Crítica del concierto ofrecido por Dmytro Choni y la Orquesta de Cámara de San Petersburgo en Castellón bajo la dirección de Juri Gilbo.
San Petersburgo nunca defrauda
Por Antonio Gascó
Castellón, 10-XI-2021. Auditorio de Castellón. Sociedad Filarmónica. Orquesta de Cámara de San Petersburgo. Director Juri Gilbo. Solista Dmytro Choni, piano. Obras de Elgar, Chopin y Tchaikovsky.
La Orquesta de Cámara de San Petersburgo ofreció un concierto digno en el Auditorio de Castellón, en el que lo más atractivo fue la hermosa Serenata para cuerdas de Tchaikovsky que ocupó la segunda parte de la audición. El público la recibió con justos aplausos y el director Juri Gilbo, con generosidad, para corresponder a la asistencia, ofreció dos propinas contemporáneas, a cual más atractiva: un arreglo para arcos del Concerto pour une voix de Saint Preux, que ha divulgado Andre Rieux, [de quien este comentarista valora mucho el sentido comercial de su música y no otra cosa] y el ultimo movimiento de la Suite Palladio de sir Karl Jenkins.
Y si he comenzado por el final, en una suerte de spoiler, parafraseando aquel párrafo de Alicia en el país de las maravillas, ha sido porque a diferencia del personaje de Lewis Karroll sí sé dónde quiero ir. Quiero ir a poner los puntos sobre las íes según mi modesto criterio. Así pues, «andiam, incominciate!».
La agrupación, con un cuarto de siglo de vida, es irregular, tal vez por la variación de sus instrumentistas [vamos lo que yo llamo una orquesta de páginas amarillas] y también por la acción del director que está más por la expresión que por la cuadratura y la afinación. Este cometido se vio en el primer tema del inicial Allegro piecevole de la Serenata de cuerdas de Elgar, inseguro y timorato. El segundo de los motivos entró con más convicción, pero no se mantuvo la intensidad, puesto que el Larghetto dejó que desear en cuanto a la afinación y al tempo moroso, que no permitió degustar, con fruición, esa bella melodía sensitiva amorosa que el compositor británico escribió con propósito, dado que dedicó la obra a su esposa en ocasión del aniversario de sus esponsales. Sin duda lo más revelador fue el suntuoso pasaje de cellos y violas que cierra el movimiento. Asimismo se llevaron la palma cellos y violas en el idilio del Allegretto conclusivo. El sonido no generoso del conjunto me hizo tener mal fario de cara a la segunda obra que completaba la primera parte; el segundo concierto para piano de Chopin en transcripción para arcos. Y, hete aquí que, lamentablemente, se cumplió mi agüero.
El solista Dmitro Choni, que había actuado en estos lares a poco de ganar el Paloma O’Shea, posee un mecanismo muy eficaz, un sonido amplio, bello y una cautivada sensibilidad. Ya lo señalamos en el comentario de su debut hace un par de años: «Todo un gentleman de la escena, con no poco de apariencia de romántico poeta, pero de los del XIX». Cuando entró, con arrobada dicción en el romance inicial del primer movimiento, intenso y vehemente, la orquesta se quedó muy en segundo plano de presencia. Pero el problema no fue que se quedara en los sucesivos arpegios descendentes, que en fin de cuentas Chopin no utiliza en la instrumentación más que arcos y maderas, el problema eran los tuttis en los que el piano se engulló prácticamente al colectivo instrumental. El Larghetto con empeño de nocturno no lo pudo tocar Choni más inspirado. ¡Qué lástima que en el movimiento estrella por melodismo cautivado, no tuviera más intensidad el acompañamiento del colectivo de cuerdas! Tan solo el dúo de cellos salvó los muebles, en la comitiva anterior a la breve coda. Eso sí, los arcos no pudieron estar más afinados y precisos en la métrica. En el polaco Allegro vivace el pianista arpegió con intensidad, no secundada por la orquesta. Vamos, o el pianista bajaba el volumen (impensable) o lo subía la orquesta (imposible), así que el postrer tiempo se quedó no poco desangelado. Tan solo mereció la pena por el acompañamiento, el solo de viola y el ternario pulso del valseado final, llevado con criterio a uno. Creo que el lector se habrá dado cuenta de que quien esto escribe, no es para nada partidario de esta reducción para arcos del concierto chopiniano, que le roba todo el carácter. La obra, bien es cierto, presenta un protagonismo absoluto del teclado, pero no lo es menos que la orquesta ha de tener una presencia más notoria. En verdad fue un concierto para piano, con eco de orquesta.
La serenata para cuerda de Tchaikovsky es una de las más hermosas piezas que se han escrito para conjunto de arcos de cámara. Sin duda alguna en esta audición al que hacemos referencia, el espíritu ruso subyugó a los componentes de la orquesta, que ofrecieron la mejor lectura de la noche. El maestro Gilbo llevó la obra con espíritu vivaz ya desde el contrapunto del Andante, recurrente en el ternario Moderato. Echamos a faltar la vehemente intención explicitada por el autor en la partitura señalando «Marcatissimo». Con todo, los primeros violines, sin ser un prodigio de afinación, le pusieron ganas al relato y ello se agradeció. El embriagador y sugestivo vals, tuvo un especial carácter cuando expusieron la melodía cellos y violas. No fue un prodigio de creación inspirada por parte de las manos del director, buscando ese referir enamorado, que individualizan las grandes versiones como las de Colin Davis, Leppard, Mravinsky, Svetlanov… y Karajan [pese a que le sobra algo de miel].
El sensorial Larghetto elegiaco fue el tiempo que eligieron los primeros y segundos violines para lucirse, contando con el contrapunto de los emocionales arcos graves. A subrayar la elogiable repetición del motivo a cargo de las violas y la sugestiva intención del director en los postreros compases cargados de sentimentalismo ensoñado. Bien marcado el andante binario con sordina del finale, enlazando con el animado fugato subsiguiente del tema ruso y los cuatrillos en los que deriva amalgamándose ambas propuestas en un único argumento que se remata, en la coda, con la cita de la frase de apertura del primer movimiento. En este Finale el grupo si dio el do de pecho. Así que no es de extrañar que el público acogiese el final con expansivas muestras de agrado en forma de ovaciones. En otras palabras: la actuación logró el aprobado con creces. Y es que parece que llevar el nombre de San Petersburgo obliga.
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