El Anillo de San Francisco va a más en una sobresaliente Valquiria
Por David Yllanes Mosquera | @davidyllanes
San Francisco. War Memorial Opera House. 27-VI-2018. Die Walküre (Richard Wagner). Karita Mattila (Sieglinde), Brandon Jovanovich (Siegmund), Raymond Aceto (Hunding), Greer Grimsley (Wotan), Iréne Theorin (Brünnhilde), Jamie Barton (Fricka), Julie Adams (Gerhilde), Melissa Citro (Helmwige), Renée Tatum (Waltraute), Nicole Birkland (Schwertleite), Sarah Cambridge (Ortlinde), Laura Krumm (Siegrune), Renée Rapier (Grimgerde), Lauren McNeese (Rossweisse). San Francisco Opera Orchestra. Dirección escénica: Francesca Zambello. Dirección musical: Donald Runnicles.
Die Walküre es la opera más popular de la tetralogía wagneriana y tiene una historia especialmente ilustre en la San Francisco Opera, que la ha representado en unas 20 temporadas desde los años 30. El primer reparto (durante el Anillo completo de 1935) incluyó a Kirsten Flagstad y Lauritz Melchior. En los años 1950, la monumental War Memorial Opera House fue testigo de importantes debuts norteamericanos en torno a esta ópera: el de Birgit Nilsson, quien cantó Brünnhilde, y el de Georg Solti, dirigiendo Elektra, Tristan und Isolde y Walküre. En tiempos más recientes, algunas de las más notables Brünnhildes y Siegliendes –como Stemme, Behrens, Rysanek o Westbroek– han pasado por esta ciudad. Este Anillo de 2018 ha presentado una fuerte candidatura para unirse a esta tradición, con una Valquiria que ha supuesto un salto de calidad desde el ya notable Oro del día anterior. Más que por alguna gran interpretación suelta, la función se ha destacado por lograr mantener un alto nivel uniforme en todo el reparto.
Francesca Zambello nos presenta ahora un mundo en decadencia, devastado, oscuro. Los secuaces de Hunding parecen guerrilleros (o terroristas) de algún conflicto contemporáneo, Siegmund muere debajo del paso elevado de una autopista de aspecto destartalado y la peña en la que Brünnhilde se duerme evoca un escenario devastado por la guerra. En contraste, Wotan aparece en el segundo acto en la cima de su poder, en una majestuoso edificio art decó y con aspecto y maneras de un industrialista sin escrúpulos, un robber baron. Su lanza, más tosca en Rheingold, ha evolucionado y ahora tiene incluso un asta plateada. Si en el prólogo tuve algún reparo con la propuesta de Zambello, en esta primera jornada todo ha funcionado mucho mejor. Una proyección desde el punto de vista de Siegmund nos pone rápidamente en situación durante la tormenta inicial, las caracterizaciones de los personajes están bien delineadas –aunque todavía con poca dirección actoral en ocasiones– y hay lugar para momentos efectistas. Entre estos destaca la llegada de las valquirias, que descienden en paracaídas diagonalmente sobre el escenario. El uso de especialistas y un buen control de la coreografía y los tiempos hacen que esta escena resulte vistosa sin distraer o interferir con la música. Todas las guerreras –aquí ataviadas de aviadoras de la Segunda Guerra Mundial– entran cuando deben y pueden cantar sus líneas claramente. También impactó la cortina de fuego real al final de la ópera.
Por su parte, el planteamiento de Donald Runnicle ha ido quedando más claro a medida que avanzamos en la tetralogía. Estamos, por supuesto, ante un veteranísimo y avezado director wagneriano, con gran intención detrás de cada movimiento. En una obra tan monumental como el Anillo, (casi) ningún director ha pretendido dedicar la misma atención a cada compás y es siempre interesante ver qué decide destacar cada uno. En el caso de Runnicles, no se busca un énfasis o densidad orquestal constante, sino más bien un cuidadoso control de los tiempos y una minuciosa atención al detalle. Su dirección, de nuevo excelentemente seguida por la orquesta, brilla en los momentos de acción y en los crescendos. En el debe, quizás en pasajes más expositivos la relajación es algo excesiva y se pierde un poco de tensión dramática.
Como comentaba al inicio, los miembros del reparto veteranos del Rheingold han ido a más en general y además las nuevas incorporaciones han rendido bien. Entre estas, tenemos en primer lugar a los volsungos. Brandon Jovanovich es, a día de hoy, una muy buena opción para Siegmund. Destaca en los momentos más heroicos y tiene incisividad y presencia, aunque quizás no la suficiente sutileza para los pasajes más líricos. Su melliza, la Sieglinde de Karita Mattila, ha sido para muchos la revelación de la noche. Sin duda la voz de esta veterana cantante está ya algo tocada y no tiene el sonido juvenil de antaño, con un agudo algo tasado. Pero lo compensa con creces con su gran musicalidad y entrega, además de con la mejor caracterización de la noche. Su narración resultó profundamente conmovedora. Un Hunding particularmente brutal y cruel por parte de Raymond Aceto nos ayudó a simpatizar con la oprimida Sieglinde. Aceto ha estado mucho más convincente en esta jornada que con su Fafner del día anterior.
Por supuesto, la gran pieza que faltaba en el puzzle es Brünnhilde. Inicialmente, la ópera de San Francisco había anunciado a Evelyn Herlitzius para el papel. El anuncio de su cancelación hizo disparar muchas alarmas, hasta que vimos que su sustituta iba a ser Iréne Theorin, quien ha cosechado ya grandes éxitos en el papel. Fiel a su buena reputación, la sueca ha estado exultante y ha recorrido el abanico de emociones de la valquiria con gran maestría. Desde la adolescente despreocupada del inicio, con juguetones y brillantes hojotohos, a la guerrera desafiante y la hija suplicante, todos los aspectos del personaje estuvieron bien cubiertos en una interpretación que hace esperar grandes cosas para el Ocaso.
Los dioses, en sus nuevos y lujosos aposentos, se han mostrado formidables. En mi reseña del Oro del Rin, apuntaba que la Fricka de Jamie Barton sería seguramente una fuerza de la naturaleza en La valquiria. Así ha sido, en una interpretación arrolladora, que afronta el papel con aparente facilidad y lustrosos graves. Viéndola queda más que claro por qué Wotan pierde la discusión… Sus últimas frases en «Das kann mein Gatte nicht wollen, die Göttin entweiht er nicht so!», en las que dice que su esposo no podría profanarla de ese modo (defendiendo a Siegmund), resultaron particularmente imponentes.
Frente a ella, hemos tenido un Wotan visiblemente reforzado, tanto en el plano escénico como en el vocal. Greer Grimsley puede en esta segunda ópera hacer lucir sus puntos fuertes: la amplitud y sonoridad. Alcanzó su momento álgido en su segunda escena con Brünnhilde, con unos estentóreos gritos de «das Ende!» que impactaron a todo el teatro. Al mismo tiempo, fue capaz de transmitir el amor paterno por su rebelde hija.
Grandes ovaciones por parte de un público que prácticamente llenaba las más de 3000 butacas de la War Memorial Opera House, hecho este último notable, dado que se están presentando tres ciclos completos, con precios muy elevados. Pero es que el Anillo, cuando está bien hecho, vale la pena.
Photo: Cory Weaver/San Francisco Opera
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