En más de una ocasión Kaufmann ha declarado su idea de que la clasificación tradicional de las voces tenoriles tendentes a su encasillamiento en determinado repertorio es una invención artificial y, en este sentido, reclama su posición como tenor verdiano y wagneriano al mismo tiempo. Su polivalencia parece haberse cultivado en su época de cantante estable en Zürich, donde pasaba de Tamino a Parsifal de un día a otro. No en vano ha aprovechado el bicentenario de la muerte de Verdi para debutar próximamente dos roles tan emblemáticos como Manrico y Don Alvaro, ambos en la Bayerische Staatsoper de Munich.
En CODALARIO ya habíamos dado cuenta del interesante instrumento de la soprano armenia Lianna Haroutounian con ocasión de su participación en las Vêpres Siciliennes de ABAO, en sustitución de la australiana Tamara Wilson, el pasado mes de febrero. En aquél momento ya averiguamos que Antonio Pappano la había audicionado en Roma, quedando gratamente sorprendido, por lo que no es de extrañar su presencia en estas funciones y en otros futuros roles que, al parecer, ya le ha ofrecido. Hay varios ejemplos de cantantes que irrumpen en escena repentinamente, pasando de ser absolutamente desconocidos para el gran público a presentarse en las mejores compañías de ópera del mundo junto a los más renombrados colegas y directores, en muchas ocasiones a través de la vía de la sustitución de última hora. Ese efecto sorpresa y la sensación de alivio que percibe la audiencia cuando el sustituto es de calidad puede influir a la hora de sobrevalorar una prestación artística.
Creemos que, en cierto sentido, puede haber ocurrido algo de esto con la soprano armenia. Poseedora de un instrumento soberbio en el centro y especialmente a medida que asciende al agudo, timbradísimo, capaz de penetrar la más densa barrera orquestal, y que conserva la belleza y homogeneidad de su emisión, recordando, si se me permite la comparación, el estilo Freni palidece en otros aspectos de su prestación. Así, el grave se nos antoja especialmente débil, sobre todo parangonándolo a su agudo, dando lugar a una voz de pirámide invertida que resulta insuficiente en más de un momento de la escritura vocal de su rol. Ya desde su entrada "una canzon qui lieta risuonò" o al final de su primer dúo con Don Carlo (su segundo "signor") se puso de relieve esta debilidad aunque no es menos cierto que pareció encontrar una mayor sonoridad en ese segmento de su registro conforme avanzó la representación hasta llegar a un "Tu che la vanità" refrendado por estruendosas ovaciones. Su material es de una calidad innegable, con un vibrato persistente que resulta menos molesto que el de Radvanovsky, por poner otro ejemplo, pero con mucha menor capacidad para smorzar a placer un instrumento que, en términos de tamaño, es perfectamente comparable al de la americana. Si a ello unimos que Haroutounian no presenta una figura especialmente atractiva aunque sí sea resultona en escena y a que su fraseo precisaría de una buena dosis de imaginación nos aventuramos a predecir que una vez diluido el efecto sorpresa su importancia relativa en la escena lírica no llegará al de las grandes.
El barítono polaco Mariusz Kwiecien resultó el triunfador de la noche en términos de aplausómetro, lo cuál tiene un indudable mérito compartiendo escenario con Jonas Kaufmann. No es el de Kwiecien un material verdiano en origen y, probablemente, sus incursiones en las obras del maestro Verdi nunca llegarán a sus grandes personajes baritonales como Rigoletto, Macbeth, Nabucco o Boccanegra. Su debut en los escenarios líricos de España se produjo en ABAO, en 2005, en lo que a día de hoy consideramos que sigue siendo su personaje estrella: Don Giovanni. Ya en aquél momento sorprendió a propios y extraños con una voz de oro puro. Poco después también ofreció su Don Giovanni en Santander, en una función memorable. Su carrera empezó posteriormente a centrarse en el Metropolitan de Nueva York, donde se le ofrecieron roles como el Enrico de Lucia, el Marcello de Bohème, Escamillo de Carmen, Belcore de Elisir o el Malatesta de Don Paquale, siempre asociado a nombres mediáticos como el de Anna Netrebko.
De este modo, no ha sido de extrañar que su cotización subiese como la espuma. Afortunadamente ha seguido manteniéndose fiel a los roles mozartianos (Giovanni y Conte) y belcantistas durante todos estos años no siendo hasta ahora que, finalmente, recala en un personaje verdiano. Nos parece que su elección ha sido la mejor y que es este papel el que mejor se adapta a sus actuales circunstancias vocales. No nos han sorprendido, por ser ya de sobra conocidas, sus cualidades tímbricas y el generoso volumen de su instrumento, pero sí el recato con el que ha conseguido frasear, dosificando y dulcificando una vocalidad que por su amplitud puede convertirse en un arma de doble filo. Nos congratulamos de que parece haber conseguido una menor brusquedad en el ataque al paso haciendo la transición hacia el agudo menos traumática que antaño pero conservando la potencia y el brillo característicos. Esperamos que siga tan bien asesorado en la elección del repertorio como lo ha estado hasta ahora y que tengamos Kwiecien para rato.
Digna de todo elogio la prestación del bajo siciliano Ferruccio Furlanetto en la que se ha convertido en su creación más referencial. Con 64 años y casi cuarenta de carrera no hay duda de que Furlanetto se ha ganado por derecho propio un puesto de referencia en el elenco de bajos cantantes de su generación. Furlanetto es un claro caso en el que la personalidad del artista se proyecta por encima de las limitaciones de su instrumento, un instrumento ácido, leñoso, de belleza más que discutible y discutida, pero de extensión más que suficiente. Furlanetto desplega un fraseo que, para el que escribe, siempre ha carecido de la elegancia y sutileza que requieren los personajes más nobles del genio de Busetto, incidiendo con frecuencia en un fraseo quejumbroso y entrecortado que se aleja tanto del legato referencial de Cesare Siepi y Nicolai Ghiaurov. Sin embargo, con todas estas objeciones, que han estado presentes a lo largo de toda su trayectoria y que no son fruto de la decadencia, su prestación termina convenciendo y su autoridad vocal disipa las iniciales dudas y prejuicios hacia su visión del personaje. No cabe duda de que la omnipresencia actual de Furlanetto en cualquier Filippo o Fiesco que se precie viene determinada en gran parte por la práctica ausencia de competencia en esos roles, lo cuál es algo muy poco halagüeño para el futuro de la voz de bajo verdiana y nos hace irremediablemente recordar la frase de que el tuerto es el rey en el país de los ciegos.
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