Don Giovanni (Mozart). Teatro Real, Madrid. 24/04/2013
Con gran expectación llegábamos a la última de las representaciones de este Don Giovanni, con el preludio de una larga polémica acerca de su consistencia escénica y musical, y con la profusa explicación al respecto ofrecida por el propio Tcherniakov en la entrevista que nos concedió hace unas semanas. Gran expectativa, pues, y en consonancia gran decepción la que nos llevamos al concluir la representación. Fue sin duda la representación más tediosa de cuantas hemos visto esta temporada en el Real. En buena medida debido a una recreación musical de perfil bajo, bastante gris, donde apenas brilló el buen hacer de Arteta y un par de destellos en el trabajo de Ketelsen y Schäfer. Y sobre todo debido a una propuesta escénica que aspiraba a mucho más de lo que verdaderamente ofrece.
Y es que dista mucho entre lo que tan bien fundamentaba y glosaba Tcherniakov en la citada entrevista y lo que en realidad se nos presenta en escena. Hay sin duda un exceso de pretensión en la propuesta del director ruso. No parecía descabellada la idea de leer a Don Giovanni como una suerte de 'gran tentador' que pone a todo su entorno ante el abismo de sus propias coerciones. Un gran drama escénico acerca de la libertad, en suma. Pero lo que vemos en realidad es Un Don Giovanni extremo, que vive en el perpetuo exceso, sin atisbo alguno de seducción, sin el elemento sensual en juego, y sin encontrar nada más a cambio. No funciona en modo alguno el nexo de relaciones familiares bajo el que reordena el reparto, como tampoco tiene atractivo alguno el espacio único donde tiene lugar toda la acción. El resultado es una propuesta que desvirtúa el orden narrativo del libreto, que rompe la teatralidad natural de varias escenas y que, sobre todo, no consigue trasladar en las tablas la intención antes citada, la dramaturgia que Tcherniakov nos exponía en la entrevista. Así, la representación carece de frescura, de intensidad, y oscila entre una fallida vocación de originalidad y una sensación de horror vacui, como si todo gesto y toda frase requiriese de una nueva interpretación, a menudo histriónica y forzada. No faltan algunos destellos relevantes, por supuesto, porque Tcherniakov es un talentoso hombre de teatro en el mejor sentido del término. Es el caso de la muy buena caracterización de Donna Elvira, quizá el único rol con el que el director ruso acierta de pleno. También algunos inspirados detalles en la dirección escénica y en la inflexión en los recitativos, por ejemplo en el dúo entre Don Giovanni y Zerlina. Pero poco más. No encontramos pues la esperada genialidad que se preludiaba sino una sensación decepcionante de ausencia de verdad teatral, precisamente lo que Tcherniakov reclamaba en contraste con otras propuestas. Hay un evidente exceso de de premeditación y fingimiento. Su dirección escénica de Don Giovanni no conmueve, pues, ni siquiera provoca, simplemente decepciona y, en algunos casos, irrita, por sus caprichosos recursos en no pocas ocasiones (esos golpes de telón, por ejemplo, al cierre de cada escena).
Una señora de entre el público gritó en mitad de la representación '¡Ya vale de tanta tontería!'. No diríamos que tonterías, pero sin duda sí nos encontramos ante muchos instantes de una teatralidad rebuscada e infantil, que pretende además vehicularse como un discurso intelectualmente fundado. Todo lo dicho nos lleva a concluir que Tcherniakov tenía una notable idea, una dramaturgia atractiva sobre la que sostener su propuesta pero yerra sin embargo visiblemente a la hora de llevarla a escena. El resultado final queda muy por debajo, pues, de las expectativas que el propio Tcherniakov había contribuido a crear sobre su trabajo con este Don Giovanni.
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