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CRÍTICA: TEDIOSO 'DON GIOVANNI' EN EL TEATRO REAL DE MADRID, BAJO LA DIRECCIÓN MUSICAL DE ALEJO PÉREZ Y ESCÉNICA DE TCHERNIAKOV. Por Alejandro Martínez

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Autor: Alejandro Martínez
29 de abril de 2013
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¿DON GIOVANNI?

Don Giovanni (Mozart). Teatro Real, Madrid. 24/04/2013

       Con gran expectación llegábamos a la última de las representaciones de este Don Giovanni, con el preludio de una larga polémica acerca de su consistencia escénica y musical, y con la profusa explicación al respecto ofrecida por el propio Tcherniakov en la entrevista que nos concedió hace unas semanas. Gran expectativa, pues, y en consonancia gran decepción la que nos llevamos al concluir la representación. Fue sin duda la representación más tediosa de cuantas hemos visto esta temporada en el Real. En buena medida debido a una recreación musical de perfil bajo, bastante gris, donde apenas brilló el buen hacer de Arteta y un par de destellos en el trabajo de Ketelsen y Schäfer. Y sobre todo debido a una propuesta escénica que aspiraba a mucho más de lo que verdaderamente ofrece.
      Y es que dista mucho entre lo que tan bien fundamentaba y glosaba Tcherniakov en la citada entrevista y lo que en realidad se nos presenta en escena. Hay sin duda un exceso de pretensión en la propuesta del director ruso. No parecía descabellada la idea de leer a Don Giovanni como una suerte de 'gran tentador' que pone a todo su entorno ante el abismo de sus propias coerciones. Un gran drama escénico acerca de la libertad, en suma. Pero lo que vemos en realidad es Un Don Giovanni extremo, que vive en el perpetuo exceso, sin atisbo alguno de seducción, sin el elemento sensual en juego, y sin encontrar nada más a cambio. No funciona en modo alguno el nexo de relaciones familiares bajo el que reordena el reparto, como tampoco tiene atractivo alguno el espacio único donde tiene lugar toda la acción. El resultado es una propuesta que desvirtúa el orden narrativo del libreto, que rompe la teatralidad natural de varias escenas y que, sobre todo, no consigue trasladar en las tablas la intención antes citada, la dramaturgia que Tcherniakov nos exponía en la entrevista. Así, la representación carece de frescura, de intensidad, y oscila entre una fallida vocación de originalidad y una sensación de horror vacui, como si todo gesto y toda frase requiriese de una nueva interpretación, a menudo histriónica y forzada. No faltan algunos destellos relevantes, por supuesto, porque Tcherniakov es un talentoso hombre de teatro en el mejor sentido del término. Es el caso de la muy buena caracterización de Donna Elvira, quizá el único rol con el que el director ruso acierta de pleno. También algunos inspirados detalles en la dirección escénica y en la inflexión en los recitativos, por ejemplo en el dúo entre Don Giovanni y Zerlina. Pero poco más. No encontramos pues la esperada genialidad que se preludiaba sino una sensación decepcionante de ausencia de verdad teatral, precisamente lo que Tcherniakov reclamaba en contraste con otras propuestas. Hay un evidente exceso de de premeditación y fingimiento. Su dirección escénica de Don Giovanni no conmueve,  pues, ni siquiera provoca, simplemente decepciona y, en algunos casos, irrita, por sus caprichosos recursos en no pocas ocasiones (esos golpes de telón, por ejemplo, al cierre de cada escena).
      Una señora de entre el público gritó en mitad de la representación '¡Ya vale de tanta tontería!'. No diríamos que tonterías, pero sin duda sí nos encontramos ante muchos instantes de una teatralidad rebuscada e infantil, que pretende además vehicularse como un discurso intelectualmente fundado. Todo lo dicho nos lleva a concluir que Tcherniakov tenía una notable idea, una dramaturgia atractiva sobre la que sostener su propuesta pero yerra sin embargo visiblemente a la hora de llevarla a escena. El resultado final queda muy por debajo, pues, de las expectativas que el propio Tcherniakov había contribuido a crear sobre su trabajo con este Don Giovanni.

