Christof Loy y Mark Albrecht dirigen Der Schatzgräber-El cazador de tesoros de Franz Schreker en la Deutsche Oper de Berlín
Tesoro recuperado
Por Raúl Chamorro Mena
Berlín, 11-VI-2022, Deutsche Oper. Der Schatzgräber-El cazador de tesoros (Franz Schreker). Elisabeth Strid (Els), Daniel Johansson (Elis), Michael Laurenz (el bufón), Thomas Johannes Mayer (el juez), Patrick Cook (Albi), Tuomas Pursio (el Rey), Doke Pauwels (La reina), Stephen Bronk (el posadero), Gideon Poppe (el escribano), Clemens Bieber (el canciller), Michael Adams (el conde/el heraldo). Coro y orquesta de la Deutsche Oper Berlín. Dirección musical: Mark Albrecht. Dirección de escena: Christof Loy.
La producción operística de Franz Schreker (1878-1934), la principal de su creación musical, quedó totalmente oscurecida y olvidada al ser calificada por el régimen nazi como entartete musik –música degenerada-, lo que conllevaba su prohibición. Su propia persona sufrió el auge del antisemitismo y fue despojado de todos sus cargos académicos.
En los últimos años se están redescubriendo poco a poco sus óperas, con lo que se hace justicia a un gran compositor, autor también de los correspondientes libretos. Der Schatzgräber-El cazador de tesoros estrenada en Frankfurt el 21 de enero de 1920 fue la ópera más exitosa de Schreker, alcanzando un gran número de representaciones hasta que el clima social y político de Alemania cambió paulatinamente y el lado oscuro representado por el régimen Nazi terminó por sacar del tablero musical toda su producción. Después de haber visto en vivo Los estigmatizados, Irrelohe y El sonido lejano, El cazador de tesoros es la cuarta ópera de Franz Schreker que logro ver en teatro y la impresión de todas ellas ha sido magnífica.
En Der Schatzgräber apreciamos la habitual orquestación exuberante, lujuriosa, la importancia del elemento erótico y el poder del atractivo femenino, así como la honda carga simbólica y expresionista, todo ello con un fuerte sustrato tardorromántico. Schreker recibe la herencia Wagneriana, pero con su propia personalidad, asumiendo por un lado, una orquestación suntuosa, plena de vigor y colorido, que no renuncia a pasajes camerísticos y, por otro, un tratamiento vocal que combina el declamado próximo al sprechgesang con momentos de intenso melodismo y un lirismo apasionado y envolvente.
Hay que agradecer a la pareja artística Christof Loy-Mark Albrecht su apuesta por rescatar esta ópera de Schreker, después de la fabulosa El milagro de Heliane de Korngold recuperada hace 4 años y que el que suscribe tuvo la suerte de disfrutar y reseñar para CODALARIO.
Loy apuesta por una escenografía única, a cargo de Johannes Lelacker, que evoca la sala de un palacio, con chimenea, mesas con bebidas y vasos, una pantera disecada, donde deambulan los cortesanos, militares, nobles, camareros… además del Rey, la reina y el bufón. El rey se lamenta de que ninguna alhaja de las que manda traer de los confines del Mundo, por muy esplendorosa que sea, cura a la reina de su decaimiento y pérdida de belleza y lozanía, provocado por la sustracción de sus joyas originarias, que simbolizan la belleza y poder erótico femeninos. El escenario único no termina de funcionar en una ópera distribuida en cuatro actos, un prólogo y un epílogo, y la orgía que de desarrolla en el tercero, durante el interludio de la noche de amor de los protagonistas, aunque se aleja hábilmente de la chabacanería, se antoja demasiado explícita y evidente, poco acorde con el erotismo indiscutible, pero más sutil, propio de la producción de Schreker. Tampoco se plasma suficientemente el fondo de cuento de hadas, el elemento mágico, del libreto. De todas formas, Loy caracteriza bien a los protagonistas, especialmente el papel fundamental del tonto o bufón. También y principalmente a la Reina, magníficamente interpretada por Doke Pauwels, que deja de ser una mera figura silenciosa para adquirir mayor protagonismo ataviada con un espectacular vestido blanco, lo que unido a su flexibilidad corporal, le daba el aspecto de una especie de Olga Kórbut el día de su boda. El director de escena alemán, asimismo, resalta algunos elementos simbólicos como el gorro rojo del bufón, la corona del Rey, la ominosa horca destinada a Els, además de mover muy bien a los artistas. Por todo ello, cabe valorar positivamente la puesta en escena en su globalidad.
