Por Beatriz Cancela |@beacancela
La Coruña, 22-II-19. Palacio de la Ópera. Concierto de temporada. Orquesta Sinfónica de Galicia (OSG). Director artístico y solista: David Grimal. Obras de Brahms y Beethoven.
Hacía un inciso estos días la Sinfónica de Galicia (OSG), dejando a un lado su confesa predilección por la música rusa y el protagonismo que otorga esta temporada a Shostakóvich, para retornar a las raíces alemanas y austríacas más profundas del Romanticismo con Brahms y Beethoven. Compositores más que conocidos para la OSG que, además de la asidua presencia del hamburgués en sus programas, afrontaría en dos ocasiones la integral del corpus sinfónico del de Bonn (en 2006/2007 y una década después en la conmemoración de su 25º aniversario).
Tampoco es ajeno David Grimal. El premiado director y violinista francés discípulo de Régis Pasquier ya había participado en circuitos de música gallegos con anterioridad. Precisamente en la temporada pasada invertía la selección con la Segunda sinfonía de Brahms y el Concierto para violín op. 61 de Beethoven. ¿Casualidad?.
Quizá este sea el quid: detrás de la aparente autonomía y naturalidad que proyecta Grimal en su ejecución, todo parece finalmente estar racionalizado y bien sujeto. Conjeturas y oráculos aparte, lo cierto es que el hecho de ofrecer una apertura de miras en cuanto a la liberación, la sencillez y lo elemental como base de inspiración -siempre desde una gran calidad técnica, entiéndase- permite por lo pronto suscitar debates y reflexiones. Nada nuevo. Precisamente en el ínterin de las obras que nos conciernen emergía la polémica ante la eminente emancipación de la figura de director. Una nueva visión de aquellos «viejas pelucas» -que aludiría Wagner- por aquel entonces en tela de juicio y que evolucionarían hasta la indiscutible relevancia y celebridad que poseen en el presente los batutas.
Sumido en el rol de solista se presentaba Grimal ante un auditorio repleto. Concentrado y tranquilo, confiaría al concertino de la OSG desde 1994, Massimo Spadano, la conducción del Concierto para violín y orquesta en re mayor, op. 77 (1878) de Brahms. Obra donde la orquesta se rinde al concertista, como así ocurrió. La agrupación, disciplinada y concienzuda, brindó una sonoridad amable y cómplice, incidiendo en unos tutti enérgicos que diferían con unos pianos más fatigosos. Asimismo exaltar el papel del oboe que sobresalió por su expresividad y ductilidad en el fraseo. Por su parte, el solista, pulcro y preciso, realizó una exhibición de técnica y habilidad, destacando por encima de todos el tercer movimiento, Allegro giocoso, ma non troppo vivace, que se vio enriquecido en mayor medida en dinámicas y contrastes. Grimal, infalible, abordó con precisión los coléricos saltos melódicos y agilidades que hacen de esta una partitura de referencia en el repertorio violinístico.
Iría más allá cuando, tras la estruendosa ovación con la que respondió el público, Grimal interpretó durante casi diez minutos el escabroso Tempo di ciaccona, primer movimiento de la Sonata para violín solo Sz. 117, BB 124 (1944) de Bartók, reafirmando el indiscutible dominio que posee del instrumento.
Un talante totalmente diferente fue el que predominó en la Sinfonía núm. 7 en la mayor, op. 92 (1811-12, estrenada en 1813) de Beethoven. La orquesta ya más distendida afrontaba, cómplice, las indicaciones de un Grimal, esta vez sentado cual concertino. La obra aportó mayor riqueza en cuanto a colorido tímbrico y diálogo entre secciones, incidiendo en un fraseo ampuloso e inherente y acentuando las dinámicas. La agrupación se mostró gozosa, disfrutando durante los dos primeros movimientos, subyugados bajo un ritmo muy tranquilo y sosegado que se vio truncado en los consiguientes, al solicitar una agilidad desmesurada que parecía por momentos desembocar en un inminente descontrol, forzando las distintas secciones que finalmente consiguieron defender la ejecución.
Ciertamente no es igual la capacidad de control que pueda tener un director dispuesto desde el atril central que la visión artística de conjunto que se proyecta desde la silla de concertino; ni el mismo resultado. Tampoco nuestro cometido abogar por uno u otro, sino al contrario: defender una pluralidad que incite a la reflexión del proceso creativo musical. Para el público congregado en el Palacio de la Ópera así fue. Acogiendo la propuesta, respondió el venerable con magnánimas ovaciones de satisfacción hacia el repertorio y la interpretación que allí se había efectuado.
Foto: Sinfónica de Galicia
Compartir