Por Raúl Chamorro Mena
Berlín, 7-IV-2018, Deutsche Oper. Ledi Mákbet Mtsénskogo Uyezda –Lady Macbeth del distrito de Mtsensk, Op. 29 (Dmitri Shostakovich), Evelyn Herlitzius (Katerina Ismailova), Sergey Poliakov (Sergey), Wolfgang Bankl (Boris Timofeyevich Ismailov), Thomas Blondelle (Zinoviy Bosirovich Ismailov), Stephanie Weiss (Aksinja), Derek Welton (Administrador/Oficial de Policía), Tobias Kehrer (Pope). Orquesta y Coro de la Deutschen Oper Berlin. Dirección musical: Donald Runnicles. Dirección de escena: Ole Anders Tandberg.
A diferencia de lo que ocurrió con El milagro de Heliane de Korngold del día anterior, en esta ocasión la puesta en escena sí que molestó lo suyo y condicionó (para mal), prácticamente, toda la función. Cierto es que en esta obra maestra de Shostakovich se denuncia el patriarcado imperante en Rusia a través de la figura de esa mujer sin horizontes, insatisfecha, reprimida y hastiada que representa Katerina Ismailova. Una mujer casada con un pusilánime impotente, que es tratada cruelmente por su brutal suegro y que termina siendo fácil presa de un depredador sexual a quien se entrega apasionadamente, de tal forma que no vacila en entrar en una espiral de asesinatos. Katerina también resultará traicionada por ese hombre, que la culpará de terminar preso y se irá con otra mujer en sus propias narices cuando marchan cautivos camino de Siberia.
El director de escena noruego Ole Anders Tandberg ambienta la trama en su tierra y la hacienda rusa pasa a ser un emporio de pescado, de enormes bacalaos que parecen ser el símbolo de pretendida filiación fálica de ese machismo que oprime a Katerina y que el montaje pretende subrayar como sucede en la escena de la violación de Aksinja. De este modo, el suegro Boris, como paradigma de macho brutal (ya decadente el hombre, bien es verdad) aparece siempre en escena sosteniendo dos enormes pescados, lo cual termina resultando ridículo y provocando hilaridad, al igual que la constante presencia de bacalaos o enormes atunes en el escenario, particularmente en la plataforma central donde se desarrolla la mayor parte de la trama, ya de por sí irregular y resbaladiza, imaginen con tanto pescado… Los cantantes tuvieron que realizar auténticos esfuerzos por no dar con sus huesos en el suelo. La culminación de todo este despropósito y ejemplo de falta de talento fue la escena de la comisaría. Además de la crítica social ya aludida que se expone con crudo realismo y en una atmósfera de gran sensualidad y erotismo que incluye un coito en escena, Shostakovich destila también en esta magistral creación sus buenas dosis de ironía y burla que recaen principalmente en el estamento policial, en la autoridad. Pues bien, el director de escena convirtió una genial sátira en una torpe exhibición de chabacanería y trazo grueso con los agentes en calzoncillos planchándose los pantalones después de enchufar el artefacto en sus partes y que culmina con el jefe de la policía violando a Katerina cuando detienen a la pareja de asesinos. En fin, una ópera de naturaleza tan dramática termina provocando las risas del público como si fuera del género buffo. Una pena.
Como es bien conocido, Lady Macbeth del distrito de Mtsensk, estrenada en 1934, provocó una durísima crítica del diario Pravda (publicación oficial del Partido Comunista de la Unión Soviética), que se dice realizada por el propio Stalin o impulsada por él, lo que llevó a Shostakovich a abandonar, lamentablemente, la música para la escena y refugiarse en la música sinfónica y de cámara.
Donald Runnicles, director musical titular de la Deutshe Oper de Berlin, confirió el adecuado relieve a la genial orquestación de esta ópera –que llega a describir un orgasmo y el posterior anticlímax- con una labor elegantísima, refinada, de gran transparencia y pulimiento tímbrico, además de diseñar las apropiadas atmósferas. Faltó, quizás, un punto de tensión, de progresión dramática, de emoción. La Orquesta rindió a buen nivel, pero sin esa magia y calidad suprema alcanzada el día anterior en la obra de Korngold.
No se puede negar que Evelyn Herlitzius realizó una muy estimable creación de Katerina con ese talento dramático, garra y personalidad que la caracterizan, pero el que suscribe esperaba algo más y se notó que la soprano de Osnabrück no estaba cómoda en ningún momento (bastante tenía con mantenerse de pie), ni el montaje le ayudó en nada a perfilar y dotar de mayor fuerza teatral al personaje. En lo vocal, la Herlitzius exhibió esas impecables emisión, proyección y penetración tímbrica habituales junto a algún sonido agrio en la zona más alta de la tesitura. El tenor ruso Sergey Poliakov, en el papel homónimo, emitió algún agudo potente y timbrado, pero se impusieron en el oyente la desigualdad de la emisión y unos modos canoros más bien rudos y vulgares. Aunque estuvieron anunciados previamente otros cantantes, incluido el veterano Kurt Rydl, fue Wolfgang Bankl quien asumió el papel de Boris Timofeyevich, suegro de Katerina a la que odia y humilla constantemente, pero que perece envenado por esta con raticida. No puede negarse la profesionalidad de Bankl, pero el papel le superó por todos lados. Su material vocal, ayuno de la adecuada rotundidad, anchura, empaste y volumen, más cerca del territorio del barítono que del bajo que pide la parte; la emisión dura, ingrata y nasal, el agudo imposible, sellaron una interpretación insuficiente a todas luces. Incluso le puso en evidencia Tobias Kehrer como Pope, pues al emitir su primera nota pudo apreciarse inmediatamente, que era una voz más adecuada para Boris que la de Bankl. Correcto Thomas Blondelle en el ingrato y poco relevante papel de Zinoviiy, un tanto justita la Aksinja de Stephanie Weiss, mientras Derek Welton volvió a mostrar su cotidiana fiabilidad igual que el día antes.
Foto: Marcus Lieberenz
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