Crítica de Pedro J. Lapeña Rey de la ópera Des Simplicius Simplicissimus Jugend de Hartmann en la Ópera de Inssbruck
Con un nudo en la garganta
Por Pedro J. Lapeña Rey
Inssbruck. 20-IV-2024. Tiroler Landestheater (Casa de la música). Des Simplicius Simplicissimus Jugend (Karl Amadeus Hartmann/ Hermann Scherchen / Wolfgang Petzet). Marie Smolka (Simplicius Simplicissimus), Eleonore Bürcher (Narradora), Florian Stern (ermitaño / gobernador), Oliver Sailer (sargento / granjero), Benjamin Chamandy (un soldado mercenario Landsknecht), Nikita Voronchenko (capitán). TENM - Tiroler Ensemble für Neue Musik. Director Musical: Hansjörg Sofka. Dirección de escena: Eva-Maria Höckmayr.
El compositor bávaro Karl Amadeus Hartmann no es muy conocido fuera de las fronteras alemanas. Nacido en 1905, fue alumno del legendario director de orquesta Hermann Scherchen. Firme defensor de la música de los años 20 y 30, y de casi todo lo que surgió en torno a la segunda escuela de Viena, volcó casi toda su inspiración musical en sus ocho sinfonías y en su Concierto fúnebre para violín y orquesta. De fuertes convicciones socialistas y humanistas, acrecentadas durante la fallida revolución obrera en Baviera que siguió al colapso del Imperio alemán tras la Primera Guerra Mundial, permaneció en Alemania en los años del poder nazi, aunque se retiró por completo de la vida musical negándose a que se interpretaran sus obras en su propio país. El vivir muy cerca del campo de concentración de Dachau, le permitió ver de cerca muchos de los horrores que allí sucedieron y le inspiró en varias de sus obras. Tras la caída de Adolf Hitler, fue uno de los pocos supervivientes bávaros de prestigio con una hoja de servicios intachable de cara a los ojos de las fuerzas aliadas, por lo que le nombraron para varios cargos de responsabilidad, convirtiéndose en una figura clave en la vida musical alemana hasta su muerte en 1963. De especial importancia fue su apuesta por la difusión de muchos jóvenes de entonces como Hans Werner Henze, Luigi Dallapiccola, Olivier Messiaen o Bernd Alois Zimmermann.
Entre 1934 y 1935 compuso su única ópera, Simplicius Simplicissimus – Tres escenas de su juventud, basada en los primeros capítulos de la famosa novela de aventuras de Hans Jakob Christoffel von Grimmelshausen, una de las más importantes del Barroco alemán. El autor describe los horrores de la Guerra de los Treinta Años, conflicto devastador que en nombre de la religión –católicos vs protestantes– asoló Europa de 1618 a 1648 provocando una enorme devastación. En solo tres décadas, la guerra y todo el caos asociado a ella, eliminó a dos terceras partes de la población de Alemania. Como se nos recuerda al principio y al final de la partitura, de los 12 millones de personas que vivían allí al estallar la guerra, sólo 4 millones sobrevivieron a una matanza sin sentido.
La obra nos relata la guerra a través de los ojos de un niño campesino, simple, frágil, vulnerable e impresionable. En la primera de las escenas, cuida de las ovejas de sus padres hasta que un mercenario los mata. En la segunda lo recoge un ermitaño que lo educa como un buen cristiano hasta que muere, y en la tercera, se convierte en el bufón de la corte del gobernador hasta que otro acto de violencia extrema, una revuelta campesina, acaba con toda la corte excepto con él. No hay ninguna escena de victoria. Solo el himno judío Elijahu hanavi, que los campesinos cantan o más bien susurran a lo lejos mientras el narrador nos recuerda a los 8 millones de muertos, nos llega como una melodía funeraria que se difumina al final de la ópera.
