Por Óscar del Saz | @oskargs
Madrid. 27-V-2017. Teatro Real.Recital de Diana Damrau (Soprano),Meyerbeer y su Tiempo. Obras de Rossini (1792-1868), Meyerbeer (1791-1864), Wagner (1813-1883) y Louis Joseph Ferdinand Hérold (1791-1833). Orquesta Sinfónica de Madrid y Coro Intermezzo.Francesco Ivan Ciampa, director.
En el bello hall del Teatro Real se anunciaba por doquier en carteles que Diana Damrau –al finalizar el recital- estaría firmando su último disco (Grand Opera, dedicado exclusivamente a Giacomo Meyerbeer, y con Emmanuel Villaume dirigiendo a la Orquesta y Coro de la Ópera Nacional de Lyon). Al parecer, la soprano guarda una especie de conexión o afinidad emocional con el compositor berlinés desde que fue invitada –en su época de estudiante- a interpretar su cantata Gli amori di Teolinda (por cierto, existe una versión grabada por la gran Julia Varady), cuando quedó impresionada por una composición con un tratamiento especial de la vocalidad, una variada paleta de colores orquestales y una emoción teatral que rezumaba de la partitura. Además, está el plus de que la artista considera que Meyerbeer (en realidad, Yaakov Liebmann Beer), se parece poco a sí mismo dependiendo de si uno se fija en sus composiciones italianas, inglesas o francesas.
Aún en versión de concierto, la predisposición de Damrau hacia la interpretación teatral es una de sus mayores virtudes, es decir, aquella forma de interpretar que hace creíbles los personajes, aunque no se ejerza la escena plenamente. De igual forma, habitan en ella inquietudes de recuperación de repertorio que pocas veces han visto la luz. Todo ello creemos que ha llevado a la artista a plantear una serie de conciertos-promoción de su nuevo “teórico” repertorio, empezando por la grabación discográfica -compuesta por algunas obras desconocidas en su totalidad (Emma di Resburgo o Ein Feldlager in Schlesien)- y el subsiguiente concierto en directo, para intentar afianzar un cambio de tesitura hacia una soprano lírica -pero con una cierta diferenciación y renovación en el repertorio-, además de abordar próximamente novedades en escena como Maria Stuarda (Donizetti) o Margarita en Fausto (Gounod).
En general, el recital pecó de una acusada descompensación entre el número y duración de las piezas seleccionadas para la parte canora y para la orquesta, en detrimento de la primera. En la parte orquestal destacamos la rossiniana de Semiramide, ejecutada con decantado brío, así como la obertura de Rienzi, conducida con la marcialidad y ampulosidad de un resolutivo Francesco Ivan Ciampa, que supo conjugar la riqueza de los contrastes en todas las secciones, sobre todo en los juegos de la cuerda y el metal. Más discreta se tornó en el resto de piezas la Sinfónica de Madrid, quizá mediatizada por un repertorio poco habitual, en el que reinó el abuso del forte como denominador común.
Entre todos estos abultados momentos orquestales se encuadraron las seis –mucho más breves- apariciones de Diana Damrau, que desarrolló un recital que alternó piezas de claro dramatismo (Les Huguenotes y Robert le Diable) con otras de repertorio proveniente de la opéra comique, de la que Meyerbeer fue un destacado valedor. Inmediatamente después de un caluroso recibimiento de aplausos, Damrau comenzó con “Nobles seigneurs, salut!” de Les Huguenots, dibujando escénicamente el personaje con plausible realismo. Su voz se proyecta poderosa y voluminosa, con trabajada dicción. En su siguiente intervención, “Ombre légère”, de Dinorah, la artista no duda en concederse el gustazo de bailar sobre el escenario, regalando el único sobre agudo (do sostenido, para más señas) del todo el recital girando –a la vez que lo emitía- sobre sí misma. La cantante siempre presta especial atención a los reguladores y a los filados, así como a un encomiable control del fiato para realizar las dinámicas hacia el pianissimo.
“Robert, toi que j’aime”, de Robert le Diable, la parte más seria del recital, le permiten desarrollar su tesitura desde el sotto voce gestual, introspectivo, con emisión de unos graves bastante convincentes, hasta un agudo final de ejecución más bien estridente en la actualidad, que quizá restó algún entero a esa capacidad de emocionar tan connatural a esta artista. En “Sulla rupe triste e sola”, de Emma di Resburgo, la cantante aborda limpiamente un pentagrama plagado de agilidades, a modo de cabaletta. A estas alturas del recital, encontramos un poco cansada a la intérprete, que lo transitó de más a menos. Los cambios de repertorio necesitan de un tiempo de estabilización hasta que todo vuelve a ponerse en su sitio. Si las coloraturas en piano funcionan perfectamente, no podemos decir lo mismo de las notas agudas mantenidas, a las que le pasa factura un apoyo y respiración con falta de profundidad. En algunos casos, observamos una respiración más alta de lo conveniente, lo que penaliza una emisión más optimizada en esfuerzos. Ello se hizo más patente al final del recital, en “Au beau pays de la Touraine… Sous mon empire”, de Les Huguenots, acompañada por el coro y tres solistas del mismo, con una voz un poco más velada y “raspada” que al principio, con menos facilidades en el agudo, y teniendo que apostar sus cartas más a la musicalidad y la expresividad. Hacer notar que en todo momento, el entendimiento con el maestro Ciampa fue absoluto.
En resumen, un concierto que gustó, muy aplaudido por el público, en el que un disfrute continuado de la artista se vio “interrumpido” por las largas, y hasta cierto punto muy similares intervenciones (en lo que a la selección de Meyerbeer se refiere) de la parte orquestal. Esperamos que estos conciertos-promoción de la discografía de los artistas no se conviertan en una moda para quedarse, si bien ansiamos que a la gran Diana Damrau le sirvan para encontrar su camino vocal en unas coordenadas totalmente distintas a las de sólo dos años hacia atrás, pero que, en todo caso, nos encantará seguir disfrutando.
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