La Orquesta Sinfónica de Galicia comienza su temporada de conciertos en el Palacio de la Ópera de La Coruña con la Cuarta sinfonía de Mahler bajo la dirección de Dima Slobodeniouk.
Un solo atril para los Mahler
Por Julián Carrillo Sanz | @Quetzal007
La Coruña, 6-X-2021. Palacio de la Ópera. Orquesta Sinfónica de Galicia. Programa: Alma Schindler, Cuatro canciones -In meines Vaters Garten, Anstrurm, Der Erkennende, Leise weht ein erstes Blühn (arr. Jorma Panula, estreno en concierto); Gustav Mahler, Sinfonía nº 4. Helena Juntunen, soprano. Dima Slobodeniouk, director.
La verdad es que pocas palabras puede haber que describan mejor que «reunión» el concierto inaugural de la temporada de la Orquesta Sinfónica de Galicia. Como señalaba Dima Slobodeniouk al presentar el programa, es imprescindible en el trabajo de una orquesta, es importante volver a reunirse orquesta y público en su sede habitual y, en un concierto sinfónico, es una reunión prácticamente inédita la del matrimonio Mahler -Alma y Gustav / Gustav y Alma- a menos que se programen algunas de las canciones de ella orquestadas por Panula.
A Alma se la nombra a veces por los apellidos de sus sucesivos esposos o amantes: Zemlinsky, Mahler, Gropius, Werfel, Kokoschka... Está claro que la renuncia que firmó como condición indispensable para casarse con Gustav fue dique suficiente para frenar su talento como compositora. Pero no lo fue para aprisionar su talante personal; y así se convirtió en alguien suficientemente influyente como para revisar y corregir las obras de Mahler; asistir como miembro activo a las reuniones de Walter Gropius, fundador de la Bauhaus, con sus compañeros de movimiento artístico o inspirar a artistas como Oskar Kokoschka, Franz Werfel o Varian Fry.
Las canciones interpretadas por Helena Juntunen y la Sinfónica son cuatro de las dieciséis que en total compuso Alma y que han sido orquestadas en su totalidad por Panula. Juntunen tiene una voz con un timbre brillante en toda su extensión y su interpretación es realmente apropiada para este repertorio. En In meines Vaters Garten, la canción que abría programa, su proyección en piano y mezzoforte parecía algo escasa, cuestión que se fuese corrigiendo lo largo de esta misma canción. Juntunen la interpretó con un aire entre ingenuo y mágico, totalmente adecuado a su música y texto, y prodigando sentimientos. En Anstrurm cantante y orquesta desarrollaron con pasión su tórrido diálogo entre voz e instrumentos.
En Der Erkenende desplegaron un crecimiento idóneo de la tensión expresiva desde el lirismo inicial, muy bien interpretado por Juntunen y subrayado por el oboe de Casey Hill, al dramatismo de su final vocal, rematado por la dureza expresada por la cuerda y el oscuro final de los vientos. Leise weht ein erstes Blühn dio pie a Luntunen para expresar, con una considerable dosis de ternura y buen gusto, el paralelismo del desarrollo primaveral de las flores del tilo y la esperanza de una madre preparando la ropa de su próximo descendiente.
Mahler creó una nueva forma sinfónica tejiendo la tradición del lied (canción alemana de concierto) sobre la malla de unos movimientos clásicos (allegros, adagios, scherzos, etc) multiplicados o sobredimensionados. Así, si sus Sinfonías nº 2 y nº 3 son dos soberbios tapices sonoros para voces solistas y coro, la Sinfonía nº 4, aun tomando también su carácter de la colección de lieder que inspira las tres, Des Knaben Wunderhorn (El cuerno mágico del muchacho), es mucho más íntima que sus precedentes.
