Crítica de Raúl Chamorro Mena de la ópera Don Pasquale, de Donizetti, en el Palacio Euskalduna dentro de la temporada de la Asociación Bilbaína de Amigos de la Ópera (ABAO)
Divertida apertura de temporada con una cumbre de la ópera buffa
Por Raúl Chamorro Mena
Bilbao, 19-X-2024, Palacio Euskalduna. Temporada ABAO. Don Pasquale (Gaetano Donizetti). Simón Orfila (Don Pasquale), María José Moreno (Norina), Francesco Demuro (Ernesto), Damián del Castillo (Doctor Malatesta), Pedro Mari Sánchez (Un notario y narrador). Euskadiko Orkestra-Orquesta Sinfónica de Euskadi. Director musical: Sesto Quatrini. Dirección de escena: Emiliano Suárez.
A pesar de que, en pleno auge del melodrama romántico, un género tan importante en la literatura operística como el buffo se encontraba en decadencia, uno de los puntales del melodrama, Gaetano Donizetti estrenó en 1842 una obra maestra como Don Pasquale, culminación de la trayectoria de óperas cómicas de la producción del bergamasco.
Esta magistral creación tuvo su continuidad, lo que prueba la importancia de la ópera buffa en la ópera italiana, pues, en el deseo de desprenderse de la espina clavada del fracaso de Un giorno di regno, Giuseppe Verdi se despide del teatro lírico con una obra maestra cómica como Falstaff e incluso, Giacomo Puccini cierra el círculo con su magistral Gianni Schicchi.
No deja de sorprender la fascinante capacidad de Donizetti para asumir las convenciones –entre ellas los personajes de la Commedia dell’arte-, para alterarlas magistralmente y lograr una creación perfecta, que combina apropiadamente comicidad y patetismo, siempre son suprema delicadeza y elegancia, sin espacio alguno para el exceso o la mínima vulgaridad en un mecanismo teatralmente perfecto, al que se suma una inspiradísima escritura para la voz.
La ABAO ha elegido Don Pasquale para abrir su temporada 2024-25 con una nueva producción a cargo de Emiliano Suárez sobre escenografía de Alfons Flores y un reparto de cantantes españoles junto al italiano Francesco Demuro.
En el elenco destacó y brilló con luz propia la Norina de la soprano María José Moreno por su timbre siempre lozano, luminoso, brillante, homogéneo, proyectadísimo, su bien construido legato y fraseo refinado, aquilatado y patricio. Todo ello testimonio de una carrera ejemplar llevada con mucha inteligencia y seriedad. A pesar de que la puesta en escena caracteriza a Norina, desde el momento en que sale en el acto segundo como Sofronia para casarse con Don Pasquale, como una especie de «pilingui», los modos refinados y el empaque de la Moreno le permiten huir de tal encarnación y compone una muchacha juvenil, desenvuelta, enamorada y que se divierte en su papel principal de la bien engrasada burla urdida a Don Pasquale. Dueña de la escena en sus intervenciones, apropiadamente atractiva y con fascino, es justo destacar el momento de la bofetada al anciano -con especial efecto ya que saltaron por los aires las gafas de Pasquale-Orfila- en el que la Moreno expresa con un preciso gesto su inmediato arrepentimiento. Desde luego, no se notó que debutaba el papel.
El personaje que da título a la ópera encarna el resurgimiento del erotismo en la vejez. Don Pasquale, iluso, cree que puede encauzarlo en un imposible matrimonio con una rozagante joven. Cierto es que también es avaro y tacaño y seguramente merezca la lección que va a recibir, pero su insulso sobrino es un aprovechado y, desde luego, el sufrimiento del anciano termina conmoviendo al público. Simón Orfila también debutante en estas lides exhibió su voz sonora, aunque no bella, faltándole a su canto una mayor finura y más depurado estilo belcantista. Se mostró pesante en «Un fuoco insólito» del primer acto y en el endiablado sillabato rápido del dúo de los buffos del último acto, aunque hay que recalcar que no le ayudaron nada los tempi desbocados de la batuta. En cualquier caso, en el aspecto interpretativo, la habitual elocuencia y sentido comunicativo de Orfila se combinaron en una creación plausible que el cantante, sin duda, irá perfilando en próximas aproximaciones al papel.
