Crítica del concierto de la Orquesta del Teatro Comunale de Bolonia ofrecido bajo la dirección musical de Diego Ceretta
Una música moderna
Por Magda Ruggeri Marchetti
Bolonia, 27-IX-2024. Auditorium Manzoni. Temporada sinfónica del Teatro Comunale. Sinfonía n. 1 en re mayor op. 25, «Clásica» de Prokofiev. Concerto para violín, piano y orquesta de Nicola Campogrande. Sinfonía n. 8 en sol mayor op. 88, B. 163 de Antonin Dvorák. Alessandro Taverna, piano. Francesca Dego, violín. Martin Owen, trompa. Orquesta del Teatro Comunale de Bolonia. Director: Diego Ceretta.
Nacido en 1996, el jóven director Diego Ceretta ha terminado los estudios de violín en el conservatorio Verdi de Milán, se ha diplomado con máxima puntuación cum laude en dirección de orquesta y ha debutado en 2016 con la Orchestra Filarmonica Italiana. Asistente de Daniele Gatti en el Teatro dell’Opera de Roma, actualmente es director principal de la Orchestra della Toscana.
El concierto comenzó con la Sinfonía n.1 en re mayor de Prokofiev, llamada la «Clásica» por las referencias al estilo del siglo dieciocho y en particular a la técnica de Haydn. Escrita en soledad durante el verano de 1917 cerca de San Petersburgo, el autor quería componer una ópera sinfónica sin la ayuda del piano: Terminada al final del verano se estrenó bajo la dirección del autor el 21 de abril de 1918 en la ya Leningrado. La sinfonía es la obra de un músico del siglo veinte que sabe conciliar modernidad y tradición, es una recreación musical de formas antiguas con espíritu y medios modernos, y esta modernidad se revela en el ritmo en el que el humorismo de Prokofiev brilla con continuas soluciones tímbricas. Los cuatro movimientos de la sinfonía siguen el modelo clásico. Al primer Allegro sigue un Larghetto, expresivo pero nostálgico, con tímidos toques de ironía. El tercero, una gavota Non troppo allegro, es la parte más bella de toda la obra, que luego tiene en el conclusivo impetuoso Molto vivace el final feliz ritual, todo ello en veinte minutos de bellísima música.
El director propuso después el Concierto para violín, trompa, piano y orquesta de Nicola Campogrande, que representa una novedad en la historia de la música, a excepción de raras obras maestras como el trío op. 40 de Brahms. El compositor turinés ha buscado fundir las sonoridades aparentemente inconciliables de los tres instrumentos. Estrenado en el Festival Internacional de Música de Portogruaro, el concierto ha sido interpretado por tres solistas de fama internacional: la violinista Francesca Dego, el trompista Martin Owen y el pianista Alessandro Taverna. Su experiencia se refleja en un acercamiento a la música que une técnicas consolidadas y creatividad. Cada solista posee una compleja identidad tímbrica y una rica herencia musical que han garantizado un diálogo profundo con la orquesta.
Nicola Campogrande explora a menudo formas tradicionales en clave moderna y aquí ha producido un trabajo que se inserta en un contexto más bien limitado para esta tipología de concierto. El intento del autor de crear una nueva obra para instrumentos poco comunes junto a la orquesta, hace emerger la originalidad de la composición. Este concierto afronta la fusión de estilos, géneros y tradiciones musicales, haciendo del evento una importante ocasión de condivisión cultural. En el diálogo con la orquesta cada instrumento aporta su individualidad tímbrica, su idiosincrasia musicale, sus constricciones técnicas, aspectos todos que no se pueden ignorar, pero para el compositor estas limitaciones se han transmutado en estímulo de su fantasía. Los tres solistas fueron largamente aplaudidos y ovacionados hasta la concesión de un magnífico bis: algunas páginas del Concierto para violín, trompa, piano y orquesta de Brahms. Numerosos aplausos también para el autor, presente en la sala, que al final subió al escenario.
En la segunda parte de la velada el director ha propuesto la Sinfonía n. 8 en sol mayor de Dvorák, que terminó el 8 de noviembre de 1889 en Praga y estrenó bajo su dirección en la Asociación Artística de la ciudad el 2 de febrero de 1890. Fue muy bien acogida y circuló en las capitales musicales europeas, en particular en Londres. La sinfonía comienza con un Allegro con brio que es una melodía introducida por clarinetes, fagot, trompas y violonchelos. Se inspira en el romanticismo nacionalista eslavo y la conclusión, con el clarinete y la flauta que repiten el segundo tema, evidencia una felicidad interior. El Adagio está teñido de melancolía, y cuando a las cuerdas se unen las maderas la tristeza domina este segundo movimiento, pero el tercero Allegretto grazioso tiene la forma tradicional del Scherzo en un bello ritmo de danza popular. El Allegro ma non troppo inicia con repetidos toques de trompetas que anuncian un evento importante: el espíritu de la fiesta irrumpe con un fortissimo de toda la orquesta que barre alegremente los recuerdos. A pesar de los insistentes aplausos y ovaciones, el director no accedió a conceder un bis.
Fotos: Andrea Ranzi
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