Mark Albrecht al frente de una espléndida orquesta de la Deutsche Oper subraya apropiadamente la exuberante orquestación, densa y vigorosa, pero con un sonido aquilatado y brillante, sin renunciar a la filigrana camerística cuando corresponde y, sobre todo, con un perceptible entusiasmo que se plasma en una acusada efervescencia emocional, irresistibles fuerza teatral, intensidad y lirismo exacerbado –¡ese dúo de proporciones filotristanescas!, o ese magnífico interludio de la noche de amor de los protagonistas- sencillamente arrolladores. Espléndido el coro tanto en lo vocal, poderoso y empastado, como en el aspecto escénico.
Elis, la soprano protagonista, ladrona de las joyas, concita la fascinación de los hombres que tiene alrededor y provoca la muerte de dos de ellos para terminar casándose con el bufón, que con ello le salva de ser condenada a muerte, para fallecer, ya sin las joyas y por tanto, con sus atractivos marchitos, en un final triste y desolador. Este personaje, cuyo amor por el juglar, el cazador de tesoros -personaje fabulesco- no podrá cristalizar, al menos en el ámbito terrenal, encarna una combinación de cierta misoginia con la admiración de la belleza y atractivo femeninos por parte de Schreker. El papel conlleva una escritura vocal muy onerosa, exigentísima, con constantes ascensos además de tener que enfrentarse a una orquesta voluminosa. Por tanto, una soprano dramática con todas las letras, rango vocal al que no pertenece Elisabeth Strid, ayuna de cierta anchura en su centro y de una mayor plenitud, expansión y metal en la zona alta. De todas formas, la soprano sueca sacó adelante el papel por entrega, homogeneidad de emisión y fondo musical. Arrojada y efusiva en el gran dúo con el tenor, implicada en lo interpretativo, la Strid caracterizó de forma creíble su personaje, dotándole incluso de la necesaria sensualidad. Más flojo el tenor Daniel Johansson, de emisión hueca, retrasada, completamente deshilachada y agudos estrangulados, serios obstáculos para enfrentarse a una tesitura inclemente, una escritura que va de la melodía evocadora, al lirismo apasionado, incluso momentos de canto crispado. Entrega, profesionalidad y apreciable actuación escénica, deben valorarse en un Johannson de timbre descolorido y sin mordiente.
El mejor vocalmente para el que suscribe fue el tenor Michael Laurenz, que compuso un tenor característico de libro. La figura del bufón, el supuesto «tonto», que es mucho más inteligente que su Rey y sabe adularle y llevarle por el camino que él quiere, que no es otro que llegar a Elis, pues está también fascinado por sus encantos, resultó perfectamente caracterizado por Laurenz, tanto en lo vocal por sus impecables emisión y proyección, variedad e incisividad de acentos, fraseo siempre intencionado… como en lo dramático. La autoridad representada por el Juez local demuestra ser una mezcla de tiranía, abuso de poder y arbitrariedad, pues hechizado también por Elis, no duda en usar su posición para conseguirla. Thomas Johannes Mayer caracterizó bien el personaje y le dotó de presencia y relieve escénico, pero en lo vocal, apenas dejó entrever algún acento propio de Wotan o Telramund, pero el timbre ya acusa desgaste y el sonido resulta totalmente opaco, leñoso, con limitada proyección tímbrica. Los secundarios lucharon como pudieron con arduas partituras y la ostentosa orquestación, aunque todos ellos contribuyeron con su implicación dramática al éxito de la representación.
Foto: Monika Ritterhaus
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