Con estas premisas, y a partir de una idea del ya mencionado Hermann Scherchen, entre 1934 y 1935 Hartmann creó una ópera de cámara antibelicista, opresiva y angustiosa. Toda una acusación indirecta al régimen nazi. En 1939 le añadió la obertura, tras lo cual, la guardó en un cajón y esperó hasta 1948, tres años después de la caída del régimen nazi para estrenarla en versión concierto en la Radio Bávara, y poco después en la Kammerspiele de la Ópera de Colonia. En 1957, revisó la obra en profundidad. La transformó en una ópera para gran orquesta reduciendo textos hablados y añadiendo pasajes orquestales, y esa ha sido la versión que está grabada y que se ha podido ver desde entonces de manera intermitente en varios teatros alemanes. Reservó el nombre de Simplicius Simplicissimus para esta última versión, y denominó a la original de cámara con la obertura de 1939 Des Simplicius Simplicissimus Jugend.
Ésta última ha sido la elegida por el Tiroler Landestheater de la encantadora ciudad alpina de Inssbruck para el estreno de la obra en Austria, casi 90 años después de su composición. El resultado ha sido soberbio, no solo por la elección de un excelente elenco sin ningún lastre en él, sino por llevarla a cabo con una orquesta ad hoc, especializada en música contemporánea. Eva-Maria Höckmayr, la directora de escena, y Ralph Zelger, responsable de la escenografía y el vestuario, nos mostraron toda la crudeza y el salvajismo del ser humano en tiempos de guerra, con una simpleza y una efectividad dignas de reseñar. Todos podemos imaginarnos lo que cualquiera de los enfants terribles de la escena actual podría haber hecho con este material. A destacar la escena del tercer acto donde el gobernador y sus soldados comen y se emborrachan sobre montones de cadáveres, y ¿cómo no? la conmovedora escena final con su coro fúnebre Gepriesen sei der Richter der Wahrheit / Bendito sea el juez de la verdad.
Del elenco sobresalieron con luz propia el Simplicio de la soprano Marie Smolka y la gran actriz Eleonore Bürcher como narradora. Marie Smolka, con su figura delicada y aspecto frágil, canta, baila –excepcional su transfiguración en una marioneta humana al comienzo de la obra– y sobre todo, se transforma de manera espectacular en un Simplicio que nos arrastra a través de su evolución humana. Vocalmente, supera con creces una parte dura, compleja, con mucho sprechgesang, sí, pero también con mucha música emocionante a cantar en todos los registros. Por su parte, Eleonore Bürcher, actriz de primer nivel durante más de cuatro décadas, nos lleva por la obra de manera ejemplar con una perfecta dicción alemana, una proyección de escuela –que en general, y lamentablemente, se está perdiendo en el teatro con las amplificaciones– y con lo más importante en cualquier actor que se precie: un carisma y una personalidad en escena apabullantes. El resto del reparto, sin llegar quizás a esta excelencia, se mostraron a un nivel notable. Tanto Florian Stern -primero como ermitaño y posteriormente como gobernador- como Oliver Sailer –en su doble faceta de sargento y granjero– mostraron voces graves rotundas, redondas y bien proyectadas, y una buena implicación escénica. El barítono Benjamin Chamandy fue un Landsknecht –mercenario de guerra– siniestro y voraz, y el también barítono Nikita Voronchenko un adecuado capitán.
Hansjörg Sofka, kapellmeister del teatro nos ofreció una lectura intensa y emotiva, siempre pendiente de crear los diferentes ambientes de una obra por momentos intensa, por momentos grotesca, con continuas distorsiones y con diálogos continuos entre los instrumentos. El Conjunto Tirolés de Nueva Música – TENM – y sus 16 solistas mostraron un nivel de virtuosismo mas que destacable, con partes complejas para casi todos ellos.
Noche excelsa, intensa y dura a partes iguales, de esas que te dejan con un nudo en la garganta. Necesitamos mas de medio minuto de un silencio que pareció aun mayor, para descender de nuevo a la tierra y aplaudir con verdadero entusiasmo tanto a la obra, que merece ser mucho mas difundida de lo que está, como a unos intérpretes que la hicieron justicia. Durante el paseo de vuelta al hotel seguíamos con el nudo en la garganta. Nos costó dormir.
Fotos: Birgit Gufler
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