Por Aurelio M. Seco
Oviedo. 7/04/2014. Auditorio Príncipe Felipe. Gustavo Dudamel, director. Orquesta Sinfónica de la Radio de Baviera. Sexta sinfonía de Beethoven y La consagración de la primavera de Stravinsky.
El ciclo de Conciertos del Auditorio de Oviedo ofreció la oportunidad de asistir el pasado lunes a una interesante velada musical, protagonizada por el brillante director venezolano Gustavo Dudamel y por la Orquesta Sinfónica de la Radio de Baviera, un conjunto de gran calidad. En el programa se encontraron dos piezas tan conocidas como difíciles de dirigir, la Sexta sinfonía de Beethoven, puede que la mirada más serena y evocadora del compositor de Bonn en lo que a su obra sinfónica se refiere, y La consagración de la primavera, otra obra maestra del género, fracaso en su día de Stravinsky y de los Ballets Rusos que la estrenaron, pero éxito para la Historia de la Música por sus audacias rítmicas, melódicas y tímbricas.
Todo el concierto estuvo llevado con mano maestra por un director que cada día nos recuerda más en sus gestos y estilo a Claudio Abbado, y que con el tiempo parece tender a economizar su gestualidad y energía. Creemos que es un acierto. Dudamel recuerda a Abbado cuando saluda y apoya sus dos manos en los muslos, cuando mueve la mano izquierda o apuesta por el equilibrio, la claridad y transparencia orquestal como rasgos de estilo. El director venezolano parece tener clara su principal referencia artística y moral. Incluso en la forma en la que se relaciona con los músicos parece haber algo de las maneras del fallecido maestro italiano, que siempre entendió que ofrecer una interpretación bajo su mando no estaba reñido con hacer música juntos. Desde que vengo siguiendo la carrera de Gustavo Dudamel, no deja de sorprenderme la admiración que parecen profesarle todos y cada uno de los miembros de las orquestas que dirige. Es una cualidad dificilísima de obtener para un director pero que él parece recibir casi de manera natural, sin duda por su carisma, manera de trabajar y pedir las cosas a la orquesta.
La versión de la Sexta sinfonía de Beethoven resultó del todo convincente y fue dibujada con precisión, gusto por el detalle, equilibrio, pasión justa y musicalidad. La sección de cuerda ofreció una sonoridad muy cuidada y densa. Fue muy reconfortante observar la calidad de su sonido, que en ocasiones mostró tanta uniformidad que recordó a las prestaciones de un cuarteto. Esto, que es lo ideal en un conjunto sinfónico, no es algo fácil de ver en nuestras orquestas. No sé qué directores de nuestro país acudieron a los conciertos ofrecidos por Dudamel en España durante estos días, pero sería bueno que hicieran una reflexión sobre ‘el sonido’ al que deberían aspirar tomando éste como modelo. También nos gustó el elegante sentido del legato por el que se optó. Sin ser excesivo, aportó belleza al fraseo y resultó siempre adecuado al sentido melódico de la sinfonía de Beethoven. Y el consistente peso de los arcos, muy adecuado en este repertorio. Fue un placer percibir la anchura, tersura y profundidad del cuerpo del sonido de las cuerdas. Qué maravilla.
Es posible que el estilo de esta Sexta haya sido, con todo, excesivamente pictoricista en algún momento, en el sentido de la textura de Mahler. Creemos que en Beethoven esto no importa tanto y que, si se ofrece este amor por destacar detalles secundarios, en definitiva por la transparencia, puede llegar perderse un poco la idea dramática principal, que en Mahler, que era un extraordinario orquestador, conviene hacer plural y diversa pero que en Beethoven, a quien sólo le interesaba la orquestación para decir lo que dijo, a veces puede llegar a debilitar el mensaje. No fue el caso. El recurso se entendió más como un rasgo de estilo, una aportación pulcra y luminosa a una partitura que también tiene sus brumas.
Algunas interpretaciones puntuales fueron mejorables. Durante los dos primeros movimientos, por ejemplo, el flautista y oboe principales parecían mantener una gran complicidad ante las exigencias de una partitura en la que tienen protagonismo. Pero se dieron algunos momentos de sutil falta de compenetración y sonoridad descuidada. También se podrían haber obtenido otros con una sonoridad más bucólica y etérea, sobre todo en la flauta. Creemos que en medio de la fiesta Dudamel, que es muy reconfortante, fluida y liberadora para los músicos y el público, a veces se da una cierta relajación - muy poca-, que va con la poética artística del director, pero que desdibuja un tanto la complexión rítmica y canora de la partitura. La interpretación de La consagración de la primavera resultó concisa y equilibrada, sin perder un ápice de la espectacularidad intrínseca de una obra que parece diseñada para hacer brillar a las secciones de percusión y metales, que estuvieron excepcionales. Toda la partitura puso a prueba la calidad de unos músicos que, desde las primeras notas expuestas magistralmente por el fagot, hicieron gala de una brillantez interpretativa y sentido de la profesionalidad realmente superbo.
En las puertas del Auditorio se dieron cita algunos venezolanos residentes en la región para mostrar su malestar por el silencio de Gustavo Dudamel ante la realidad política y social por la que está pasando Venezuela. Qué difícil debe ser para el director venezolano permanecer en silencio ante una situación tan grave como la que está viviendo su país. Todavía es primavera, una estación acostumbrada a revolucionar y cambiar las cosas. ¿Quién sabe a quiénes se consagrará esta vez?
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