Leonidas Kavakos visita la temporada de la Orquesta y Coro Nacionales de España para tocar el Concierto para violín, op. 35 de Korngold
Colores, impresiones, imágenes, cine…
Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 1-X-2022. Auditorio Nacional. Ciclo Orquesta y coro Nacionales de España. Chichén Itzá (María Teresa Prieto). Concierto para violín, op. 35 (Erich Wolfgang Korngold), Leonidas Kavakos, violín. La mer (Claude Debussy). La valse (Maurice Ravel). Orquesta Nacional de España. Director: David Afkham.
Atractivo y variado programa el que proponía la Orquesta Nacional de España en su segundo concierto del ciclo sinfónico 2022-23. María Teresa Prieto (Oviedo 1896-Ciudad de México 1982), compositora española exiliada en México a comienzos de la Guerra Civil, plasma en Chichén Itzà (1943) la fuerte impresión que le causó el complejo de ruinas mayas, patrimonio de la humanidad. El poema sinfónico recoge influencias de Manuel Ponce, que fue su maestro, y contiene una música elegante, bien construida, sin elementos folklóricos y que fue expuesta correctamente, con una buena intervención del oboe de Víctor Manuel Ánchel y el estimable sonido a que nos tiene habituados últimamente, por la orquesta nacional bajo la dirección de su titular David Afkham, recogiendo con ello el testigo de gran Ataúlfo Argenta, que interpretó la composición en 1957.
La trayectoria musical de Erich Wolfgang Korngold resulta particularmente convulsa, pues pasa de ser considerado niño prodigio en sus inicios, al triunfo apoteósico con la ópera Die tote stadt -La ciudad muerta- (1920) y a verse, posteriormente, despreciado por las vanguardias musicales europeas y por su propio padre, que fue un prestigioso crítico musical, como exitoso compositor de bandas sonoras para producciones cinematográficas del Hollywood clásico. Algo que se consideraba en la Europa musical de entonces como poco serio o de segunda categoría. Afincado en Estados Unidos obligado por la presión Nazi y su condición de judío, su inmenso talento dejó huella como compositor para el cine y, además de conseguir dos Oscar, se convirtió en uno de los más influyentes de la historia del género. Concluida la Segunda Guerra Mundial, compone su Concierto para violín valiéndose de temas de cuatro de sus bandas sonoras. A saber, como subraya Clara Sánchez en su artículo del programa de mano, las compuestas para las cintas Another Dawn (William Dieterle. 1937), protagonizada por Errol Flynn -al igual que otro de los grandes éxitos de Korngold, Robin de los bosques, monumento del cine de aventuras-. Las otras tres son la magnífica Juárez (William Dieterle, 1939), Anthony Adverse (Mervin Leroy, 1936) –en el segundo movimiento-y El príncipe y el mendigo (William Keighley, 1937, también con Errol Flynn) en el último.
El concierto constituye buena muestra de la capacidad como orquestador de Korngold, así como de su inspiración melódica y fue estrenado por el legendario violinista Jasha Heifetz, que, además, lo interpretó muy a menudo.
En el presente concierto, el ateniente Leonidas Kavakos comenzó inseguro y caído de afinación y aunque fue afiánzándose, su interpretación, de indudable factura técnica, resultó un tanto distanciada y avara en colores y contrastes en el fraseo. En el segundo movimiento, el Stradivarius del violinista ateniense cantó el bellísimo romance, pero no alcanzó, ni mucho menos, la magia correspondiente, sin poder librarse de un punto de frialdad y falta de efusión lírica. La solvencia técnica de Kavakos le permitió superar el virtuosismo del vertiginoso último movimiento, pero se echaron de menos mayor garra y arrojo. Lo mejor llegó con la bellisima propina de Bach, bien delineada por Kavakos y que permitió escuchar, por fin, un sonido nítido y de apreciable caudal. Afkham acompañó bien, con energía y vigor, pero no pareció especialmente compenetrado con el solista
Dos obras paradigmáticas del impresionismo francés y demostrativas del dominio de la orquesta por parte de sus creadores, ocuparon la segunda parte del concierto.
Claude Debussy quiso ser marinero o lobo de mar, quizás por ello moldeó magistralmente las impresiones, colores e imágenes sonoras del Océano enlos tres bocetos sinfónicos que forman El mar, obra de 1905. El amanecer, el juego de las olas, el diálogo del viento y el mar han de expresarse con un innegociable refinamiento orquestal, que acreditó convenientemente la orquesta bajo la batuta, sólida técnicamente, de Afkham, aunque la música francesa, su elegancia, colores y sutilezas, no parecen ser tan afines a su arte. Sin embargo, la Orquesta Nacional volvió a demostrar su gran momento, con un sonido de apreciables transparencia, calidad y brillo, tanto en la obra de Debussy como en La valse de Ravel. Esta última pieza, apoteosis del vals vienés, que Ravel matizó con la angustia y pesimismo provocados por la catástrofe de la Primera Guerra Mundial. De ahí esas nubes del inquietante comienzo y la desintegración del compás ¾ propio de los valses en el final, que llega después de un colosal clímax, que más que en el encendido de luces del salón y entrada de los bailarines, parece una turbadora danza macabra. La Orquesta Nacional había «ensayado» la pieza hace dos semanas en el concierto extraordinario a beneficio de la Asociación española contra el cáncer y la interpretación en esta ocasión fue superior. A la dirección de Afkham, solvente, en una ejecución brillante y bien tocada por la orquesta, le faltó sutileza, un mayor sentido de la articulación y le sobraron alguna brusquedad y exceso de aparato sonoro.
Fotos: Facebook OCNE
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