Por Inés Tartiere | @InesLFTartiere
Oviedo. 11-V-2017. Teatro Campoamor. XXIV Festival de Teatro Lírico Español. Don Gil de Alcalá, Manuel Penella Moreno. Alejandro Roy, Susana Cordón, David Menéndez, Javier Franco, Sandra Ferrández, Jorge Rodríguez-Norton, Vicent Esteve, David Rubiera, Marina Pardo, Boro Giner, Cristóbal Blanco, María Heres. Dirección musical: Rubén Gimeno. Dirección de escena: Emilio Sagi. Oviedo Filarmonía. Capilla Polifónica Ciudad de Oviedo
¡Qué injusto! Qué injusto que se prive a este país, y al mundo entero, de la música de Manuel Penella y de otros excelentes compositores españoles por un complejo absurdo. Si su apellido hubiese sido germano, o su nacionalidad italiana, estaríamos hablando de otra cosa. Qué injusto que sólo la podamos disfrutar unos pocos privilegiados en Madrid y en Oviedo. ¿Se imaginan que en un país como Italia sólo hubiese dos ciudades con temporada de ópera? Lo considerarían un insulto a su rica historia. Si nosotros no protegemos nuestra cultura, nadie lo va a hacer.
Como injusto es que se nos prive de tener una tercera o cuarta función, cuando temporada tras temporada y función tras función queda patente la pasión que desata la zarzuela en esta ciudad, Oviedo. Y que nos quieran hacer creer que en épocas pasadas las llenaban con compromisos de partido, jugando a politizar la cultura... Por suerte, los que estábamos allí entonces, sabemos que no es verdad. Podrán seguir recortando y haciéndonos comulgar con ruedas de molino, que la zarzuela seguirá respondiendo con un éxito rotundo como el que pudimos disfrutar este jueves en el Campoamor, y ya van tres esta temporada.
Hace más de veinte años se escuchó por primera vez en el coliseo ovetense esta partitura exquisita de Manuel Penella, bien denominada por el compositor levantino como 'ópera de cámara', con la clásica y excelente producción de Carlos Fernández de Castro, que tan popular se hizo y que tanto gustó entonces. No era fácil hacer olvidar -aunque ya hayan pasado dos décadas- una función tan completa, pero para eso está Emilio Sagi.
Que Emilio Sagi es un genio no lo vamos a descubrir ahora. Nadie hace tanto con tan poco, y tan bien. Poder contar con él, temporada tras temporada en Oviedo, es un lujo al que estamos acostumbrados a ver como algo normal, estando muy lejos de serlo. Su propuesta escénica es brillante, dejando constancia de que no se necesitan grandes presupuestos, ni excesivos derroches para firmar un trabajo excelente. Con un único escenario, protagonizado por una pérgola de rememoranza andaluza, aunque con un claro sabor colonial; con un precioso telón translúcido donde se veía impreso el mapa de la Nueva España, el ovetense logra ubicarnos a la perfección en el espacio y en el tiempo. Como atrezzo, las clásicas sillas, una sábana preciosa, una luna y lámparas de araña, elementos que ya inteligentemente usó la pasada temporada en el Teatro Real con su I puritani. Los colores arena, dorado y sobre todo el blanco firmaron la bella propuesta, con un movimiento escénico siempre efectivo y exquisito. El vestuario de Pepa Ojanguren resultó muy adecuado, con blancos impolutos y siempre elegantes formas.
La iluminación de Eduardo Bravo merece una mención aparte, ya que sin ésta nada sería igual. Dotó a la representación de la atmósfera idónea en cada momento, siendo claro protagonista durante toda la velada.
El apartado musical esta avalado por uno de los elencos más equilibrados de la temporada.
El tenor asturiano Alejandro Roy como Don Gil de Alcalá nos mostró una voz imponente, en estado de gracia, impactando en su primera aparición y en la difícil romanza “Estrellita de mis noches”, con unos agudos squillantes, siempre bien proyectados y con una potencia envidiable. Casi podría asegurar que fuera del teatro también pudieron oírlos. Su voz demanda papeles mucho más dramáticos, echándose en falta en alguna ocasión algún pianísimo y medias voces, no siempre el forte, sobretodo en los dúos con Niña Estrella, aunque hay que reconocer que es un lujo poder escuchar una voz así, certificando un nuevo triunfo del tenor en el Campoamor.
