El Dúo Dalí, formado por Fernando Pascual y Aida Velert, inaugura el Ciclo de Otoño de la Iglesia Jesuitas de Valencia con obras de César Franck y Serguéi Prokófiev
Preludio otoñal de la mano del Dúo Dalí
Por Alba María Yago Mora
Valencia, 30-9-2022. Iglesia Jesuitas. Fernando Pascual, violín; Aida Velert, piano. Programa: Sonata para violín y piano en la mayor de César Franck y Sonata para violín y piano número 2 en re mayor Op. 94a de Serguéi Prokófiev.
El pasado viernes, el Dúo Dalí, formado por los músicos valencianos Fernando Pascual (violín) y Aida Velert (piano), dio el pistoletazo de salida al Ciclo de Otoño que acoge la Iglesia Jesuitas de Valencia. El ciclo rinde homenaje al compositor y organista francés de origen belga César Franck, uno de los grandes compositores románticos, en el 200 aniversario de su nacimiento, y gira en torno a la música de cámara y el piano. Bajo la dirección artística de Pablo Márquez, es una firme apuesta por la cultura valenciana, nacional e internacional que reúne a prestigiosos artistas en cuatro conciertos de septiembre a diciembre.
Constituido a finales de 2012, y asentando su formación sobre los consejos del pianista Luis Fernando Pérez, el Dúo Dalí ha sido galardonado con numerosos premios autonómicos y nacionales y ha ofrecido recitales en las principales ciudades españolas y en festivales internacionales como los de Santander y Morella.
La Sonata en la mayor de César Franck fue alabada y magnificada desde su primera interpretación en 1886 -interpretada con un violín prestado y un piano de hotel en la boda de un amigo del compositor Eugène Ysaÿe-. El estreno «adecuado» fue apenas menos incongruente: también con Ysaÿe, se dio en el Musée Moderne de Peinture de Bruselas, con una luz tan tenue que la mayor parte de la pieza tuvo que ser tocada de memoria. El pasado viernes el escenario fue similar: la intimidad del enclave - una iglesia en pleno proceso de restauración, en un espacio abierto a diferentes propuestas artísticas y sensibilidades- permitió al Dúo Dalí repetir las circunstancias del estreno de esta pieza, y vaya interpretación. La luz parecía desvanecerse, y Pascual y Velert, prácticamente sumidos en la penumbra, ejecutaron los cuatro movimientos de esta suntuosa obra. Su interpretación y su música dominaron soberanamente la atención de los allí presentes.
El público pudo disfrutar de una interpretación resplandeciente, especialmente en el deslumbrante movimiento final, donde todas las extraordinarias ideas de Franck, surgidas de un único y diminuto motivo, se unieron. Es un himno de tal belleza que es más difícil verlo como una obra nacida únicamente de la emoción humana. La presentación que hicieron de su compleja y minuciosa estructura fue tal que, aunque los oyentes no fuimos constantemente conscientes de ella, sus ideas corrieron debajo de la superficie en una metamorfosis constante, al mismo tiempo que impulsaron la música. Esta misma complejidad hizo imposible que el lirismo con que el dúo interpretó la pieza descendiera al sentimentalismo, como buen ejemplo de cabeza-corazón gobernando una pieza en igual medida.
A pesar de que los movimientos de esta sonata en ocasiones pueden percibirse inconexos en términos de estructura y transmisión, la hermosa calidez del sonido de Pascual creó una intimidad que logró conseguir la sensación de narrar una historia. El gran arte tanto en su forma de tocar como en su relación interpretativa con Velert, tuvo una gran autoridad, a pesar de que la acústica retumbante no protegió lo suficiente el sonido. Ambos mostraron una extraordinaria sutileza de articulación, fraseo e incluso portamento. Velert, por su parte, evidenció una gran fluidez en el acompañamiento, que subió y bajó con Pascual en un reflejo perfecto, creando así grandes clímax en el fraseo que niegan por completo la necesidad de exagerar o enfatizar más allá de lo que ya está escrito en la música.
La segunda parte de la velada la ocupó la Sonata para violín y piano número 2 en re mayor Op. 94a de Serguéi Prokófiev. Escrita originalmente como una sonata para flauta en la soleada tonalidad de re mayor, pero más tarde adaptada por el compositor para violín, el dúo trató esta pieza como la obra maestra virtuosa que es, sin pasar por alto ni un atisbo de su poesía. Llena de un optimismo brillante y juvenil, se vió atenuada por momentos de severa seriedad y peso. La interpretación de Pascual reflejó los muchos estados de ánimo que se encuentran en esta sonata, a la vez que brilló con una interpretación despreocupada pero muy precisa. Su lectura poseyó por momentos tanta seriedad que consiguió transmitirnos tanto la solemnidad como la brutalidad de la pieza con una impresionante claridad de visión. La variedad de la coloración tonal que ofreció el dúo fue impresionante, desde la agilidad y delicadeza del tema de apertura del Moderato y el estilo escurridizo del Scherzo hasta la tierna nostalgia del Andante y la bravuconería del Allegro con brio final. Ni falta hace comentar el meticuloso control que demostraron sobre el ritmo. Además, no trataron de abrumar la partitura con expresión superficial y excitabilidad, sino que hicieron que permanecieran todos los matices dentro de sus estados de ánimo alternativamente reflexivos y juguetones.
En definitiva, pudimos ser testigos del encuentro de mentes de dos grandes artistas que están en todo momento comprometidos tanto a nivel intelectual como emocional. Puro disfrute de un dúo bien coordinado, dominante y contundente en los momentos necesarios, pero también capaces de pintar las sombras más sensibles.
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