Por Albert Ferrer Flamarich
Sabadell. 21-II-2018. Teatro de La Farándula. 21 de febrero de 2018. Verdi: Don Carlo. Felipe Bou (Filippo II), Albert Casals (Don Carlo), Carles Daza (Rodrigo de Posa), Maite Alberola (Elisabetta di Valois), Laura Vila (Principessa d’Eboli), Danil Sayfullin (Gran Inquisitore), Juan Carlos Esteve (Un fraile), Laura Obradors (Tebaldo), Anabel Pérez-Real (voce dal cielo). Cor AAOS. OSV. Daniel M. Gil de Tejada, director musical. Carles Ortiz, director de escena.
Lo decía un antiguo maestro mío de la universidad y gran comunicador “hay cosas que antes de desaparecer tienen una reanimación”. Y ésta parece ser la realidad de diversos vectores en Sabadell, como la AAOS (Associació Amics de l’Ópera de Sabadell). Ya hace tiempo que el estándar de calidad en el foso y especialmente en el escenario, ha conseguido una regularidad más que estimable, mientras que la situación económica -y también la repercusión mediática- se ha desvanecido por diversos motivos hasta el punto de plantear la desaparición de la entidad. La estocada de Hacienda ha supuesto otra traba de esta España que, día tras día, se esfuerza en mantener su leyenda negra.
El montaje
El montaje de este Don Carlo -versión italiana en cuatro actos, sin el ballet La pelegrina- funciona magníficamente alcanzando las cotas más elevadas en la conjunción del equipo vocal y en las individualidades. La calidad musical empieza en la dirección musical de Daniel Gil de Tejada, una consolidada batuta con algunos reconocimientos internacionales que extrae un sonido rico, sin excesos efectistas, cuidadoso en la dialéctica con la banda de metales fuera de escena en el Auto de fe y, sobre todo, con una sección de cuerda sonora, compacta y brillante como en pocas ocasiones se ha escuchado en las temporadas operísticas de la Faràndula sabadellense. Al margen, claro, de la maestría en el acompañamiento de los solistas y en pasajes inspirados como en los dúos entre Don Carlo y Elisabetta (acto I). Solo sería habría que reforzar la contundencia e incisividad en los acordes de final de acto (con unos platos menos sordos, más secos y brillantes).
Por su parte, la puesta en escena conjuga una ambientación donde cada cuadro tiene una figuración concreta, sin cambios morosos y una riqueza en la iluminación (de Nani Valls) que define atmosferas (oportunísimo el oscuro y la focalización en el dúo entre Felipe II y Posa en el acto I). De esta manera se refuerza la complejidad emocional de este título rico en el retrato psicológico. También cabe citar la labor del vestuario clásico repartido entre negros y rojos, así como la movilidad del coro, alejada del caos pasado en entradas y salidas de escena o la predominante frontalidad. Un coro que, por cierto, también ofreció una de sus mejores versiones como conjunto y en cada cuerda (especialmente en las voces femeninas), en intensidad y afinación.
Carles Ortiz nos tiene acostumbrados a narraciones escénicas sin muchas complicaciones, con inteligibilidad y, a veces, con resultados excelentes como la recordada Carmen cinematográfica. Pero también con algunos puntos cuestionables. Los de este montaje recaen por un lado en la aparición de la voz celestial como poco justificable fantasmagoría en el final del acto II (como efecto acusmático, debería oírse en la lejanía sin ser visible) cantada con buena línea por la sabadellense Anabel Pérez-Real. Por otro, la coreografía del coro femenino en “Nei giardin del bello” del acto I resulta naïf, aunque la Laura Vila como Éboli esté muy bien calibrada entre la sensualidad y la picardía, con dominio de la coloratura y convincente presencia escénica. Pero lo verdaderamente reprobable fueron los “teletubianos” abrazos entre Don Carlo y Posa insinuadores de una velada homosexualidad nada desarrollada a lo largo del montaje.
Protagonistas
Albert Casals (Don Carlo) afronta un nuevo papel que -¿aún?- no se adecua a sus características vocales. Lo defiende con tablas en su aria (Io la vidi, acto I) y los números de conjunto, pero el timbre y la proyección se resienten. Tal vez haya que esperar al final de la gira para valorar la adaptación. Carles Daza firma un Marqués de Posa leal, de centro refulgente y ancho, calidez de fraseo, claridad en la dicción y las medias voces que le caracterizan. Algunas notas, las de paso al agudo, mantienen cierta debilidad en la emisión sin quitarle autoridad a un rol que también exige momentos de fuerza y cierta violencia como en el dúo con Felipe II del acto I. Un monarca interpretado por Felipe Bou con voz opulenta, dominio del parlatto a mezza voce y un punto introvertido más cercano al conflicto emocional del individuo que a su despotismo. Sin duda, un bajo a tener en cuenta y que otorga la rotundidad necesaria a éste y otros papeles de su cuerda.
Laura Vila encarnó una Éboli vigorosa, puntualmente sanguínea, que culmina una actuación dignísima en dúos y tríos, así como a un “O don fatale” que evidencia la tenacidad y el trabajo diligente de la mezzosoprano con la “bravura”, el canto di sbalzo y la capacidad expresiva en los pasajes declamados y de slanzio en uno de los roles más completos y exigentes que ha cantado –por lo menos- en Sabadell.
Finalmente, la Elisabetta de Maite Alberola, ligeramente distante, hipnotiza por la voz caudalosa, la inteligencia de las grandes sopranos, el dominio del fraseo y una técnica que roza lo impecable: ataques netos, flexibilidad dinámica y el aria “Tu che la vanità” (acto IV), que por sí sola valdría la entrada del espectáculo. Los correctos Inquisidor de Dani Sayfullin y los comprimarios Juan Carlos Esteve (un fraile) y Laura Obradors (Tebaldo) cierran un reparto que reúne más talento autóctono en una sola producción de la AAOS, que en toda la temporada en el coliseo de las ramblas barcelonesas. Muchos de ellos, por cierto, surgidos de la cantera vocal que son los Amics de l’Òpera de Sabadell. Hay que recordarlo pues en los presentes tiempos de mediocridad artística dominante en el Liceo (salvo alguna honrosa producción), parece que les va a la zaga colgarse medallas improcedentes.
En la sombra de la leyenda negra
De este modo, ante logros artísticos como éste, se debe seguir pidiendo a las autoridades políticas y al mecenazgo privado una implicación honrosa que posibilite el justo reconocimiento a la labor de Mirna Lacambra -detrás de la cual, y parafraseando el dicho popular, también hay un gran hombre-. ¿Se llegará a construir el nuevo teatro de la ópera en Sabadell con y en las condiciones necesarias bajo el nombre de quién con mano de hierro ha comandado la entidad desde sus orígenes? ¿Su relevo, hoy en día incierto, mantendrá el rumbo de la entidad sin traicionar los principios que la han guiado hasta éxitos como el presente? ¿Los acuerdos establecidos entre la AAOS y la OSV a través de la nueva fundación recientemente creada, respetarán la independencia artística de ambas entidades?
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