Niña Estrella fue la soprano mallorquina Susana Cordón. Su voz se nos antoja idónea para este papel, con ese timbre tan personal y tan dulce. Se lució mostrando su versatilidad ya conocida, esta vez en el aspecto dramático. Aunque en el primer acto adoleció su canto con un exceso de vibrato en el agudo, no empañó su buen hacer durante toda la obra, donde nos brindó probablemente el mejor momento de la noche con la célebre habanera "Canta y no llores", muy bien secundada por la mezzosoprano Sandra Ferrández, en el papel de Maya, de gran presencia escénica y excelente musicalidad quien, con una voz timbradísima y audible en toda la extensión, supuso un valor añadido en cada intervención.
El sargento Carrasquilla fue el barítono asturiano David Ménendez, que siempre es un valor seguro. Poseedor de un instrumento privilegiado, con una dicción y una tesitura envidiable, nos hizo disfrutar enormemente en su romanza "Jerez, este es er vinillo de la tierra mía", que cierra el primer acto, y en cada una de sus apariciones, demostrando que no sólo es un espléndido cantante, sino que su vis cómica esta al mismo nivel, siendo un auténtico roba-escenas. Sencillamente genial.
El tenor Jorge Rodríguez-Norton, que encarnaba a Chamaco, lleva años demostrando su buen hacer sobre las tablas del Campoamor, en papeles protagonistas como el Rey, de El rey que rabió de la temporada pasada y el Santo José de La corte del faraón, repitiendo triunfo en esta ocasión, con una brillante representación cómica y vocal de este agradecido papel, sacándole el máximo partido en cada una de sus intervenciones, destacando su dúo ‘indio’ con Maya, "Ay zúmbale!", muy divertido y muy aplaudido.
Javier Franco es uno de los barítonos españoles con mayor proyección actual, y representó a Don Diego con la profesionalidad y eficacia que acostumbra. Francamente bien en su romanza "venganza, venganza quiero", muy seguro y finalizando con un agudo muy timbrado y excelentemente proyectado. La voz de Vicent Esteve, ya no es la de antaño, pero su sentido escénico sigue intacto, regalándonos un gran momento en el tercer acto con "Fue en Madrid"… que resultó hilarante, provocando las carcajadas de los espectadores, excelentemente acompañado por el padre magistral, el barítono David Rubiera, dueño de un material vocal de indudable calidad, que resultó un lujo para este rol.
Muy bien Boro Giner y Cristóbal Blanco en sus papeles de virrey y maestro de ceremonias respectivamente, así como Marina Pardo y María Heres como Madre Abadesa y una amiga de niña Estrella, ésta última con una voz excelente.
Todo un acierto fue la orquestación de cuerda y arpa, como en la versión original, dejando a priori el protagonismo a las voces, pero firmando la Oviedo Filarmonía otro gran trabajo de acompañamiento, exhibiendo una excelente musicalidad. La dirección de Rubén Gimeno fue de menos a más. Con algún desajuste evidente en la entrada a los solistas y al coro en el primer acto y unos tempi no siempre bien resueltos, realizó sin embargo un gran trabajo durante la pavana, en los dos concertantes, y durante el tercer acto, consiguiendo eso sí, extraer un sonido nítido y vibrante de la orquesta durante toda la representación.
El Coro Capilla Polifónica Ciudad de Oviedo se sumó al éxito de la producción en todas sus intervenciones, y no lo tuvo fácil. Esfuerzo doble tuvieron que hacer el coro de niñas de Niña Estrella por la contradicción en el acompañamiento de la Madre Abadesa y el maestro Gimeno, que resolvieron profesionalmente. Muy bien empastado en la habanera, así como en los concertantes finales de los actos segundo y tercero, que fueron cantados de forma excelente. Aunque tuvo menos protagonismo que en otras zarzuelas, sigue demostrando que es un valor seguro en este repertorio.
En resumidas cuentas, una función redonda, que hizo disfrutar enormemente al público, consiguiendo el tercer éxito consecutivo de la temporada, de la que no hay que olvidar es la segunda temporada de zarzuela más importante del mundo. Merece la pena luchar por ella.
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