Discreto y con la emisión retrasada se mostró Damián del Castillo en su bellísima cavatina «Bella siccome un angelo» al comienzo de la ópera, escena en la que de manera tan genial como original, el cantabile lo afronta un personaje -Malatesta- y la cabaletta el otro -Pasquale-. Más desenvuelto en el sillabato rápido, -la voz es menos pesante que la de Orfila-, del ya referido dúo de los buffos «Aspetta, aspetta», todo un paradigma del género y cuya última estrofa fue bisada. Del Castillo resultó simpático y adecuadamente descarado en escena en la caracterización del espabilado Malatesta, astuto enredante y que lleva todos los hilos de la trama.
El tenor Francesco Demuro, a pesar de un material muy liviano y de gran modestia tímbrica, cantó con gusto y fraseó con compostura, pero sin variedad y con escasa gama dinámica. El papel de Ernesto, estrenado por el mítico Mario de Candia, un tenor agudísimo, posee hermosísimos cantables como «Sogno soave e casto», «Cercherò lontana terra», «Com’è gentil» y una escritura generosa en las alturas, que resolvió apropiadamente Demuro que, incluso, se encaramó al sobreagudo, no escrito, al final de la cabaletta «E se fia che ad altro oggetto».
Pedro Mari Sánchez demostró su categoría de actor, incluso buena preparación canora, como notario y el maestro pizzero, que ejerce como una especie de narrador y desgrana diversos parlamentos a lo largo del desarrollo de la obra. Impecable, cómo no, su prestación como gran actor que es.
Sesto Quatrini no pudo ocultar una dirección musical vulgar y anodina, con acusados contrastes de tempi, que sólo lograron poner en diicultades a los cantantes. El sonido que obtuvo el director italiano de la Sinfónica de Euskadi fue más bien gris y borroso. Qué lejos de la notable prestación de esta misma orquesta en la ópera Los primeros humanos de Rudi Stephan a la que asistí el pasado mes de abril en el Teatro Arriaga. De todos modos, es justo destacar la magnífica prestación del solista de trompeta en la introducción previa al aria de Ernesto del segundo acto.
La nueva producción a cargo de Emiliano Suárez sitúa la trama en una pizzería de la actualidad, que regenta el anciano Don Pasquale con Norina fregando suelos y platos y Enesto como empleado más bien lechuguino. Es su «Don Pasquale» como afirma en su escrito del programa de mano, que rezuma, al igual que el del escenógrafo Alfons Flores, grandes dosis de ego, como es habitual en los directores de escena actuales. Personalmente, me conformaría con que se pusieran humildemente al servicio de la obra maestra de Gaetano Donizetti.
Ciertamente, el decorado de Flores, planteado como una caja de pizza en la que se encuadra el restaurante, es funcional y grato a la vista, pero deja sin uso buena parte del escenario. El problema se agrava cuando gira y nos muestra la parte trasera, con el fregadero o bien los cubos de basura o donde aparcan las bicicletas. En ese caso, el escenario se queda reducídisimo y el movimiento escénico, ya de por sí, más bien somero, se acerca al estatismo. Eso sí, esta localización no altera la esencia de la obra y los personajes no se desnaturalizan respecto a la concepción original, excepto Norina, que de fregona y friega platos, pasa como Sofronia, a ser una pelandusca devorahombres que reparte besos a todo el que se pone en su camino. Ciertamente, los parlamentos -alguno de Lope de Vega, otros, parece ser que su propia invención- a cargo de Pedro Mari Sánchez son un pegote y obstaculizaban en cierto modo la acción, pero fueron tan bien delineados por un actor tan consolidado, que me resultaron aceptables. En fin, que hemos visto cosas mucho peores y debo resaltar que en líneas generales la puesta en escena no es capaz de gripar el perfecto mecanismo músico-teatral fruto del estro de Gaetano Donizetti como músico y también como libretista junto a Giovanni Ruffini.
El público se divirtió lo suyo, las carcajadas fueron abundantes, y aplaudió con entusiasmo a todo el elenco.
Fotos: ABAO
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