Joaquín Pesquina: La culpa es suya. Ya le dije que no se apuntara.
Hans de Nin: Pero me apunté…, por ingenuo.
Pesquina: O sea, que está molesto
Nin: Molesto no, resquemado. Pero no por la entidad eh… Bueno, ¡por la entidad también, qué narices! Pero cómo se le ocurre a ese hombre llamarme así, a traición y en ese tono.
Pesquina: ¿Y qué le dijo?
Nin: Pues mire, cojo el teléfono y me dice: “¿Hans de Nin?”. “Sí, yo mismo”, le contesto, “¿de dónde llama?”. “¡De la Filarmónica!”. Y yo le juro, Pesquina, que ni sabía de qué Filarmónica me hablaba. “Pero ¿de qué Filarmónica?”, le pregunto. “Pues de la Filarmónica de Vetusta”, me dice el tío como enfadado. Y yo que ya me iba calentando por el tono de voz. ¡Pero qué formas son esas de hablar!
Pesquina: Es que ponen a cada elemento de cara al público… y de cara a la prensa, oiga, que hay algún jefe de prensa que… pero siga, siga
Nin: “¡Pero vamos a ver!”, me dice, “Por qué no me avisó de que se quería dar de baja, porque el banco nos está devolviendo los recibos”!
Pesquina: Menudo tono.
Nin: En re menor, Pesquina, el tono de la muerte. Pero yo antes de estallar aguanté, eh.
Pesquina: Pobre hombre, no le conocía.
Nin: Y tanto. Pero yo fui muy clarito. “Mire”, le dije. “Lo primero, quién se cree usted que es para hablarme de esta forma. Lo segundo, le voy a explicar por qué decidí, hace muchos meses dar la orden a mi banco de que no pagasen ni uno más de sus recibos”.
Pesquina: Ahí, Nin, ahí.
Nin: Espere, espere, ya verá. Se lo cuento. Hace años, cuando yo trabajaba para uno de los dos periódicos de Vetusta, ya sabe, el...
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