      Musicalmente no fueron mucho mejor las cosas. Poco cabe reprochar a los instrumentistas y al coro, pues los cuerpos estables del Real estuvieron por lo general a la altura de lo requerido. El problema fue precisamente que se les requirió un Mozart de tintes más sinfónicos que teatrales, tan falto de frescura como de dramatismo. Alejo Pérez se mostró más atento a subrayar la partitura instrumental, en una clave casi beethoveniana, que en atender a una buena concertación con las voces. El resultado fue un Don Giovanni muy poco estimulante desde el foso.
      Vocalmente, una noche también irregular, sobre todo a causa de un protagonista a todas luces insuficiente, de medios demasiado modestos e impersonales como para llevar la función sobre sus espaldas. Russell Braun es un barítono tan honesto como limitado. La voz, demasiado lírica para el rol, apenas corre, falta de empaque y sin color protagonista, y con esos medios no puede llegarse demasiado lejos, por mucho que sea el empeño. En términos escénicos lo da todo, de eso no cabe duda, pero sus dotes actorales no suplen sus limitaciones vocales. Muy trabajado, eso sí, el acento en algunos recitativos, y lograda la recreación del 'Deh, vieni alla finestra'. Pero la partitura de Don Giovanni implica mucho más.
      Sin duda fue Ainhoa Arteta la voz más destacada de la representación, si bien no diríamos que sea Mozart el repertorio donde mejor lucen las virtudes de su instrumento a día de hoy, más pesado y denso, aunque todavía brillante y esmaltado. No obstante, Arteta /resuelve a base de técnica la exigente partitura de Donna Elvira, sorteando con suficiente soltura las agilidades. Y destaca sobre todo por el compromiso inquebrantable con el que sirve a las indicaciones escénicas de Tcherniakov, siendo el suyo seguramente el papel más logrado en términos generales, perfectamente contrastado en sus extremos y muy bien delineada su actitud en cada escena.
      Kyle Ketelsen fue un convincente Leporello, muy esmerado en seguir al dictado las indicaciones de Tcherniakov yvocalmente más que digno, aunque con una emisión a menudo falsamente engrosada, con la voz colocada en demasiados sitios y en ninguno al mismo tiempo. En todo caso, la voz llega al oyente sin problemas y el fraseo es siempre teatral, lo que no sucedió con todos los intérpretes implicados en este reparto. Christine Schäfer era la soprano responsable del papel de Donna Anna y tardó en entonar su instrumento hasta poder ofrecer algunos momentos de interés, que llegaron sobre todo con un estupendo 'Or sai chi l'onore'. Pero la coloratura es en su caso bastante primaria y dificultosa, la dicción en italiano ni mucho menos convincente y su desempeño actoral se antojó a menudo bastante impostado. Irregular y distante Donna Anna, por tanto.
      Hemos encontrado en mejores ocasiones al tenor Paul Groves, aquí al cargo de un Don Ottavio de corto alcance en lo vocal, merced a una coloratura imposible, a un agudo fibroso y a no pocos coqueteos con el falsete. El timbre es asimismo cada vez más blanco y melifluo y el fraseo se antojó bastante genérico. Un Don Ottavio demasiado discreto. Apreciable labor de Mojca Erdmann como Zerlina, familiarizada con el estilo y con un timbre agradable aunque con ciertos tintes de soubrette. Simplón, de un sólo trazo, tanto en lo vocal como en lo escénico, el Masetto de David Bizic. Y en franca decadencia ya la intervención de Anatoli Kotscherga como el Comendador, interviniendo incluso en playback, juraríamos, en la escena del banquete.
      Así las cosas, en conjunto, un Don Giovanni decepcionante y a menudo tedioso, de perfil bajo en lo musical y errado en lo escénico. El público respondió con escasísimos aplausos, esporádicos abucheos, algunos pitidos y sobre todo con una gran dosis de significativo silencio.
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