El director Dima Slobodeniouk y la violinista María Dueñas, juntos en la temporada de la Orquesta Sinfónica de Galicia con obras de Sibelius y Shostakóvich
La falsa facilidad de los elegidos
Por Julián Carrillo Sanz | @Quetzal007
La Coruña, 14-I-2022, Palacio de la Ópera, Orquesta Sinfónica de Galicia. Programa: Dmitri Shostakóvich Concierto para violín y orquesta nº 1 en la menor, op.77; Jan Sibelius, Lemminkäinen, suite, op.2 María Dueñas, violín. Dima Slobodeniouk, director.
Volvió a tocar María Dueñas con la Sinfónica y volvió a triunfar; unas 250 personas en Ferrol y algo más de la mitad del aforo en el Palacio de la Ópera volvimos a gozar de ese raro privilegio de ver cómo surge un nuevo valor. Ya en noviembre de 2018 decíamos de ella que «María Dueñas deslumbra con su violín por una profundidad y emoción que superan incluso su enorme virtuosismo»; y sobre su concierto con la OSG en el festival de Granada (julio de 2020) «En el Larghetto central [del Concierto para violín de Beethoven] mostró su capacidad de transmitir sentimientos con una profundidad increíble en una intérprete de tan solo 18 años».
La vuelta de María Dueñas a Galicia fue nada menos que con este op.77 (antes 99) de Shostakóvich. Un cambio de número que no es casual sino que refleja las difíciles circunstancias por las que atravesaba su autor cuando lo compuso -entre 1947 y1948-, que retrasaron su estreno hasta 1956, tres años después de la muerte de Stalin. Una circunstancia que refleja claramente lo que dice Alex Ross, crítico del New York Times y musicólogo, «la urgencia de Shostakovich de desafiar a la autoridad siempre estuvo atemperada por un instinto de supervivencia».
Este Concierto nº 1 de Shostakóvich refleja claramente las vivencias y sentimientos del autor en aquellos años de plomo y hierro, por lo que su interpretación ha de transmitirlos al tiempo que salva todas las dificultades técnicas y musicales. Requiere pues de un virtuosismo que vaya más allá de la agilidad, la afinación y la precisión –ese que hace leer a la perfección la letra de la partitura- y que se ponga al servicio de su espíritu con esa capacidad de expresión que logra principalmente a través de un total dominio del arco que le permita llegar hasta el fondo del espíritu de cada partitura. Y Dueñas lo hace con la falsa facilidad de los elegidos.
Foto: Fernando Frade / CODALARIO. Está prohibida su reproducción.
Como es costumbre en María Dueñas; quien, cuando tocó en A Coruña aquel Paganini, ya fue capaz de atravesar «las numerosas oleadas de pirotecnia para sacar de entre ellas lo más hondo de la partitura». Y como hizo en esta ocasión con la serena luz y la dolorida expresión que aportó desde el inicio de la oscuridad del Nocturno hasta su final; en el sarcasmo del Scherzo, apenas velado entre su ritmo casi festivo y el «desenfreno controlado» de una Burlesque, en la que Dueñas, una vez más, hizo volar su virtuosismo en alas de la expresión.
Pero donde resultó literalmente espeluznante, donde puso los pelos de punta, fue en la Passacaglia, con ese surgir como de la nada desde el registro agudo del instrumento y en sus diálogos con la tensa solemnidad de los vientos. Y no digamos en la meditativa soledad de la Cadenza. Lo dicho: una gozosa realidad; esperemos que su fulgurante carrera le permita volver a estos auditorios con toda la frecuencia posible.
El acompañamiento de la orquesta y Slobodeniouk fue realmente soberbio, idóneo en todos los aspectos, con un perfecto control del sonido que produjo un gran equilibrio dinámico y, sobre todo, expresivo. Fueron de destacar los solos, especialmente los de corno inglés de Avelino Ferreira, los de chelo de Raúl Mirás y el timbal de Gonzalo Zandundo. Dueñas correspondió a la gran ovación del público con una versión para violín solo de Recuerdos de la Alhambra, de Francisco Tárrega y que, dada su costumbre de escribir sus propias cadenzas, da toda la sensación de ser otro «plato de la casa».
La segunda parte del concierto nos permitió escuchar una de las mejores interpretaciones logradas hasta la fecha de un obra de Sibelius. Fue en la Suite Lemminkäninen y resultó una de esas ocasiones en las que la Orquesta Sinfónica de Galicia, que tocaba la obra por primera vez, muestra su gran calidad en todos los aspectos. Y ello pese a un número notable de sustituciones en varias de sus secciones, especialmente en las de viento y contrabajos; este concierto ha dejado bien claro que los refuerzos de una orquesta pueden llegar muy importantes en determinadas circunstancias.
Slobodeniouk sacó lo mejor de la Sinfónica en todos los sentidos, y de todas y cada una de sus secciones, con un sonido de las cuerdas más redondo y opulento que nunca y con los vientos -que ya habían sobrecogido en Shostakóvich- realmente impresionantes. La interpretación de la suite fue soberbia de principio a fin: una versión de referencia de la colección de poemas sinfónicos del finlandés. Esperemos que la finalización del contrato de Slobodeniouk no lo sea de la relación con la Sinfónica y que la colaboración entre director y orquesta, tal como vienen anunciando, continúe por mucho tiempo.
Foto Slobodeniouk: Marco Borggreve
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