Se podría decir que la Cuarta es una sinfonía holística. Es una obra creada a contramarcha, creada a partir del último movimiento y toda ella viene a ser el camino lógico para llegar a él. El Sehr behaglich (Muy placentero) final fue escrito en 1892 como un lied aislado, antes de proyectarlo como final de la Sinfonía nº 3 y, definitivamente, desecharlo como tal en 1896. Este movimiento germinal, impregna los tres anteriores y culmina una sinfonía apacible, amable y luminosa, que posee un inconfundible y fresco aire de inocencia.
El primer movimiento Bedächtig (nicht eilen); recht gemächlich (Deliberado. [sin prisa]; adecuadamente mesurado) fue interpretado con gran expresividad: sutiles pero bien marcados cambios de tempo; destacando bien cada línea melódica de la intrincada red que siempre teje Mahler en sus sinfonías y con una dinámica muy bien matizada en su camino hacia el clímax del movimiento.
El segundo está marcado como In gemächlicher Bewegung. Ohne Hast (En tiempo moderado. Sin prisa). Desde el motivo inicial de la trompa -muy bien expresado por el solista invitado, Alberto Menéndez Escribano– todo el movimiento transcurrió con un la ingenuidad y ese punto de descarada sinceridad de las palabras de un niño en una tranquila conversación entre adultos. El violín solista de Spadano –afinado un semitono más agudo como manda Mahler- aportó en sus intervenciones ese punto de acidez que contrasta y completa la dulzura del movimiento y que puede recordar las sensaciones gustativas de un caramelo ácido o las de un buen Godelo de la Ribeira Sacra.
El Ruhewoll (Tranquilo) transcurrió con la debida serenidad y tuvo momentos de gran emotividad, especialmente en el canto de los chelos apoyados en las violas. El sonido más grave de estas prestó a la emoción de los chelos ese aroma seco de una madera de cedro bien curada. El canto de los violines segundos o el del oboe solista (bravo, Casey Hill), del que surge como el agua de un manantial el canto de los violines –estos, apoyados en el pedal de los contrabajos- fueron momentos a destacar por su emocionante musicalidad.
El movimiento final - Sehr behaglich (Muy confortable) recoge la luz de un Cielo visto desde la óptica más naíf que uno pueda imaginar: la de un niño pobre que piensa en el Paraíso. Y que se figura la vida celestial (en alemán, Himmelisches Leben) como un banquete sin fin en el que la Corte Celestial desempeñara los oficios de la vida terrenal más adecuados a la ocasión, como se puede comprobar en su texto.
Las instrucciones de Mahler para la parte de la soprano pidiendo una «expresión alegre e infantil, pero sin parodia» fueron seguidas al pie de la letra por Juntunen. Canto ingenuo, capaz de expresar con la más fresca inocencia frases como «Conducimos a una víctima / a una inocente víctima / ¡al pequeño cordero a la muerte! / San Lucas sacrifica los bueyes / sin prestarles pensamiento o atención». Y no solo en la voz: con su experiencia operística, la soprano finlandesa dio no solo voz sino también semblante a ese niño maravillado por la abundancia.
La Orquesta Sinfónica de Galicia sonó, por momentos, suntuosa, poderosa y transparente, mostrando esa ductilidad que admira a propios y extraños. Slobodeniouk hizo su Cuarta, lo que no obvia que fuera también totalmente mahleriana. Mil y un detalles a sentir que no impidieron seguir en su conjunto las grandes líneas de la obra. Líneas y planos sonoros bien diferenciados, cada uno en su sitio de principio a fin. Desde los cascabeles iniciales al clamoroso silencio que reclama su final y que Slobodeniouk convierte en una sensación orgánica que emana de la música misma.
La tibia acogida que tuvo la Cuarta en su estreno, sin los apasionados fervores o duros pateos acostumbrados en los de sus anteriores sinfonías, llevó a Mahler a pensar en la necesidad de una profunda revisión que nunca llevó a cabo; tal vez pensando como en la vieja frase: «dejadla así, que así es la rosa». Gracias, maestro.
Foto: Marco Borgrevve
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