Sea como fuere, el mayor atractivo al término de la función resultó venir de la mano del Felipe II de Ildar Abdrazakov. Ya habíamos escuchado al bajo ruso encarnando al Mefistofele de Boito en Valencia y al Attila verdiano en Roma. Aquellas fueron impresiones muy favorables, aunque ninguna tan redonda y madura como en este caso. Debutó el rol el pasado mayo de 2012, en Lima, cosechando ya apreciables críticas. Encontramos su instrumento más redondo y con más presencia que en las ocasiones antes citadas. Si bien el instrumento sigue siendo algo romo, aunque va ganando punta y cuerpo poco a poco. Y sobre todo, una comprensión mucho más lograda del canto verdiano, de su exigencia cantabile, del equilibrio entre una emisión limpia y homogénea y un tratamiento teatral del texto.
Nos convenció sobre todo el encaje entre su timbre, su tono mesurado pero nunca distante y la resolución impecable de la escritura vocal del rol. Dibuja un Felipe más joven de lo acostumbrado, con menos canas, diríamos y en consecuencia también con un timbre menos oscuro, sin un grave tan presente. Un Felipe más lírico, más vulnerable, menos tonante y autoritario, igualmente bien retratado en la contradicción de sus tres facetas, como padre, esposo y monarca. Por tanto, un Felipe absolutamente alternativo al que nos pueden ofrecer otros bajos ya en franca decadencia, como Scandiuzzi, que fue seguramente el Felipe más logrado desde los noventa, o Furlanetto, que nunca fue un gran Felipe, por mucho que sea el oficio, a causa de esa emisión ventrílocua y ese tono tan truculento y envarado.
Abdrazakov ofrece precisamente un Felipe sin estridencias, sin excesos vocales, de línea limpia, con matices y una atención más que suficiente al texto, en la línea siempre honesta y profesional de un Colombara o de un Prestia, pero con un instrumento más atractivo que el de aquellos. Huelga decir que cabe esperar más de su Felipe conforme lo madure con el paso del tiempo, pero nos pareció que había ya en él un estudio muy logrado del rol. Su Felipe se sitúa así en la misma senda que el de Pape, que también ha ido madurante el rol, si bien con evidentes limitaciones en el grave, cosa que comparte en cierta medida con Abdrazakov. Pape, en todo caso, convence más por la autoridad del instrumento, de una presencia espléndida, que por la profundidad de su retrato psicológico, ciertamente poco verdiano. Abdrazakov, pues, nos pareció estar en la senda perfecta, con unos medios que maduran con homogeneidad, con una técnica sin estridencias y con un tono mesurado y teatral. Puede ser un gran Felipe II.