral. Una Yocasta de irreprochable musicalidad fue la encarnada por Sophie Koch y apropiadamente taimado el Creón de Christopher Purves, siempre incisivo fraseador. Un lujo, aunque el papel le va un tanto grave, Violeta Urmana como la esfinge, que protagoniza otra de las grandes escenas de la ópera, cuando Edipo resuelve el enigma y con ello libera a Tebas y se convierte en su Rey, mientras el monstruo perece entre gritos que pueden ser lamentos o risas sardónicas. Heidi Stober fue una abnegada y juvenil Antígona, fiel a su padre hasta el final. Catherine Wyn-Rogers supo dar relieve a su Merope y Ante Jerkunica lucir su caudaloso material.
La puesta en escena de La fura dels Baus (Alex Ollé y Valentina Carrasco), coproducción entre diversos teatros y estrenada en Bruselas en 2011 pretende subrayar el carácter atemporal del mito de Edipo, que se desarrolla en diversas épocas, pero no en orden cronológico. La antigüedad, la Segunda Guerra Mundial (la esfinge es un avión nazi correspondiente a dicha conflagración), la contemporánea (el cruce de caminos en que Edipo mata a Layo sin saber que se trata de su padre, es una carretera en obras tan actual como el coche en el que irrumpe el Rey tebano). No faltan alusiones freudianas (escena del diván), elementos simbólicos como la constante presencia del barro y tampoco pasajes en que la excesiva oscuridad agrede un tanto la vista al espectador. Difícil sustraerse al impacto de algunos momentos de la escenogragía (firmada por el habitual Alfons Flores) como la primera escena con varios andamios que ocupan todo el escenario repletos de figuras que van cobrando vida, también el momento en que Edipo consciente de la terrible verdad, aparece del fondo del escenario después de arrancarse los ojos o ese gran final en que, previo a recibir los chorros del agua purificadora camina hacia la luz, moralmente vencedor por cuanto inocente, entre el sublime canto de las Euménides y la gloriosa música de Enescu. Porque la voluntad del hombre es más fuerte que el destino como reivindica Edipo al descifrar el enigma de la esfinge. En definitiva, una producción que funciona y hay que valorar positivamente en líneas generales.
Muy satisfecho de poder haber visto en teatro esta colosal ópera en una notable interpretación y sólo cabe desear poder verla representada en España.
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