Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 22-I-2021, Auditorio Nacional. Ciclo Orquesta y coro Nacionales de España. “El triunfo de Baco” de Tres pinturas Velazqueñas (Jesús Torres). Concierto para violín núm. 1, Op. 26 (Max Bruch). María Dueñas, violín. Sinfonía núm. 5, Op. 82 (Jean Sibelius). Orquesta Nacional de España. Director: Jaime Martín
Dada la imposibilidad de viajar por las restricciones provocadas por la tercera ola de la pandemia del Covid 19 por parte de la estupenda violinista escocesa Nicola Benedetti, la Orquesta Nacional de España se apuntó un tanto al ofrecer la sustitución a la jovencísima María Dueñas, granadina con 18 años recién cumplidos, más que una promesa, toda una estrella en ciernes del violín en la actualidad. Sin duda había llegado ya el momento de su debut con la Orquesta Nacional después de haber ofrecido el pasado mes de noviembre una notable interpretación del concierto de Beethoven con la Orquesta Sinfónica de RTVE y haberse presentado previamente en el Auditorio Nacional en el ciclo Ibermúsica con la Orquesta Nacional Filarmónica Rusa. Asimismo, la granadina acaba de obtener otro importante premio que se une al a larga lista de los que ha recibido. En esta ocasión la edición 2021 de la Getting to Carnegie Competition.
La obra prevista para el evento era uno de los más emblemáticos conciertos para violín del período romántico y caballo de batalla de todo solista que se precie, el número uno de Max Bruch. Con la entrada inmediata del violín, Dueñas colocó su sonido amplio, cálido y caudaloso en el centro de la sala, así como el aplomo y seguridad que irradia habitualmente, más propios de un solista mucho más avezado. Un sonido de gran riqueza en todo el registro, con notas altas brillantes y con expansión y graves hondos y aterciopelados. Cierto es que ese sonido obtenido de su Guarnieri del Gesù aún debe aquilatarse aún más y pulir alguna leve estridencia y que al jovencísimo talento, lógicamente, aún le falta ese punto de madurez artística para que el fraseo, sin duda elegante y cuidado, y la expresividad se coloquen a la altura de unas impresionantes técnica y virtuosismo. De tal forma, la bellísima melodía del fabuloso segundo movimiento fue bien delineada por la jovencísima solista, su violín «cantó» con hermoso lirismo y aunque faltó ese punto de éxtasis, de arrobamiento, de sensación de suspensión temporal, Dueñas supo huir del excesivo edulcoramiento en que es fácil caer en este pasaje.
Si bien este concierto presenta la particularidad de no tener cadencia propiamente dicha, sí es pródigo en pasajes de gran virtuosismo -especialmente por la intervención del mítico Joseph Joachim en la versión definitiva de la obra- que fueron expuestos de forma deslumbrante por Dueñas, con esa difícil facilidad de los elegidos y buena muestra de ello fue el tercer movimiento, de aires folklóricos y danzables en que el violín debe asumir pasajes vertiginosos. Por supuesto, se impusieron la destreza, dominio del arco e impecable afinación de la joven violinista, que exhibe, más que una esperable energía juvenil, un carácter y aplomo bien asentados. Más brioso que elegante el acompañamiento de Jaime Martín al frente de la Orquesta Nacional, por lo que destacó en un enérgico último movimiento, mientras el adagio resultó caído y falto de vuelo. De propina, Dueñas interpretó el Capricho nº 5 de Paganini.
Previamente, Martín había ofrecido con pulso y entusiasmo El triunfo de Baco de Tres pinturas velazqueñas, obra ganadora del Concurso de la Asociación Española de Orquestas Sinfónicas en su edición de 2015 compuesta por Jesús Torres, músico que dentro de la variedad de tendencias de la música contemporánea, algunos tildarán de «tradicional», sólo porque no se ha unido a la vanguardia más extrema y que, presente en la sala, subió al escenario a recoger los aplausos del público.
Jaime Martín aprovechó el buen momento de la Orquesta Nacional de España y que se trata de una composición que tiene muy rodada para ofrecer una asumible versión, sin especial inspiración ni personalidad, pero solvente, de la Quinta sinfonía de Jean Sibelius. Eso sí, no fue capaz de superar el hándicap de la separación entre músicos y la restricción de efectivos –sólo tres contrabajos y cuatro violonchelos-, por lo que el sonido de la orquesta resultó un tanto descolorido y falto de empaste. Martín, como suele suceder con los solistas instrumentales que se convierten en directores de orquesta, adolece de una técnica limitada, que se compensa, en cierto modo, con una buena intuición musical y entrega sincera. De tal forma, en el primer movimiento se apreció falta de limpieza en la articulación y precario sentido de la construcción, pero remontó por el calor y la vehemencia de la parte final más expeditiva. El segundo se sostuvo en la magnífica prestación de las maderas y las cuerdas en pizzicato y en el último faltó un tanto de misterio y elevación a la melodía principal, pero los seis acordes finales tuvieron cierta fuerza e ímpetu.
Foto: Fernando Frade / CODALARIO
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