Por Albert Ferrer Flamarich
Barcelona. 22-IX-2018. Palacio de la Música Catalana. Beethoven: Sinfonía nº 9 en re menor Op. 125. Schoenberg: Un superviviente en Varsovia. Fermí Reixach, recitador. Elena Mateo, soprano. Cristina Segura, mezzosoprano. Eduard Mas, tenor. Josep Ramón Olivé, bajo. Lieder Camera. Cor de Cambra de Granollers. OSV. David Niemann, director.
Las ideas de programación de la Sinfónica del Vallés (OSV) son muy sugerentes y apelan a un observador perspicaz. El programa inaugural de esta temporada en el Palau de la Música Catalana, que mantenía la tradición de interpretar la Novena de Beethoven anualmente hasta el bicentenario de su estreno el 2024, lo corroboraba con la presencia del director alemán de prometedora carrera David Niemann.
En este sentido, la inclusión de Un superviviente en Varsovia de Schönberg en medio de la sinfonía, con un Fermí Reixach de tono salvaje y desgarrado como recitador -de dicción no siempre lo bastante clara y alejado del sprechgesang-, correlacionaba la angustia existencial de dos obras diametralmente opuestas a partir de una lectura vertiginosa en tempi, violenta, opresiva y sabedora de la inserción de un cuerpo extraño que la condicionaba conceptualmente. La idea funcionaba a priori, igual que ofrecer todo el concierto sin pausa. Por eso fue un error hacer salir a los solistas vocales antes del cuarto movimiento rompiendo la continuidad de la sesión. Sobre todo tras enlace sin solución de continuidad entre Schoenberg y el movimiento lento de la Novena en un efecto sorpresivo, ambivalente y con cierto aire balsámico.
No obstante, la propuesta de Niemann, indiscutible conocedor del repertorio, dejó escollos significativos. Traspasar en velocidad la pulsación de las siempre problemáticas indicaciones metronómicas en Beethoven generó un vértigo que sobrelimitaba la arquitectura y aumentaba la exigencia de los músicos hasta bordear el abismo. En este sentido la dirección de Niemann, muy clara en concepto y enérgica desde el podio, se tradujo en una realización con texturas faltas de espacio, fraseo condensado, dinámicas uniformes y tendentes al exceso decibélico. Especialmente fue así para los vientos y las voces (solistas y coro) como evidenció la exposición del tema y las primeras estrofas de la Oda o el fugado del último movimiento; para un primer movimiento militarmente servido; la arrancada y la dialéctica entre cuerdas y maderas en el Scherzo -aunque idóneo en pulsación-; y para el Adagio, convertido en un Andante (¡liquidado en 11 minutos!) algo displicente en las ornamentaciones melódicas (las de la coda, entre otras) y excluido del clímax de la tercera variación del primer tema. Pero todo esto formaba parte de una ejecución que no buscaba ninguna catarsis y se presentaba voluntariamente expresionista, constreñida, incómoda, a la búsqueda de una intensidad por la vía de la fuerza y, en apariencia, estilísticamente enraizada en la antigua escuela alemana objetivista de las décadas centrales del siglo pasado.
Fue una recreación en que la OSV también mostró una sección de violines más regular y homogénea, así como una disciplina, musculación y ductilidad sonoras fundamentadas en el trabajo rítmico como base de un programa que intencionadamente reflejaba el malestar de la realidad política y cultural -¿catalana, solo?-. Es decir, una Novena sin nada –o poco- a celebrar. Lo escribió Adorno: “la cultura representa los intereses y la protesta de aquello particular ante las presiones homogeneizadoras de aquello general”, asumiendo una posición crítica intransigente ante la situación existente y las instituciones. Aunque el público aplaudió con notoriedad, la lectura en su vertiente musical no convenció a todos los asistentes. Pero es innegable que el atrevimiento de plantearla bajo este prisma dice mucho de Niemann y del papel en la sociedad con que la OSV se plantea su propio proyecto artístico y su presencia el sector musical.
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